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PÁGINAS ILUSTRADAS Cortesana Samuel Levis, en Pand Cuando, cubierta de flotantes gasas, ante los hombres pasas, los que sufren el rejo de tu orgullo, como vencidos en mortal conquista, inclinanse tu vist: sin proferir un timido murmullo, Siempre fue la belleza ejecutoria; pero más alta glorin a las deidades concederte plugo: tú envanecida nada más te sientes corazones y frentes rindiendo a los rigores de tu yugo.
Sólo que no es tu yugo soberano ese que por liviano Citeres pone a su gentil cuadriga: sométese a tu yugo el albedrío, como animal bravio al encendido rejo que lo hostiga.
Cuadra a la majestad de tu figura arrogante apostura: ella tu afán despótico interpreta; pero es otro el cncanto no sabido que el ánimo rendido a tu indomable voluntad sujeta.
Por eso ni te tientan ni te ufanan las victorias que ganan aun vulgares y frívolas hermosas: Iqué miserable galardón el de ellas!
Si cautivan por bellas, son, en cambio, sin número las rosas.
Mas si, presa de lubricos antojos, tus abrasantes ojos en apuesto doncel pones al cabo, aun en tierra clavada la rodilla, es de ver cómo brilla el semblante gozoso del esclavo.
En el tus mimos de mujer agotas; sus ligaduras rotas, tu pavés de reina lo levantas; mas no como señor le das abrigo: el estar: contigo bajo regio dosel. pero a tus plantas, Ni compartes el trono ni lo cedes: tus besos son mercedes, y, sin que sienta el triste sambenito, el mortal satisfecho que en tus brazos halla dichosos lazos.
es. apenas tu esclavo favorito, Como hay dejos de Macbeth en tu vida, el que, en torpe caída, se rinde y cede tu poder tirano, ese infeliz, no sin angustia, siente palpitar sordamente las audacias del crimen en su mano.
Pero una vaga sombra de tristeza anubla tu grandeza, y, así como en la cumbre sin verdura que destaca su cresta en el vacio.
desesperante frio reina para las almas en tu altura.
Esos los triunfos son de tu mirada, deslumbradora espada.
como que brilla cual metal bruñido. que con sólo un reflejo de su lampo el contrapuesto campo reduce, irresistible, a su partido, 35 Ni alcanza con el hálito más leve tu cumbre de vieve, aquel soplo de angélicas esferas que en la roca de duros corazones, con ramas floraciones hace brotar hermosas primaveras.
10 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica

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