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PAGINAS ILUSTRADAS 31 OB T desmonte. Alli cayeron los capitanes Vicente Valverde, Carlos Alvarado y Miguel Granados, el teniente Ramón Portugués y si mal no recuer.
do Florencio Quirós. En el solar de la casa que vo ocupaba yacian el sargento mayor Juan Francisco Corrales y el teniente Juan Ureña. En verdad, la alegria del triunfo no compensaba la pér dida de tantos valientes y abnegados hijos de Costa Rica.
Para honra de nuestras armas debo decir que no hubo un solo desertor ni un solo prisionero.
El único hombre que desapareció fue un músico de la banda militar de la plaza de Heredia, conocido con el apodo de El Cuaquero. Este indivi.
duo era un original que tenia la chifladura de gas.
tarse todo su dinero en ropas; parece que tenia hasta un frac. Cuando llegó el ejército Rivas alquiló un cuarto en el Mesón de Guerra, alojándose en el con su lujoso equipaje. Estaba todavia en la cama cuando entraron los filibusteros, y como no se le volvió a ver nunca y su cadáver no fue hallado, se supone que se quemó en el incendio del Mesón.
En los momentos de la sorpresa la mayor par te de los soldados estaban dispersos por la ciudad desayunándose, pero inmediatamente acu.
dieron todos sus diferentes cuarteles. Calculo que en la batalla tomaron parte unos 500 hom.
bres cuando más; porque en San Juan del Sur estaba un batallón y otro en La Virgen, que llegó en la tarde con Juan Alfaro Ruiz. El del coronel Ocaña no entró en combate, porque lue puesto de reserva para proteger la retirada en ca so de necesidad. Entre las recompensas otorgadas por la orden general del dia 12 de abril, tuve la satisfacción de leer mi ascenso al grado de sar.
gento mayor.
Esta relación no es la de la batalla de Rivas del 11 de abril de 1856, sino tan sólo la de los incidentes que yo pude ver de ese combate memorable, uno de los más sangrientos y encarni.
zados que se han librado en el suelo de la Amé rica Central. En él se prodigo el heroísmo, pero también hubo gran lujo de inexperiencia, cosa muy natural tratándose de un ejército bizoño.
Las tentativas para recuperar el cañón perdido por Morin fueron una insensatez, apenas comparable a las cargas de caballeria contra casas aspilleradas. Esto último yo no lo presencié, pero me fué referido por mi hermano Faustino, que tomó parte en ellas. Al principio se pensó en perseguir a Walker, y fue mucha lástima que así no se hiciera, porque el famoso filibustero iba deshecho y escarmentado, y creo que si le hu.
biésemos dado alcance en Nandaime, donde se detuvo para esperar a los rezagados, habria ter minado la guerra. En la mañana del 12 se formó una columna de 800 hombres al mando de Cañas para perseguirlo. Esta columna estaba dividi da en cuatro secciones de 200 soldados, que de biamos mandar Santiago Millet, Indalecio Sáenz, otro jefe cuyo nombre no recuerdo y yo; pero luego se abandonó el proyecto. eso del mediodia del 12, recibi orden del general Cañas para ir a capturar a un filibustero portugués muy peligroso, que según se decía estaba escondido en la hacienda de San José, situada como legua y media de Rivas. Parti con dos oficiales, uno de ellos era Román Rivas, nicara.
güense. Llegados la hacienda no encontramos más que a una vieja, que se negó hablar hasta que la atemorice con amenazas. Entonces me confesó teniblando que el portugués estaba ocul.
to en un ranchito y que tenia un revolver y un rifle. De lejos nos mostró el rancho y echó co.
y rrer. Nos acercamos, y entrando de sopeton puse mi revolver en el pecho del filibustero que estaba cchado en lina hamaca y herido en un brazo. Mis ayudantes se apoderaron de sus armas y de una valija donde estaban los papeles que queria coger el estado mayor. Después monté al portugués, que era hombre fornido y mal encarado, en una yegua de la hacienda, que ensillamos con una albarda, y me lo lleve a Rivas.
Al echar pie a tierra en mi alojamiento recibi orden de Cañas para presentarme inmediatamente su despacho. Lo encontré rodeado de jefes y oficiales, escribiendo en una mesa y, contra su costumbre, de muy mal humor. Me mando tomar asiento y cuando acabo de escribir me tendió un pliego cerrado junto con una orden dirigida al coronel Ocaña, para que me diera cin.
cuenta hombres y después de mandar a dos dragones y un corneta que me siguiesen, me dijo. Tome Ud. el camino de La Virgen. Cuando llegue Las Lajas abra este pliego y haga lo que en él se le ordena. lo que respondi. Sus órdenes serán cumplidas, mi general. Saludé y di media vuelta. Al salir oi que Cañas pronunció algunas frases de encomio para mi. Después supe que varios oficiales se habian negado desempeñar aquella misma comisión con 400 hombres.
Cuando llegué a Las Lajas abri el pliego. En él se me ordenaba que siguiera hasta La Virgen con muchas precauciones, porque había noticias de que en ese puerto se hallaba Walker; que en DES RIA coneros, para gran cepuOs y cios. ITA Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica,

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