Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.

Ta toda ella con entusiasmo, cuando con ocasion de mis anteriores estancias, en 1941 y 1942 tabs dividida. Se comprobaba, alll como en todas partes, que de todas las influencias la más fuen te es la del éxito.
Las memorias de De Gaulle 16tov, qulen, habiendo conferenciado de nuevo con Stalin, hizo saber que se contentaba con eso. So aferro, sin embargo, a una última condición a propó sito de la fecha en la cual se publicaría la llegada de Fouchet a Lublin. El ministro soviético pedia con insistencia que se hiciera al mismo tiempo que se anunciase la conclusión del tratado francorruso, es decir, dentro de las veinticuatro horas. Per To, precisamente, yo no quería esa coincidencia y se lo mandé decir de un modo terminante. Está bamos a 10 de diciembre. Esta seria la fecha del pacto. En cuanto a la presene a de Fouchet en Galitzia no se haría conocer hasta el 28, le más pronto. Así quedó convenido. etapa de Túnez fue marcada por una impos mente recepción que el bey tuvo a bien ofre.
cerme en el palacio del Bardo. Al lado de esta sensato soberano, en contacto con tunecinos de calidad, en esa residencia llena de recuerdos his.
tóricos, veía yo revelarse los elementos necesarios para el funcionamiento de un Estado. Este pre.
parado por nuestro protectorado. parecia noder muy pronto volar con sus propias alas median.
te cl concurso de Francia. El 16 de diciembre ese tábamos en París.
RIDAULT había ido, entretanto, al Kremlin, para poner a punto con nuestros colegas el texto definitivo del pacto. Cuando me fue presentado, lo aprobé integramente se esnecificaba el compromiso de las dos partes de proseguir la guerra hasta la victoria completa, de no firmar una paz por separado con Alemania y, ulteriormente, de adoptar en común todas las medidas destinadas a oponerse a una nueva amenaza alemana. Se necesita.
ba al participación de los dos países en la organi.
zación de las Naciones Unidas. El tratado tendría una validez de veinte años.
Me comunicaron que las últimas negociacioneg se habían efectuado en el Kremlin en una ha.
bitación contigua a aquellas por las que siguian yendo y viniendo los invitados a la velada. Durante aquellas horas difíciles, Stalin estaba continua mente al corriente de las negociaciones y la ar.
bitraba por el lado ruso. Pero esto no le impedia recorrer los salones para charlar o beber con unos y otros. El coronel Pouyade, que mandaba el regimento Normandia. fue en particular objeto de sus atenciones. Finalmente vinieron a anunciar que estaba todo preparado para la firma del pacto. Esta se verificaría en el despacho del sefor Molotov. Allí fui a las cuatro de la madrugada, Se mostraban allí muy satisfechos por la fir.
ma del pacto. El público veia en aquel asunto un signo de nuestro reingreso en el concierto de los grandes Estados. Los medios políticos lo aprecia.
ban como un eslabón tranquilizador de la cadena que ligaba las Naciones Unidas. Algunos profesio.
nales o maniáticos de las combinaciones mur muraban que el tratado habia ido sin duda acomrañado de un arreglo con respecto al partido co.
munista francés, a su moderación en la lucha poll.
tica y social y a su participación en el resurgi.
miento del país. En suma, por diversas razones, los juicios expuestos sobre el acuerdo de Moscú eran en todas partes favorables. La Asamblea consula tiva expresó también terminantemente su aproba.
ción. Bidault abrió el debate, el 21 de diciembre con la exposición de las estipulaciones que impli caba efectivamente el pacto. Lo cerré mostrando lo que había sido, lo que era y lo que sería la fllosofia de la alianza francorrusa que acabába.
mos de concertar.
La salvación (1944 61. Capítulo XIV SIN EMBARGO, la euforia general no borraba de mi espíritu lo que las conversaciones de Moscú me habían hecho prever de enojoso. Era de esperar que Rusia, América e Inglaterra celebra.
sen entre ellas un convenio con el que los dere chos de Francia, la libertad de lo pueblos, el equi.
librio europeo, corrían el riesgo de tener que sud frir. ceremonia revistió cierta solemnidad. Unos fotógrafos rusos actuaban, mudos y sin exigencias. Los dos ministros de Asuntos Extranjeros.
rodeados de las dos delegaciones, firmaron los ejem plares redactadog en francés y en ruso. Staliny yo estábamos detrás de ellos. De esta manera le dije ya está el tratado ratificado. Supongo que sobre este punto se habrá disipado su inquie.
tud. Luego nos estrechamos la mano. Hay que festejar esto. declaró el mariscal En un instante pusieron unas mesas y comenzaron a cenar.
ENTRETANTO, hice llamar a Georges Bidault!
para preguntarle si los rusos estaban dispues.
tos o no a firmar el pacto. El ministro de Asuntos Exteriorcs me respondió que todo quedaba pendiente de la aceptación por nuestra parte de una declaración conjunta del Gobierno francés y del Comité polaco, declaración que sería publicada al mismo tiempo que el comunicado referente al tra.
tado francorruso. En estas condiciones. declaró a Bidault. es inútil y resulta una inconveniencia la negociación. Voy, pues, a ponerle término. medianoche, una vez pasada la película y encen.
didas de nuevo las luces, me levanté y dije a Sta.
lin: Me despido de usted. Voy a tomar el tren dentro de un rato. No sabría agradecerle lo suficiente la manera con que usted personalmente y el Gobierno soviético me ha acogido en su vale.
roso pais. Nos hemos comunicado mutuamente nuestros respectivos puntos de vista. Hemos com probado nuestro acuerdo sobre lo esencial, que es que Francia y Rusia continúen juntas la guerra hasta la victoria total. Hasta la vista, señor ma.
riscal. Al principio, Stalin no pareció comprender. Quédese murmuró Van a proyectar otra película. Pero como yo le tendiese la mano, la estrechó y me dejó marchar. Llegué a la puerta saludando a la concurrencia que parecía paralizada de estupor.
En efecto, desde comienzos de enero, sin que se nos dirigiese ninguna comunicación diplomática, la Prensa anglosajona anunció que iban a reunirse en una conferencia los señores Roosevelt, Stalin y Churchill. Estos Tres decidirían lo que iba a hacerse en Alemania cuando el Reich se hubiese rendido sin condiciones. Decidirían tam bién su conducta con respecto a los pueblos de la Europa central y a fin de organizar las Naciones Unidas.
Stalin se mostró buen jugador. Con una voz suave, me dirigió un elogio: Se ha mantenido usted firme. Enhorabuena! Me gusta entender melas con alguien que sepa lo que quiere, aunque no sea de mi opinión. En contratse con la escena virulenta que había el interpretado unas horas antes al brindar por sus colaboradores, hablaba ahora de todo, de un modo desenvuelto, como si contemplase a los otros, a la guerra, a la Historia y se mirase a sí mismo, desde lo alto de una cima de serenidad. Después de todo decía. la única que gana es la muerte. Compadecía a Hitler. Ese pobre hombre que no saldrá de és ta. ante mi invitación. Vendrá usted a Pa.
rís a vernos. respondió. Cómo podréa hacerlo. Soy viejo. Moriré pronto.
UE se abstuvieran de invitarnos me desagrada: ba, sin duda, pero no me extrañaba en abso.
luto. Cualesquiera que hubieran sido los progre.
SOS raelizados en la vía que llevaría a Francia hasta su puesto, sabía yo muy bien de dónde ha.
bíamos partido para creer que habíamos llegado ya. Además, la exclusión de que éramos objeto debía verosímilmente acarrear una demostración que redundaria en beneficio nuestro. Porque las cosas habían madurado lo suficiente para que no se pudiera tenernos al margen de lo que iba a hacerse. Decidieran lo que decidiesen Roosevelt, Stalin y Churchill, en relación con Alemania a Italia, tendran, para aplicarlo, que solicitar la con formidad del general De Gaulle. En cuanto al Vis tula, al Danubio, a los Balcanes, América e In glaterra los abandonarían sin duda a la discre ción de los soviets. Pero entonces el mundo com probaría que existía una correlación entre la aut sencia de Francia y el nuevo desgarramiento de Europa. Finalmente pensando que había llegado el momento de manifestar que Francia no admitía aquella manera de tartarla, quería yo aprovechar, para hacerlo, aquella ocasión excepcional.
El señor Molotov acudió. Lívido, me acomparó hasta mi coche, él también le expresé mi satisfacción con respecto a mi estancia. Balbució unas silabas sin poder ocultar su desconcierto.
Era indudable que el ministro soviético estaba hondamente pesaroso de ver desvanecerse un proyecto perseguido con tenacidad. Ahora quedaba ya muy poco tiempo para cambiar de actitud an.
tes de que los franceses saliesen de la capital. El reconocimiento de Lublin por Paris había fallado, evidentemente. Pero, además, en el punto en que estaban las cosas, se corría el riesgo de que De Gaulle regresase a Francia sin haber concertado el pacto. Qué efecto produciría semejante resultado! no seria a él, a Mclótov, a quien Sta.
lin achacaria el fracaso? Er cuanto a mí, d:cidido del todo a vencer, volvi tranquilamente a la Embajada de Francia, Al ver que Bidault no me había seguido, le mandé recado invitándole a hacerlo. Dejábamos alli a Garreau y Dejean. Ellos mantendrian unos contactos que nos serían útiles!
sin comprometernos. EVANTO su copa en honor de Francia, que te nía jefes decididos, insobornables, y que él deseaba grande y poderosa porque. Rusia nccesi.
taba un aliado grande y poderoso. Por último be.
bió por Polonia, aunque no hubiese alli ningún po.
laco y como si quisiese tomarme de testigo de sus intenciones. Los zares dijo hacían una mala politica queriendo dominar a los otros pueblos es lavos. Nosotros tenemos una política nueva. Que los eslavos sean, en todas partes, independientes y libres! Así serán nuestros amigos. Viva Polonia, fuerte, independiente, democrática. Viva la amistad de Francia, Polonia y Rusia. Me miraba. Qué piensa sobre esto el señor De Gaulle?
Escuchando a Stalin, media yo el abismo que para el mundo soviético separa las palabras de los actos. Repliqué: Estoy de acuerdo con lo que el señor Stalin ha dicho de Polonia. y subrayé: Si.
de acuerdo con lo que ha dicho. decir verdad, entre los Tres. uno solo se oponía a nuestra presencia. Para hacernoslo com prender, británicos y rusos recurrieron en seguld da a los informadores oficiosos. Evidentemente, ya no creía que el mariscal Stalin, que conocía mi posición con respecto a Polonia, y Churchill, que contaba con obtener de sus compañeros carta blanca en Oriente, hubiesen insistido mucho para que De Gaulle estuviera a su lado. Pero era para mi indudable que la negativa explícita provenia del presidenta Roosevelt. El mismo, además, cre.
yó que debía explicarse sobre ello. Con ese fin delegó en Pars, a título de enviado especial. su primer consejero e intimo amigo, Harry Hop kins.
Los adioses adquirieron gracias a él un tono efusivo. Cuente usted conmigo. declaró si usted, si Francia nos necesita, compartiremos con ustedes hasta nuestra última sopa. De pronto, viendo cerca de el a Podzerov, el intérprete ruso que había asistido, a todas las conversaciones y traducido todas las palabras el mariscal le dijo con aire sombrío y tono duro. Tú sabes demasiado! Me dan ganas de mandarte Siberia Sali de la habitación con los míos. Al volverme en el umbral vi a Stalin sentado solo, ante la me sa. Se había puesto de nuevo a comer.
EN el fondo, no dudaba yo de las consecuencias.
En efecto, hacia las dos de la madrugada llegó Maurice Dejean a dar cuenta de un nuevo he.
cho. Después de una larga conversación de Stalin con Molotov, los rusos se habían declarado dispuestos a conformarse en cuanto a las relaciones entre Paris y Lublin, con un texto de declarac on muy suavizado. Garreau y Dejean creyeron entonces que podian sugerir una redacción de este género: Por acuerdo entre el Gobierno francés y el Comité polaco de la liberación nacional, el sefor Christian Fouchet es enviado a Lublin y el señor a Paris. Ante lo cual el señor Molotoy habia indicado que si el general De Gaulle nceptaba esta conclusión del asunto polaco, el pac.
to francorruso podia ser firmado al momento.
ESTE llegó días antes de abrirse la conferencia de Yalta. Le recibí el 27 de enero. Hopkins, acompañado del embajador Caffery, tenía por mit sión dorar la pildora. Pero como era un es píritu elevado y un hombre hábil, enfocó el asunto por todo lo alto y pidió que se abordase Is cuestión fundamental de las relaciones franco: americanas. Así era, en efecto, cómo podían aclar rarse las cosas. Hopkins se expresó con una gran franqueza. Existe dijor cierto malestar en tre París y Washington. Ahora bien, la guerra se acerca a su fin. El porvenir del mundo dependerá en cierta medida de la acción concertada do los Estados Unidos y de Francia. Cómo hacer salir nuestras relaciones del atolladero en que so hallan. NUESTRA salida de Moscú se verificó aquella misma mañana. El regreso se efectuó, como a la ida, por Teherán. Durante el trayecto me pregunté cómo acogería el pueblo francés el pacto del Kremlin, dados los avatares sufridos desde hacía treinta años por la alianza francorrusay las batallas de la propaganda, que a consecuencia del comunismo, habían falseado. largamente el problema. nuestro paso por El Cairo, tuve la primera indicación. El embajador Lescuyer me presentó allí la colonia francesa, congregada ahoRechacé, naturalmente, toda mención a un acuerdo con el Comité de Lublin. La única noti cia que, dentro de unos días, podía estar confor me con la politica de Francia y con la verdad seris sensillamente esta: El comandante Fouchet ha llegado a Lublin. Dejean fue a decirselo a MoAño del 150 Aniversario de la Independencia: 1971 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
Este documento no posee notas.