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Comentarios Millones de telespectadores, en América, en Correspondencia desde Alemania Federal Por Oscar Waiss El duro oficio de periodista Europa, en Asia y en todo el mundo contemplaron horrorizados el asesinato a sangre fría del periodista norteamericano Bill Stewart, por uno de los sicarios de la Guardia Nacional de Somoza; alli pudieron observar por si mismos, sin ei adorno de metáforas o explicaciones, como el inofensivo informador era obligado a tenderse de bruces en el suelo, con las manos en la nuca, para ser luego brutalmente pateado y, por fin, sin razón alguna, sencillamente por capricho, porque la vida para tales asesinos no significa nada, ametrallado en el terreno; las cámaras recogieron su estremecimiento final, el gesto desesperado de la carne que no se resigna a desaparecer, el último signo vital de lo que, hasta ese instante, nabía şido un ser humano.
Recuerdo que durante el llamado tancazo«
chileno, en Julio de 1973, aborto insurreccional que finalmente fracaso, un cameraman holandés estaba filmando la llegada de los camiones con tropas, en pleno centro de la ciudad de Santiago, cuando enfocó a un cabo que lo encañonaba con su metralleta; él mismo filmo a su asesino, y la película que tomó, proyectada posteriormente en todo ei mundo, muestra al criminal que le dispara y, luego, la camara se estremece, va cayendo lentamente y se hace la oscuridad total. Otro periodista caldo en el cumplimiento de sus tareas, pero que logró acusar desde la frontera misma de la muerte, a su victimario. Acusación inútil, por lo demás, porque tal como en el caso del asesino posibilidad alguna de defendernos o, por lo menos, decir una palabra de protesta. Yo era, entonces, Director de uno de los grandes diarios chilenos, pero para esa banda drogada y enfurecida, no era más que una res destinada al Matadero, un subhombre, un individuo sin ningún derecho, ni aún el elemental derecho a la vida.
Muchos periodistas chilenos murieron en los primeros días del golpe, entre ellos Augusto Olivares, el »perro. como le decíamos sus compaAeros, que cayó en La Moneda, junto al Presidente mártir Salvador Allende. Las cárceles y campos de concentración se poblaron con periodistas de los diarios, las radios y la televisión, sin que el Colegio de Periodistas, asaltado por elementos reaccionarios, tuviera un gesto para defendernos. En mi celda, de dos por tres metros, donde nos amontonábamos ocho »prisioneros de guerra. los periodistas éramos cuatro. Una vez fue a vernos el abogado del Colegio de Periodistas y le pedimos que nos defendiera; no volvió nunca más.
Hubo un periodista de derecha, demócrata cristiano, quæ tuvo la valentia de asumir mi defensa, ante las propias autoridades militares; un hombre ya anciano, casi inválido, que hoy está muerto. ese periodista yo le había tendido la mano cuando tuvo necesidad de ayda y él no lo olvidó. Unos pocos hombres son capaces de recordad y agradecer los apoyos. Este fue el caso del viejo periodista al que me refiero, y al que le rindo un homenaje postrero. Se llamaba Pablo Estay.
de Stewart, la maffia militar rodea, encubre, disfraza, esconde y, por fin, premia con un ascenso a la bestia homicida.
Cuando vi en la televisión al periodista norteamericano tendido en el suelo, con la cara en la tierra y las manos en la nuca, recordé mi propia estadía en el suelo de la Tercera Comisarla de Santiago, junto a 27 compañeros, de los cuales uno, por lo menos, era periodista lo mismo que yo, donde permanecimos por doce horas esperando, en cualquier momento, el balazo final.
Allí estábamos apiñados como animales, en medio de las risotadas de la soldadesca enfurecida, que nos menudeaba puntapiés y culatazos, sin los dictadores cristianos de Latinoamérica, con amor que bajo vuestros gobiernos están conculcados los más fundamentales derechos humanos de libertad de opinión, de expresión y asociación; que miles de personas inocentes son perseguidas, encarceladas indefinidamente sin garantias jurldicas, torturadas bárbaramente, y muchas veces asesinadas de manera descarada y disimulada.
Porque amo a los perseguidores os pido que pongáis fin a esta locura, a esta monstruosa opresión que os oprime a todos aunque de manera distinta: a esos hombres, mujeres acosados como fieras, les oprime el dolor y la angustia, a vosotros, vuestros enormes crimenes y pecados.
Porque os llamáis cristianos, os pido que deis la libertad a los presos, Alberto Iniesta Obispo que curéis las llagas de los torturados, que pidáis perdón por los muertos, y lo pido en nombre de la fe que decis confesar: En nombre del Padre que ama a todos los hombres con infinita ternura, pero especialmente a los más débiles y oprimidos; en nombre de Cristo, el Hijo de Dios, el hermano de todos los hombres, que murió por liberarnos a todos, en nombre del Espíritu de Dios, que es amor, que es unión y caridad entre los hombres que anima a los cristianos para que se comporten como Cristo.
Serla un milagro que me escuchárais siquiera. Seria un milagro mucho mayor aún el que cambiórais de conducta.
Dios mismo tropezói con la dureza del Faraón en el Antiguo Testamento, y Jesús experimento también el misterio de la impotencia ante muchos hombres ciegos de corazón porque no querían ver, sordos porque no querían oir.
Entonces si por desgracia continúais manchando vuestras manos de sangre, os pido otro favor al menos.
no os llaméis. Cristianos. mo mancilléis ese sagrado nombre de amor y de servicio.
Según lo que leemos en los Evangelios, me temo que Cristo mismo podrla llegar a llamaros. Hijos del Diablo. Desde España, con ansor, un cristiano Obispo: No es ironia, hermanos.
No es odio, hermanos.
Es el amor el que me mueve a escribiros esta carta, siguiendo el ejemplo reciente de un gran cristiano mundialmente conocido: el hermano Roger, prior de Taize.
Os llamo hermanos, porque sois hombres.
Os llamo hermanos, porque os llamáis cristianos.
Os llamo dictadores, porque es evidente a todo el mundo Detalle del mural la Guernica de Picasso Julio 13, 1979 19