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PÁGINAS ILUSTRADAS 21 le to La Batalla de Rivas ez 10 11 de abril de 1856 DO La presente relación de la batalla de Rivas ha sido dictada por el general dan Victor Guardia, mos que ica o ven. s, no horrile no ado. as a TODAS gran. tienes as abul El llamamiento a las armas lanzado por don Juan Rafael Mora para expulsar Walker y demás filibusteros de Nicaragua, me sorprendió en Puntarenas, donde prestaba servicio como capitán de infantería, aunque a la sazón me hallaba gozando de licencia temporal.
En 1851, a la edad de veintiún años, ingresé en el servicio activo de las armas con el grado de subteniente y el empleo de secretario de la comandancia de la Plaza de Guanacaste, de la cual mi padre, Rudesindo Guardia, cra go.
bernador y comandante. Mi primo carnal, Joaquin Lizano, que después sirvió altos puestos públicos y ejerció interinamente la presidencia de la República, era entonces secretario de la gobernación.
Desde niño tuve afición la carrera de las armas. Tanto en mi familia paterna como en la de mi madre hubo militares distinguidos. Mi padre fué coronel; mi abuelo, Victor de la Guar.
dia, llegó a obtener los entorchados de brigadier en la provincia de Panamá en tiempos del Go bierno español; y en 1823, habiéndose trasladado Costa Rica, la Junta de gobierno lo nombró coronel del batallón provincial, que fue el grado más alto qne se confirió en aquella época. Estimulado por estos antecedentes, me dediqué con cmpeño al estudio de la ordenanza y de la táctica. y ascendi teniente y después capitin, no sin dificultad, porque antiguamente no se prodigaban como ahora los grados militares, cuando menos a los que éramos llamados teteranos por haber hecho del servicio militar una carrera. El comandante general José Joaquin Mora había establecido una disciplina muy severa en los cuarteles y formó un cuerpo de 25 30 sargentos instructores muy competentes, que prestaron importantes servicios, especialmente durante la guerra. principios de marzo de 1856 llegaron a Puntarenas las primeras tropas del interior y recibí orden de trasladarme con ellas al Guanacaste. Hicimos el viaje en bongos hasta El Bebe dero; de allí seguimos Bagaces y después Liberia, donde se hallaba el General Cañas disci plinando algunas milicias guanacastecas. En esta ciudad se concentrá todo el ejército, compuesto de 500 hombres, al mando del general don José Joaquín Mora, y se le dió la debida organi zación. Don José María Cañas, había sido nombrado jefe de estado mayor y que desde los primeros dias me mostró gran simpatia, me propuso para el mando de un batallón: pero los se ñores Moras no quisieron accededer a esto, por cuanto decian que yo no era amigo suyo. Enton ces Cañas me nombró su primer ayudante, puesto para mí níuy grato, porque este jefe ha sido uno de los hombres más afables y bondadosos que he conocido, a la vez que valiente, enérgico y excelente militar. Antes de la salida de las tropas hubo una gran revista en Liberia y yo fu nombrado para mandarla, supongo que por influencias de Cañas.
Nuestro ejército presentaba un aspecto admi rable. Estaba formado en su totalidad por volun tarios, todos jóvenes y robustos, porque hubo de sobra dónde escoger entre los millares de hombres que se presentaron al llamamiento del Pre sidente. Los que no fueron elegidos regresaro sus casas profundamente disgustados, tal era e entusiasmo que despertaba en todas las clases sociales aquella guerra tan justa. Entre los oficia les se contaban casi todos los jóvenes de las principales familias del país; algunos se habiat alistado en calidad de soldados, entre ellos don Prospero Fernández, más tarde general y presi dente de la República.
Como ejemplo del entusiasmo que reinaba por la guerra, puedo citar el caso de mi hermano Faustino Guardia, que solo tenia entonces diecio cho años. Se hallaba en Alajuela con mi madre cuando salió el ejército, y a pesar de sus repetidas solicitudes para que se le incorporase en las filas, no lo consiguió, entre otras cosas por 1: oposición de mi madre, que alegaba con justicia que ya tenía dos hijos en camino de la frontera mi hermano Tomás y yo. Faustino, que era de que tú grande.
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