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Páginas Ilustradas 13 sinceridad, Ros.
taba con todos sus pulmones: no me dejes, llévame, llevame contigo!
Aunque la mayor parte de los circunstantes no entendiamos las palabras, el acento de pena pro.
funda con que las pronunciaba, su aspecto desolado, su desesperación, contagiaron todos, y más de unos ojos acudieron las lágrimas, Un paisano de la infeliz la separó casi a la fuerza del lugar, el niño condujo de la mano al cieguito que se tambaleaba como un borracho.
Entonces la caja fué puesta sobre la barandilia.
El capitán dió la orden y en el acto la lanzaron al aire. Todos estábamos echados de pechos sobre la baranda.
Fue la impresión de un segundo, pero terrible: primero el silvido de la bala al descender, en segui.
da el choque en el agua que salpicó con fuerza, luego una pequena circunferencia que se reprodujo muchas veces agrandándose progresivamente, después algunos girones blanquecinos, pequenas bur.
bujas que estallaban a flor de agua y que acabaron por formar un copo de espuma, símbolo de aquella alma pura inocente.
El cielo estaba espléndido, el mar tranquilo; en el linde indeciso del horizonte, el sol, en una sober bia apoteosis de llamas vivas, se hundia lentamen te reflejando sobre el pequeño lomo de las olas tintes de oro rojo; era como una gran llanura incen diada, movible, espejsante. mi, mas poeta que mis compañeros, me pare.
ció el sol un ojo inmenso enrojecido por el llanto: aquel mar lo formaban sus lágrimas. Era el ojo de un cíclope que lamentaba con nosotros aquel pe sar ajeno, con esa piedad fraternal, profundamente humana que invade los corazones, bajo el cielo azul, y sobre la espantable soledad del océano.
Je un peligro probable, nos acercamos los unos los otros con la afectuosa fraternidad del miedo.
En el mar no se conocen los misantropos: la fal sa posición en que nos encontramos desde que la nitve deja el puerto, suaviza todos los caracteres y pone en las almas como sed de cariño, un cariño interesado pero con la apariencia de la más franca Volviendo al caso concreto, repito que la noticia a pesadumbró todos los ánimos.
Hasta las más encopetadas misses bajaron a visitar a la familia infeliz, tomando para ello vivo inte res, como si se tratara de verdaderos y viejos amiPor lo que mi toca, senti hondamente la des.
gracia, sobre todo, cuando supe las circunstancias especiales de la pobre familia. El padre era ciego y ganaba la vida tocando violin; la madre, una napolitana de negros ojos tristes y grandes, echaba las cartas diciendo la buenaventura y un hijo como de nueve años, bailaba tarantelas al són del violin, acompañaba a su padre con la pandereta. Una desgraciada familia vagabunda, unos verdaderos zingaros a pesar de su sangre latina. El muertecito cra el último de los hijos y habia nacido hacia apenas cinco meses.
Estos detalles me los daba la madre que sentada sobre un lío de ropa, tenia en su regazo el pequeño cadáver.
Al fin de la comida, cuando ya ibamos a abandonar la mesa, nos suplicó el capitán que certificára.
mos con nuestras firmas un documento que se nos presentaria después del entierro del nido, y que era la constancia de haber muerto aquél bordo, de muerte natural, y de haber sido arrojado al agua.
Sin excepción alguna nos reunimos todos los pasajeros sobre cubierta, como a las cinco y media, para esperar la hora determinada por el capitán. Las señoras siempre amantes de la forma se ingeniaron del mejor modo posible y con cintas y flores de trapo arrancadas sus sombreros, formaron guirnaldas y coronas. Venian bordo como quince niños, todos se les puso un crespón negro en el brazo y se les dividió en dos hileras formando valla por donde debía pasar el cadáver.
Apenas apareció éste sobre cubierta, ei capitán tocó una campana y la máquina fué parada en el acto.
Hubo un detalle verdaderamente conmovedor, el difunto venía metido dentro de la caja del violin del viejo.
Un marino de cara hosen y barbudo, horeajadas sobre la baranda, esperaba con una cuerda en la mano, al extremo de la cual había una gruesa bala de hierro.
Todos estábamos con las cabezas descubiertas.
El capitán leyó el documento en el que se indicaba el nombre del muerto y el certificado del médico en que expresaba la enfermedad de que había sido victima.
La madre sollozaba de hinojos al lado del extrano ataud; el padre, con la cabeza levantada y los ojos abiertos con esa fjeza imperturbable de los ciegos, oraba; y el hermanito mordia el ala raida de su sombrerillo de fieltro que repasaba entre sus manos, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas flacas y pecosas.
Terminada la lectura del documento, el capitán dió la orden de liar la caja en una bandera italiana y atalarla la cuerda de que ya hemos hecho menLa madre redobló sus sollozos, echándose sobre lo caja que besaba con arrebato mientras decía todas esas palabras mimosas que constituyen el vocabulario afectuoso de las madres: ciclito, adoración, encanto, resoro; y aferrándose su presa griFué en 1891 cuando pude intimar con el simpático poeta en su bobardilla, que tal era su cuarto de soltero. No era bohemio, si le damos esta palabra un mal significado. Ocupaba un puesto en la Administración. Era Oficial Mayor del Congreso, y como tenía su cargo el Boletin Oficial, le tocaba corregir los discursos de nuestros Diputados. Recordaréis lo que al principio dije de sus reglas gramaticales y de su ortografia sui generis pero la vida tiene estos contrastes, y él le tocó en suerte enmendar la plana a los gazafatones que si su vez cometían los Padires de la Patria durante una buena tem.
porada. Nos referia entonces en las ve.
indas interminables que celebrábamos en su casa o en el club, mil y una aventuras de sus recuerdos de Guatemala; recitaba poesias con cierto acento y tono melancólico que de pronto cortaba con el chis.
te inevitable. con su sonrisa contagiosa para todos. Nos hablaba de Gutierrez Najera, le encantaban entre otras composiciones, la Duquesa Job y Mariposas y nos dio a conocer al bardo delicado, en fermizo y genial que se llamó Isaias Gamboa. La Sonrisa del Retrato en la boca de Aquileo tenia un encanto inolvidable.
sión.

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