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ción no se muestren perturbados, desorientados, si no escandalizados. 77. Cómo habéis de vivir, amados Hermanos, esta unidad de Pastores, en esta Conferencia que es por sí misma señal y fruto de una unidad que ya existe, pero también anticipo y principio de una unidad que debe ser aún más estrecha y sólida! Comenzáis estos trabajos en clima de unidad fraterna: ser ya esta unidad un elemento de evangelización.
Verdad sobre el hombre II, 2, Unidad con los sacerdotes, religiosos. Pueblo fiel 1, La Verdad que debemos al hombre es, ante todo, una verdad sobre el mismo. Como testigos de Jesucristo somos heraldos, portavoces, siervos de esta verdad que no podemos reducir a los principios de un sistema filosófico o a pura actividad política; que no podemos olvidar ni traicionar.
Quizás una de las más vistosas debilidades de la civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre. La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes. Cómo se explica esa paradoja? Podemos decir que es la paradaja inexorable del humanismo ateo. Es el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser el absoluto y puesto así frente a la peor reducción del mismo ser. La Constitución Pastoral Gaudium et Spes toca el fondo del problema cuando dice: El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado (G. 22. La Iglesia posee, gracias al evangelio, la verdad sobre el hombre. Esta se encuentra en una antropología que la Iglesia no cesa de profundizar y de comunicar. La afirmación primordial de esta antropología es la del hombre como imagen de Dios, irreductible a una simple parcela de la naturaleza, o a un elemento anónimo de la ciudad humana (cf. 2, y 14, En este sentido, escribía San Ireneo: La gloria del hombre es Dios, pero el receptáculo de toda acción de Dios, de su sabiduría, de su poder es el hombre (S. Ireneo, tratado contra las herejías, libro III, 20, 3. este fundamento insustituible de la concepción cristiana del hombre, me he referido en particular en mi Mensaje de Navidad: Navidad es la fiesta del hombre. El hombre, objeto de cálculo, considerado bajo la categoría de la cantidad. y al mismo tiempo, uno, único e irrepetible. alguien eternamente ideado y eternamente elegido: alguien llamado y denominado por su nombre y (Mensaje de Navidad, Frente a otros tantos humanismos, frecuentemente cerrados en una visión del hombre estrictamente económica, biológica o síquica, la Iglesia tiene el derecho y el deber de proclamar la Verdad sobre el hombre, que ella recibió de su maestro Jesucristo. Ojalá no impida hacerle ninguna coacción externa: Pero, sobre todo, ojalá no deje ella de hacerlo por temores o dudas, por haberse dejado contaminar por otros humanismos, por falta de confianza en su mensaje original.
Cuando pues un Pastor de la Iglesia anuncia con claridad y sin ambigüedades la Verdad sobre el hombre, revela por aquél mismo que sabía lo que había en el hombre (Jn. 2, 25. debe animarlo la seguridad de estar prestando el mejor servicio al ser humano.
Esta verdad completa sobre el ser humano constituye el fundamento de la enseñanza social de la Iglesia, así como es la base de la verdadera liberación. la luz de esta verdad, no es el hombre un ser sometido a los procesos económicos o políticos, sino que esos procesos están ordenados al hombre y sometidos a él.
De este encuentro de Pastores saldrá, sin duda, fortificada esta verdad sobre el hombre que enseña la Iglesia. Signos y constructoras de la unidad La unidad de los Obispos entre sí se prolonga en la unidad con los presbíteros, religiosos y fieles. Los sacerdotes son los colaboradores inme.
diatos de los Obispos en la misión pastoral, que quedaría comprometida si no reinase entre ellos y los Obispos esa estrecha unidad.
Sujetos especialmente importantes de esa unidad, serán asimismo los rellgiosos y religiosas. Sé bien cómo ha sido y sigue siendo importante la contriy bución de los mismos a la evangelización en América Latina. Aquí llegaron en los albores del descubrimiento y de los primeros pasos de casi todos los países. Aquí trabajaron continuamente al lado del clero diocesano. En diversos países más de la mitad, en otros, la gran mayoría del Presbiterio está formado por religiosos. Bastaría esto para comprender cuanto importa, aquí más que en otras partes del mundo, que los religiosos no sólo acepten, sino busquen lealmente una indisoluble unidad de miras y de acción con los Obispos. éstos confió el Señor la misión de apacentar el rebaño. ellos cortesponde trazar los caminos para la evangelización. No les puede, no les debe faltar la colaboración, a la vez responsable y activa, pero también dócil y confiada de los religiosos, cuyo carisma hace de ellos agentes tanto más disponibles al servicio del Evangelio. En esa línea grava sobre todos, en la comunidad eclesial, el deber de evitar magisterios paralelos, eclesialmente inacep tables y pastoralmente estériles.
Sujetos asimismo de esa unidad son los seglares, comprometidos indivi.
dualmente o asociados en organismos de apostolado para la difusión del Reino de Dios. Son ellos quienes han de consagrar el mundo a Cristo en me dio de las tareas cotidianas y en las diversas funciones familiares y profesionales, en íntima unión y obediencia a los legítimos Pastores.
Ese don precioso de la unidad eclesial debe ser salvaguardado entre todos los que forman parte del Pueblo peregrino del Dios, en la línea de la Lumen Gentium. Il Defensores y promotores de la dignidad III. Quienes están familiarizados con la historia de la Iglesia, saben que en todos los tiempos ha habido admirables figuras de Obispos profundamente empeñados en la promoción y en la valiente defensa de la dignidad humana de aquellos que el Señor les había confiado. Los han hecho siempre bajo el imperativo de su misión episcopal, porque para ellos la dignidad humana es un valor evangélico que no puede ser despreciado sin grande ofensa al Cre ador.
Esta dignidad es conculcada, a nivel individual, cuando no son debidamente tenidos en cuenta valores como la libertad, el derecho a profesar la rell.
gión, la integridad física y síquica, el derecho a los bienes esenciales, a la vi.
da. Es conculcada, a nivel social y político, cuando el hombre no puede ejercer su derecho de participación o es sujeto a injustas e ilegítimas coerciones, o sometido a torturas físicas o síquicas, etc.
No ignoro cuántos problemas se plantean hoy, en esta materia, en América Latina. Como Obispos no podéis desinteresaros de ellos. Sé que os proponés llevar a cabo una seria reflexión sobre las relaciones e implicaciones existentes en la evangelización y promoción humana o liberación, considerando, en campo tan amplio e importante, lo específico de la presencia de la Iglesia.
Aquí es donde encontramos, llevados a la práctica concretamente, los te mas que hemos abordado al hablar de la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre.
Vuestro servicio pastoral a la verdad se completa por un igual servicio a la unidad.
II, Unidad entre los Obispos a Esta será ante todo unidad entre vosotros mismos, los Obispos. Debemos guardar y mantener esta unidad. escribía el Obispo San Cipriano en un momento de graves amenazas a la comunión entre los Obispos de su país sobre todo nosotros, los Obispos que presidimos en la Iglesia, a fin de testimoniar que el Eplscopado es uno e indivisible. Que nadie engañe a los fieles ni altere la verdad. El Episcopado es uno. De la unidad de la Iglesia, 8. Esta unidad episcopal viene no de cálculos y maniobras humanas sino de lo alto: del servicio a un único Señor, de la animación de un único Espíritu, del amor a una única y misma Iglesia. Es la unidad que resulta de la misión que Cristo nos ha confiado, que en el Continente latinoamericano se desarrolla desde hace casi medio milenio y que, vosotros lleváis adelante con ánimo fuerte en tiempos de profundas transformaciones, mientras nos acercamos al final del segundo milenio de la redención y de la acción de la Iglesia. Es la unidad en torno al Evangello, del Cuerpo y de la Sangre del Cordero, de Pedro vivo en sus Sucesores, señales todas diversas entre sí, pero todas tan importantes, de la presencia de Jesús entre nosotros.
III, Si la Iglesia se hace presente en la defensa o en la promoción de la dig nidad del hombre, lo hace en la línea de su misión, que aun siendo de carácter religioso y no social o político, no puede menos de considerar al hombre en la integridad de su ser. El Señor delineó en la parábola del Buen Samaritanod modelo de atención a todas las necesidades humanas (Lc. 10, 29ss. y declaró que en último término se identificará con los desheredados enfermos, en: carcelados, hambrientos, solitarios a quienes se haya tendido la mano (Mt. 25, 31ss. La Iglesia ha aprendido en estas y otras páginas del Evangello (cfr. Mc. 6, 35 44) que su misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción por la justicia y las tareas de promoción del hombre (cf. Documento Final del Sínodo de los Obispos, octubre de 1971) y que entre evangell zación y promoción humana hay lazos muy fuertes de orden antropológico, teológico y de caridad (cf. 31. de manera que la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la Interpelación recíproca que en el cu so de los tiempos se establece entre el evangelio y la vida concreta personal y social del hombre (E. 29. 10

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