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26 PÁGINAS ILUSTRADAS jante al maullido de un gato. Con esta carabina hice varios disparos sin resultado un jefe yanki que llevaba lujoso uniforme y sombrero con penacho. Este jefe se asomaba de vez en cuando al corredor del Cabildo, blandiendo la espada y animando a su gente, pero se metia de prisa dentro del edificio al oir el desagradable so nido de las balas de mi carabina. Con un filibus.
tero grande, gordo y de camisa roja tuve mejor acierto. Frente a la entrada del cabildo que miraba al Sur, había un descanso de mamposteria, con gradas oriente y poniente. El filibustero se había echado de barriga sobre las que bajaban hacia el Este y desde allí nos disparaba, apoyando su rifle sobre el descanso y ocultándose des.
pués de cada tiro. Habiendo observado su maniobra, puse cuidadosamente la puntería al des.
canso y aguarde. poco surgió la mancha roja de la camisa ciento cincuenta varas y largué el tiro. No volvió a asomar el yanki; pero al dia siguiente, cuando ya no me acordaba del asunto, pasé por frente del Cabildo y de pronto me estremeci al ver tendido en las gradas un hombrazo de camisa colorada, y de prisa me desvie de aquel sitio.
Insistiendo el estado mayor en recuperar el cañón, mando con una guerrilla al valiente capitán veterano Vicente Valverde, que avanzo con mucho denuedo hasta el fortín. En este momento observé que se preparaban a hacer una descarga cerrada del Cabildo y grité los de la guerrilla que se echaran al suelo, cosa que hicieron los oficiales Macedonio Esquivel y un Mayorga, de Cartago, así como algunos soldados; pero Valverde era sordo y sin duda no me oyó. Se quey do suspenso, y mirando a un lado y otro, como buscando la explicación de alguna cosa. Sono la descarga y Valverde cayó muerto sobre un mon tón de cadáveres. En otro ataque que se hizo con igual objeto fueron heridos en el mismo sitio los capitanes Joaquin Fernández y Miguel Granados, pero yo no los vi caer. Fernández tuvo la presencia de ánimo de fingirse muerto, porque los filibusteros tiraban sobre los heridos. Granados estuvo agitándose y lo ultimaron desde el Mesón.
El sargento mayor, Juan Francisco Corrales, estaba acuartelado con su batallón, compuesto casi todo de gente de Alajuela, en una casa situada diagonalmente con la esquina sudoeste del Mesón. La entrada de los filibusteros lo sorprendið medio vestir, y tomando su espada se echó a la calle con un pantalón blanco y en mangas de camisa. Estuvo peleando allí largo rato a pecho descubierto con admirable arrojo y perdió mucha gente en su empeño de desalojar al enemigo del Mesón. Más tarde atravesó la calle y vino al fortin por dentro de los solares pregun tarme si le podia dar algunos hombres. Le contesté que era imposible porque tenia muy pocos, pero le indiqué una puerta entre dos solares, por donde podría llegar el cuartel general. Al cabo de una hora próximamente lo vi volver con unos veinte soldados por mitad del solar. Le grité de lo alto del fortín que se guareciera del fuego que hacian desde el tejado del Mesón, pero en ese mismo instante cayó. Un sargento salvadoreño llamado Cipriano, que lo acompañaba, se precipito auxiliarlo, preguntándole dónde estaba he: rido. Me han matado le contesto Corrales; pero no importa, porque muero con honra. La muerte de este jefe fue muy sentida. Era un caballero muy valeroso, simpático y de muy buena presencia. Después se dijo, no sé por qué, que lo había matado un alemán que lo conocia muy bien y había sido jardinero de los Moras antes de ingresar en las filas de Walker.
En un momento del combate que no puedo precisar, vi venir por la parte norte de la ciudad, mi querido amigo el capitán Carlos Alvarado montado en una mula. Cuando iba a llegar a la esquina le grité que tuviese cuidado con los ene.
migos del Mesón. Carlos no se detuvo, sin embargo, y dobló la esquina hacia el oeste, en dirección del cuartel general. Luego me dijeron que lo hablan herido al llegar allt; pero su hermano don Rafael Alvarado, que vino después al fortin, me dio la triste noticia de su muerte.
Mais tarde presencie el acto heroico de Juan Santamaria. Lo vi desprenderse del cuartel de Corrales con una tea, atravesar la calle y aplicarla al alero de la esquina sudoeste del Mesón. Regresó sano y salvo. poco lo vi salir de nuevo y hacer lo mismo; pero esta vez, al retirarse, ca.
yó hacia media calle. Yo conocia a Juan Santamarla como a mis manos. Siendo niño vivi lar.
go tiempo en Alajuela. Santamaria era tambor (9) Brewester tambien habia logrado despejar el lado de la placa por donde habla entrado, y con la compania del capitán Anderson al frente llevaba adelante su columna hacia las casas ocupadas por los costarricenses. Sin embargo, unos cuantos encmigos armados con fusiles de precision labian tomada posesión de la torre al frente de los rifleros, y tanto los molestaron que finalmente tuvieron que ponerse a cubierto. WALKER, Historia de la guerra de Nicaragua Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica

    Guerrilla
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