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24 PÁGINAS ILUSTRADAS espiritu muy inquieto y sumamente valeroso, no pudo consolarse de la negativa que se le opuso y se escapó de Alajuela en una mula cerril. Llegó Puntarenas, ciudad de que era Gobernador mi padre, y después de recibir allí la merecida reprimenda, se me apareció un día en Liberia con lo encapillado y sin un real. Con el producto de la venta de un reloj y un doble sueldo que debi. la generosidad de Cañas, pude comprarle lo necesario y fue incorporado, con el grado de subteniente, al cuerpo de caballería que mandaba el sargento mayor veterano Julián Arias.
Habiendo llegado noticias al cuartel general de que fuerzas de Walker se hallaban en territorio de Costa Rica, marchó de Liberia una columna de 500 hombres a las órdenes de José Joaquin Mora, en dirección a la frontera de Nicaragua.
El 20 de marzo en la tarde sali con el general Cañas y un batallón y fuimos a dormir Los Ahogados, cuatro leguas de Liberia. Alli nos llevó en la noche un capitản nicaragüense, llamado Felipe Ibarra, la noticia de la victoria de Santa Rosa. Excuso decir la alegría que nos produjo, porque los filibusteros pasaban por invencibles. Al día siguiente continuamos la marcha y en el lugar llamado El Pelón nos juntamos con la vanguardia vencedora. Traia unos veinte prisioneros, la mayor parte europeos. Don José Mora, que era hombre compasivo, aseguró estos infelices, en presencia mia y de otros oficia.
les, que no serian pasados por las armas. De El Pelón regresamos todos Liberia. Llegados a esta ciudad, Juan Rafael Mora sometið los prisioneros un consejo de guerra, que estuvo reunido dos dias. Mientras duraban las discusiones, uno de ellos, que era italiano, me reconoció como uno de los oficiales que habían oido las palabras del general y me suplicó que intercediera con el presidente. Yo crei de mi deber hacerlo; me presente en el cuartel general, y llegando presencia de Juan Rafael le referi lo ocurrido en El Pelón. Me contestó muy exaltado que si yo pretendia favorecer a los filibusteros; que éstos eran hombres considerados como fuera de la ley en todos los paises del mundo; que era necesario escarmentarlos, etc. Por mi parte contesté que la palabra de un general también era ley en todas partes pero el resultado fue que sali con las cajas destempladas. El consejo de guerra dictó sentencia de muerte contra los pri: sioneros, que fué ejecutada en Liberia. En mi calidad de jefe de dia me tocó el penoso deber de llevar las tropas presenciar la ejecución. Por fin salimos para la frontera y nos concentramos todos en Sapoá, donde se pasaron algunos trabajos por la escasez de viveres, que habia que traer desde Liberia en unas pocas mulas que iban y venian constantemente. La carne no faltaba, pero un plátano llegó a valer hasta dos reales.
Estando en Sapoá tuvimos aviso de que desde la bahía de Potrero Grande habían visto pasar un vapor navegando al Sur con un barco de vela remolque, y se temió que pudiera ser una nueva expedición de Walker dirigida contra nuestras costas. Inmediatamente se dispuso que el general Cañas regresase Liberia con el batallón que mandaba el sargento mayor Juan Francisco Corrales. Yo me encontraba en un lugar llado Las Animas, situado como una ho.
ra de Sapoá caballo, y me incorporé al batallón cuando por allí pasó las seis de la tarde. Anduvimos toda la noche sin parar, y al dia siguiente entramos Liberia a las diez de la mañana, des.
pués de una terrible jornada de veinte leguas, que el batallón soporto valientemente, sin una protesta ni un murmullo, con la disciplina y sumisión de una tropa encanecida en el servicio de las armas.
En Liberia permanecimos poco tiempo, hasta que se supo que el vapor pertenecía a la compa.
nía del Tránsito y que el buque que llevaba remolque iba cargado de carbón. Regresamos entonces Sapoá, de donde había partido ya el ejército, y continuamos hacia Rivas. El 10 de abril en la tarde acampamos una jornada corta de esta ciudad. Estábamos preparando el rancho cuando recibió Cañas un correo del cuartel general con la orden urgente de apresurar su llegada, porque se tenia un ataque de Walker de un momento a otro. En el acto se puso el batallón en marcha sin comer y a las nueve de la noche entramos Rivas. En una casa frente a la que ocupaba el presidente Mora y el estado mayor general, fuimos alojados los ayudantes de Cañas.
Rendidos de cansancio nos metimos inmediatamente en la cama sin pasar bocado. la mañana siguiente, después de bañarme y endosar un uniforme limpio, me dispuse salir en busca de una taza de café que me pedía el cuerpo con urgencia. En el momento en que asomé la calle vi que llegaba un hombre todo correr a la casa del frente que, como he dicho ya, era la que ocupaba el estado mayor general. Después supe que este hombre era un rivense, que si mi memoria no me es infiel se llamaba Padilla. Comprendiendo que algo suceEste documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica

    Death Sentence