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42 PAGINAS ILUSTRADAS Vida anecdótica de los proceres El tribunal del cuero Р 11 tr do in ре El General don Manuel José Arce, era un hombre de rectas intenciones, patriota en grado sumo, animoso, firme, generoso y por añadidura honrado carta cabal; lo que hoy lo haría acreedor un calificativo no muy respetuoso, pero si muy gráfico. Con tan limpias ejecutorias se atrajo fácilmente las simpatias del pueblo, y siguiendo en su carrera impelido por el aura popular, llego ser una figura de importancia en los anales politicos de su patria.
Hasta aqui no quema mis labios la lisonia al narrar las bellas prendas que adornaron tan distinguido salvadoreño, pero fuer de imparcial diré mis lectores que el General tenia, además de tan recomendables virtudes, un pequeño, casi insignificante defecto, y era este: el de querer tanto como su patria las garridas mozas cuz catlecas.
Hay que tener en cuenta para disculpar al General, la circunstancia de que las sansalvadoreñas de 1800, no eran menos guapas que las de 1900; y para absolverlas. ellas, es decir, a las del tiempo del General, hay que tener presente que el CHATO ARCE (como cariñosamente le decían. no era del todo feo y debemos concederle simpatias para explicarnos las campañas que dicen que gano en los campos del trapicheo y la galanteria.
Sabido es que en aquellos buenos tiempos, después de dadas las ocho de la noche, pocos se aventuraban salir por las calles de San Salvador, pues fuera de uno que otro candilejo que ardia en tal cual muro a la vera de un Santo, lo demás permanecia tan obscuras conciencia como la de más de algún picuro lector.
La población de entonces distaba mucho de ser lo que ahora. El centro tenía muchos sitios grandes sin edificar, circunvalados con muros por sobre los cuales lucían sus ranias los limares y los naranjales floridos, que hacian caer su nivea allombra de azalares al paso de las bellezas provincianas. Los barrios presentaban un aspecto bien distinto del de ahora, abundaban en ellos las cercas y los patios barridos en donde el pue.
blo, a falta de billares, jugaba a las bolas en los dias de fiesta. El de Candelaria contaba por aquel entonces, entre otros poéticos atractivos, con el de tener en su recinto, entre un verdadero enjanbre de guapisimas muchachas, una que era un verdadero portento de herniosura, con unos ojos y una gracia y un recato que le traia sorbido el seso medio San Salvador; y según me contaba un viejo que decia haberla alcanzado a conocer, va bastante entradita en años, no ha habido hasta nuestros dias otra como ella. Ya se ve que el anciano que tal cosa me decia, por razón de los años y la consiguiente falta de vista, no podia entablar comparaciones, que cierto estoy de que muchas de mis lectoras, al pasar por la Avenida Independencia, han hecho que el busto del Gene.
ral eche de menos sus piernas para. seguir tras ellas.
Pero no divaguemos y volvamos al asunto. La bella de mi cuento solía asistir a la misa de la Parroquia, casi todos los domingos; y tras ella ibanse las miradas pecaminosas de todos los amados oyentes del Padre Cura, pues tanto entre los hombres, como en el bello sexo, se levantaba su paso un murmullo va bien de admiración o ya de envidia. Las cosas llegaron tal grado, que el padre de la chica (cuyo nombre no con signaré para evitar conflictos. se vio en el caso de resolver que su hija, en vez de ir a la Parro quia, oyera la misa los dias de precepto en la iglesia de San Jacinto; pero como quiera que los amartclados pronto supieron la paternal disposi.
sión, al domingo siguiente se congregaron en aquel lugar; y cuentan que el señor Síndico Municipal, Secretario de la Santa Hermandad y Capitán de Milicias Reales, don José Abasca, honbre de más de 50 años por aquel entonces.
no obstante sus cargos y sus años, figuraba en la lista de los amartelados y estuvo por ella punto de tener un lance con don Antonio For nier, que era un mosalvete originario de Orizaba, metido tenorio no obstante que su condición de dependiente de don Carlos Sorcuzana, no le es ha fer no su me tas un. ten yt ΓΟ fija cele pro de pac con se sues Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica

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