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Páginas Ilustradas EL HOMBRE PESADO Ustedes no saben lo que es un hombre calmoso.
Lo sabrian, si hubieran conocido don Homobono Felpudo.
En venir al mundo tardó lo indecible.
Se cree que vino en pequeña velocidad, y hasta suponen algunos que hizo el viaje a pie, y deteniéndose en todos los vento rros del camino.
Fué don Homobono la personificación de la calma en todos los actos de la vida.
Nadie podía comer con él. Cuando los demás llegaban a los postres, él todavia estaba en los postres del día anterior.
Empezó la carrera de Derecho; pero de segui no la hubiera terminado jamás.
Sólo en la primera asignatura invirtió diez cursos.
También es verdad que le suspendieron veinte veces.
Veintitrés años estuvo sosteniendo relaciones con la Bibiana.
Por fin se casó, aunque, según él, no había tenido tiempo de conocer bien su fatura. así le salió el negocio.
Porque todo lo que tenía Homobono de pesado, lo tenía Bibiana de ligera.
Cometia unas ligerezasl.
La última fué su desaparición en un tren expres con un primo ligerísimo que tenía y que era telegrafista, aunque ligeramente biz. co.
Bibiana era un rayo, el primo un true.
no, y don Homobono un galápago tranquilo.
La fuga de Bibiana desesperó tanto al hombre calmoso, que éste resolvió suicidarse. Pero tardó seis años en realizar su horrible propósito.
El medio de efectuarlo era objeto de grandes vacilaciones para Homobono.
Una voz interior le decía. No te pegues un tiro, que eso acabaria contigo inmediatamente En sus excursiones a la sierra cercana, pensaba muchas veces. Qué haré para poner fin mis días?
Me precipitaré por un abismo Pero reflexionaba y desistía. Por qué? Porque siempre había sido este su lema. No hay que precipitarse.
Si hubiera vivido en un segundo, no se hubiese decidido a volar. Pero desde un piso sexto, va era otra cosa.
Por fin hubs de sentirse verdaderamente apenado, y resolvió arrojarse al patio de su casa desde el piso que ocupaba (quinto con entresuelo. El camino era largo, y el suicida tardaria mucho en llegar al suelo, que era lo que deseaba, dada su pesadez.
Llegó el momento.
Después de escribir una carta de quince pliegos para despedirse de la criada, que era de la Inclusa, y otra para el Juez de guardia, que era el del Hospicio, se despojó de su traje, lo cepillo muy despacito, él mismo pegó un botón que le faltaba al chaleco, dobló las prendas, las guardó en un armario, y se dirigió al balcón del comedor.
Abrióle pausadamente; invirtió dos ho ras y media en rezar un credo, y encaramándose la barandilla, icataplún! dejó caer por fuera su pesado cuerpo.
Qué terrible momento! qué caso más raro!
Raro, porque otro mortal qualquiera hubiese llegado en un segundo a las pie.
dras del patio.
Pero el hombre calmoso, no.
Al contrario; llevó a cabo el viaje aéreo con una calma asombrosa. eso que se ha bia tirado de cabeza.
En su descenso, al pasar junto a la ventana del piso tercero, vió asomado al vecino y le dijo. Abur.
Cerca del piso segundo, sintió cosquilleo en la nariz, y se detuvo rascarse. siempre de cabeza!
En el balcón del cuarto principal estaba la doncella sacudiendo un mantel.
Al verla el suicida. y sin abandonar su marcha descendente, dijo a la muchacha. Buenos días, Pepa. Qué es eso don Homobono le preguntó la chica. Va usted volando?
No, hija. Como lo veo por el aire. Vaya un capricho. Es que me estoy suicidando. iPues cualquiera lo dirial. Ya sabes que yo no me apresuro para nada.

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