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Los obispos reunidos en la ll Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla (México) del 27 de enero al 13 de febrero de 1979 emitieron un Mensaje a los Pueblos de América Latina Aquí transcribimos el texto integro de este Mensaje, que resume el espíritu y el contenido de esta III Conferencia.
Nuestra palabra: una palabra de fe, esperanza, carldad De Medellín a Puebla han pasado diez años. En realidad, con la ll Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, solemnemente inaugurfada por el Santo Padre Pablo VI, de feliz memoria, se abrió en el seno de la Iglesia un nuevo período de su vida (Cfr. Discurso inaugural de Pablo VI. Sobre nuestro Continente, signado por la esperanza cristiana y sobrecargado de problemas, Dios derramó una inmensa luz que resplandece en el rostro reuvenecido de su Iglesia (Presentación de los Doc. de Medellín. En Puebla de los Angeles, la III Conferencia del Episcopado de América Latina se ha reunido para retomar los temas anteriores debatidos y asumir nuevos compromisos, bajo la inspiración del Evangelio de Jesucristo.
Estuvo con nosotros, en la apertura de los trabajos, en medio de solicitudes pastorales que nos han conmovido profundamente, el Pastor Universal de nuestra Iglesia, Juan Pablo II. Sus palabras luminosas trazaron líneas amplias y profundas para nuestras reflexiones y deliberaciones, en espíritu de comunión eclesial.
Alimentados por la fuerza y la sabiduría del Espíritu Santo y bajo la protecy ción material de María Santísima, Señora de Guadalupe, con dedicación, humildad y confianza, estamos llegando al tinal de nuestra ingente tarea. No poy demos partir de Puebla hacia nuestras Iglesias particulares, sin dirigir una paabra de fe, de esperanza y de caridad al Pueblo de Dios en América Latina, extensiva a todos los pueblos del mundo.
Ante todo, queremos identificarnos: somos Pastores de la Iglesia Católica y Apostólica, nacida del corazón de Jesucristo, el Hijo de Dios Vivo.
Nuestra interpelación y súplica de perdón más promueven gestiones para su sobrevivencia y la clara afirmación de sus derechos?
Queridos hermanos: una vez más queremos declarar que, al tratar los problemas sociales económicos y políticos, no lo hacemos como maestros en la materia, sino como intérpretes de nuestros pueblos, confidentes de sus anhelos, especialmente de los más humildes, la gran mayoría de la sociedad latinoamericana. Qué tenemos para ofreceros? Como Pedro, ante la súplica dirigida a las puertas del templo, os decimos, al considerar la magnitud de los desafíos estructurales de nuestra realidad: No tenemos oro ni plata para daros, pero os damos lo que tenemos: en nombre de Jesús de Nazaret, levantaos y andad (Cfr. Hech, 3, el enfermo se levantó y proclamó las maravillas del Señor.
Aquí, la pobreza de Pedro se hace riqueza y la riqueza de Pedro se llama Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, siempre presente, por su Espíritu Divino, y en el Colegio Apostólico y en las incipientes comunidades que se han formado bajo la dirección. El gesto de curar al enfermo es señal de que el poder de Dios requiere de los hombres el máximo esfuerzo para el surgimiento y la fructificación de su obra de amor, a través de todos los medios disponibles: fuerzas espirituales, conquistas de la ciencia y de la técnica en favor del hombre.
Qué tenemos para ofreceros? Juan Pablo II en el discurso inaugural de su Pontificado, nos responde de manera incisiva y admirable al presentar a Cristo como respuesta de salvación universal, en la Plaza de San Pedro: No temáis, abrid de par en par las puertas a Jesucristo. Abrid a su poder salvador las puertas de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo.
Para nosotros, aquí reside la potencialidad de las simientes de liberacion del hombre latinoamericano. Nuestra esperanza para construir día a día, la realidad de nuestro verdadero destino. Así, el hombre de este Continente, objeto de nuestras preocupaciones pastorales, tiene para la Iglesia, un significado esencial, porque Jesucristo asumió la humanidad y su condición real, excepto el pecado.
Y, al hacerlo, El mismo asoció la vocación inmanente y trascendente de todos los hombres.
El hombre que lucha, sufre y, a veces, desespera, nu se desanima jamás y quiere sobre todo, vivir el sentido pleno de su filiación divina. Por eso, es importante que sus derechos sean reconocidos; que su vida no sea una especie de abominación, que la naturaleza, obra de Dios, no sea devastada contra sus legitimas aspiraciones.
El hombre exige, por los argumentos más evidentes, que las violencias físicas y morales, los abusos de poder, las manipulaciones de dinero, el abuso la violación, en fin, de los preceptos del Señor, no sean practicados, porque todo aquello que afecta la dignidad del hombre, hiere, de algún modo, al mismo Dios. Todo es vuestro; vosotros sols de Cristo y Cristo es de Dios (1 Cor. 3, 23. Lo que nos interesa como Pastores es la proclamación integral de la verdad sobre Jesucristo, sobre la misión de la Iglesia, sobre la naturaleza, la dignidad y el destino (Cfr. Juan Pablo II, Discurso Inaugural. Nuestro Mensaje, por lo mismo, se siente iluminado por la esperanza. Las dificultades que encontramos, los desequilibrios que anotamos, no significan señales de pesimismo. La verdad es que el contexto socio cultural en que vivimos es tan contradictorio en su concepción y modo de obrar, que no solameny te concurre a la escasez de bienes materiales, en la casa de los más pobres, sino también, lo que es más grave, tiende a quitarles su mayor riqueza que es Dios.
Esta constatación nos lleva a exhortar a todos los miembros conscientes de la sociedad de la revisión de sus proyectos y, por otra parte, nos impone el sagra.
do deber de luchar por la conservación y profundización del sentido de Dios en la conciencia del pueblo. Como Abraham; luchamos y lucharemos contra toda esperanza. lo que significa que jamás dejaremos de esperar en la Gracia y en el Poder del Señor que estableció con su Pueblo una Alianza inquebrantable, a pesar de nuestras prevaricaciones.
Es conmovedor sentir en el alma del pueblo la riqueza espiritual transbordante de fe, esperanza y amor. En este sentido, América Latina es un ejemplo del sexo, Nuestra primera pregunta, en este coloquio pastoral, ante la conciencia colectiva, es la siguiente: Vivimos, en realidad, el Evangelio de Cristo, en nuestro continente?
Esta interpelación que dirigimos a los cristianos, puede ser también analizada por todos aquellos que no participan de nuestra fe.
El cristianismo que trae consigo la originalidad del amor, no siempre es pracicado en su integridad por nosotros los cristianos. Es verdad que existe gran jerolsmo oculto, mucha santidad silenciosa, muchos y maravillosos gestos de acrificio. Sin embargo, reconocemos que aún estamos lejos de vivir todo lo que predicamos. Por todas nuestras faltas y limitaciones, pedimos perdón, ambién nosotros pastores, a Dios y a nuestros hermanos en la fe y en la humanidad.
Queremos no solamente convertir a los demás, sino también convertirnos untamente con los otros, de tal modo que nuestras Diócesis, parroquias, instiuciones, comunidades, congregaciones religiosas, no sean obstáculo sino, por il contrario, un incentivo para vivir el Evangelio.
Si dirigimos una mirada a nuestro mundo latinoamericano, qué espectáculo ontemplamos? No es necesario profundizar el examen. La verdad es que va lumentando cada vez más la distancia entre los muchos que tienen poco y los rocos que tienen mucho. Los valores de nuestra cultura están amenazados.
je están violando los derechos fundamentales del hombre.
Las grandes realizaciones en favor del hombre, no llegan a resolver, de malera adecuada, los problemas que nos interpelan.
Nuestra contribución ero, qué tenemos para ofreceros en medio de las graves y complejas cues anes de nuestra época? De qué manera podemos colaborar al bienestar de uestros pueblos latinoamericanos, cuando algunos persisten en mantener sus rivilegios a cualquier precio y otros se sienten abatidos, mientras que los de18

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