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imejores no hay!
Dos Hombres del Siglo Por ALFONSO REYES. Podría nuestro siglo enorgullecerse de haber dado ejemplos semejantes? Pues qué ejemplos de libertad mental y respeto a las opiniones y a las personas nos ha dado hasta hoy nuestra di chosa y dorada media centuria?
Pero he citado a Darwin y, por arrastre, ma veo llevado a recordar otro caso tan conmovedor como el de Spencer y Mill, pues la época abun.
da en altos aleccionamientos. Darwin era hombre cauteloso y, según la frase vulgar, se iba con pies de plomo. Había pasado unos veinte años tratando de edificar silenciosamente su teoria evc.
lucionista y cuando se decidia a publicar sus conclusiones (junio de 1857. recibió una carta de Alfred Russell Wallace con una memoria anexa que contenia las mismas conclusiones de Darwin.
Era Wallace un aficionado genial, un viajero, y se encontraba en las Celebes Coctubre de 1856)
cuando escribió su carta. Darwin, a pesar del equivoco que ello podia producir sobre la prioridad entre ambos se consideró obligado. puesto que así lo pedía su corresponsal sin figurarse siquiera el sacrificio que ello significaba. a comunicar al mundo científico los descubrimientos del distante viajero, que tan fácilmente hubiera podido escamotear o callar. La Linnean Society de Londres, a cuyo respetado presidente. Lyell, Darwin sometió el asunto. Jesolvió publicar los descubrimientos del señor Wallace, a condición de que no por eso se abstuviera el señor Darwin de publicar su propia obra sobre identica materia, campañas científicas y hasta políticas, de que las campañas actuales no son más que ecos evanes.
centes, el hoy algo olvidado filósofo Herbert Spencer, con un entusiasmo casi mistico que recuerda el que en sus respectivos campos, se adueno del biologo marino Thomas Henry Huxley y.
poco después, del zoólogo Ernst Haeckel, se dlo por entero a la empresa de transportar a las cien.
cias sociales aquellas revolucionarias nociones, re.
nunciando para ello a toda otra tarea, como In dirección de The Economist y ganandose traba.
josamente la vida La aparición de sus Primeros Principios. en que fue ayudado por los sabios evolucionistas de la época, produjo una verdadera tempestad. So lo acusaba de materialista y ateo, ante su afin por un extremado deseo de favorecer al seño Wallace La decisión no pudo ser más caballerosa, y honra a todos los personajes del drama Wallace, sin saber lo que acontecla, estaba enfermo de ma.
laria en una de las Molucas cuando recibió, casi un año después, la respuesta de Darwin, en que este lo invitaba a presentar por su conducto, ante la Sociedad Lineana, un desarrollo detenido y ex.
tenso de su teoria. La emoción no le dejaba ene tender y al fin se echó a llorar de alegria. Quién sabe si, al leer estas lineas, haga otro tanto. y no de alegria el laudator temporis acti.
El curioso puede leer por detalle ambas histo Tias en un libro excelente, generoso y estimulante de Herbert Wendt. In Search of Adam. tradise cido del alemán por James Cleugh (Boston. 1936. Guillermo Valencia Judith y Holofernes Un brillantisimo filósofo nos dijo que todo siglo tiene obligación de oponerse al que le precede. Con codemos que esta formula puede parecer muy hi lagueña a los muchachos para quienes acaso se saludable enamorarse de la hermosa inquietud contemporánea y otros idolos. pero no la hallsmos justificada, un prescindiendo de lo que hay de convencional y arbitrario en la denominación del siglo. El XIX, por ejemplo, acaba en 1918: y los Biglos de la Edad Media, en muchos aspectos, llegan hasta comienzos del XIX Algunos creen engrandecerse denostando al sl glo pasado. El estúpido siglo XIX. decia León Daudet, pero por odio al liberalismo, y nada más.
El creer que puede adelantarse en cualquier pr.
den de la actividad humana sin contar con las riquezas acumuladas por la tradición más es pre.
sunción que clarividencia, y síntoma, casi siem.
pre, de una oculta deficiencia mental o acaso temperamental. llámese como se llame el que la padece.
Por su parte, otro filósofo no menos brillante, Bertrand Russell, y autor además con su maes tro Whitehead. del libro sin duda más verdi dera y hondamente revolucionario publicado en nuestra ipoca (a saber. los Principia Mathem ties inaccesible por desgracia a los no familiari.
zados con estos simbolos, pero tan preñado de gérmenes y consecuencias filosóficas como el Par.
menides de Platón. al cumplir los ochenta a en 1952 hizo circular por las revistas un articu a en que levanta el balance de lo que le ha tocado presenciar en sus dias, que se confundem prácts.
camente con la última mitad del zarandeados.
glo XIX, comienza diciendo: Los ochenta años de mi vida cuenta entre los más ricos de acor tecimientos que registra la historia humana. Soo se los podria comparar con los ochenta años qua van de la conversión de Constantino al saco cu Roma, o los ochenta años que siguieron a Hin gira. luego pasa en revista las transformacio.
nes acontecidas, a partir de la severidad mater.
nal con que la Reina Victoria pesaba sobre los soberanos europeos: su nieto el Kaiser; su nieta, ja arma.
Digamos de una vez que, aparte de esto, en aquellos dias hasta las grandes capitales del mun.
do poseían ese cierto encanto provinciano a reduce a ofrecer un dibujo coherente e facilmente abarcable para la inteligencia humana Pues hoy sucede que no se las puede reducir a especie asimilable, como a esos animales enormes que soñaba Aristoteles y que, por ser gigantes: cos, escaparan a la pupila humana y no podria mos saber si son, en conjunto, bellos o feos.
por supuesto, lo que se dice del solo concepto de magnitud puede aplicarse a la complejidad y contradicción Intima de motivos.
Los principales cambios a que se refiere Rus sell la escuela obligatoria, el progreso del tatuto femenino, las reformas obreras, el rápidla advenimiento de ciertas repúblicas, la sustitución de los conceptos biológicos por conceptos econ.
micos y políticos en punto a herencia y otros de rechos y materias juridicas, y demás transformaciones históricas y sociales de orden extenso y general pueden haber causado, aqul adelan.
tos, y más allá, retrocesos. La primer mitada vi vida dice Russell transcurrió en el. opti.
mismo caracteristico del siglo XIX: la segunda et La edad de las grandes guerras, causadas, en al.
timo análisis, por la competencia económica en tre las naciones Na samosa Russell en sus predicciones para porvenir. Detengámonos en la contemplación. siquiera instantánea. de aquel optimismo si glo XIX. evocado en rápida frase, Ni Russell pretende pasar en revista el bien conocido espiritu inventivo de aquella centuria que en eso no hace sino preludiar nuestra época ni yo tampoco me lo propongo. Solo quiero observar esa intima relación que llegó a establecerse entre la fe en la libertad la fe en el progreso y la fe en la persona humana. Que si en esto hubo ilusiones y engaños, yo estoy por creer, con los antiguos, que el presagio no sólo es augurio, sino en mu.
cha parte, causa del buen suceso que anuncia, y que los profetas del bien, con sólo augurarlo, la preparan Quisiera dar una fácil muestra, a todos com prensible, de la estimación que merece el siglo XIX en uno de sus rasgos más salientes y propios, que fue seguramente el respeto al prójimo y a sus opiniones. Ay, que pronto se dice! Ay cuanto costo asegurar estas conquistas. Ay, qua de prisa se van perdiendo. Cuando todavía las teorias evolucionistas aso.
ciadas al gran nombre de Darwin eran objeto de de explicar la sociedad y el desarrollo del espi ritu humano mediante interpretaciones puramente biológicas. En el fondo de todo ello, la gente de la época creía ver el propósito de sustituir la gm tesca imagen de un pitecántropo a la venerable imagen del biblico Adán, barro animada por un soplo de Dios Los suscriptores de su obra se arrepintieron Spencer se vio de pronto sin recursos para con tinuaria en todos los órdenes que se proponia abarcar Lyell, Hackel, Huxley, en vano llamaban a todas las puertas para obtener ayuda. Spencer, desalentado, anunció que se sometia ante la ofensiva de sus adversarios, y que no continuaria va con los volúmenes proyectados sobre biologia, psi.
cologia, sociologia y ética.
En el campo de los antidarwinianos, sus opu.
sitores cientificos no los opositores ignorantes y necios militaba nada menos que el filósofo positivista John Stuart Mill, diestro en múltiples disciplinas, y cuya precocidad habia asombrado en sus dins a sus preceptores. Era socialista radical, y Gladstone se enorgullecia de su presencia en la Casa de los Comunes. Por su parte, Spencer ta mia que el socialismo parase aun sin proponer selo en despotismo militar. Mill era creyente y puritano maniqueo, para quien los procesos natu.
Tales resultaban de dos principios encontrados.
Spencer, agnóstico, se limitaba a respetar a dit.
tancia los indescifrables decretos de la divinidad y creia que un solo principio la evolucióngobernaba la naturaleza he aqui oh siglo XIX que una buena mañana, cuando Spencer se sentia más abrumado, le llegó una extensa carta de Mill. Spencer frun.
ció el ceño. Sólo eso faltaba: la gran lanzada al moro muerto. Se armó de paciencia: empezó a leer. No: Mill no lo atacaba ni lo injuriaba. Mill seguia considerando sus puntos de vista income patibles con los de Spencer, pero lamentaba profundamente que Spencer suspendiese su obra. El Mill, se hallaba en situación de ejercer alguna influencia favorable en ciertos ambientes, y ofre cia usar esta influencia para que Spencer conti.
nuara sus publicaciones, no como un favor a 30 adversario teórico, sino como un servicio humano de orden general y superior, puesto que el debate entre ambos estaba muy por encima de sus per sonas e interesaba al progreso del pensamiento.
En América, Mill contaba con amigos millonarios que a petición suya, accederían seguramente proveer fondos; y por lo pronto, ponía a dispo.
sición de Spencer la suma de sietemil dólares Tras algunas corteses vacilaciones, Spencer sa dejó persuadir y durante unos cuarenta años pu.
do continuar su tarea, que tanto y tan hondamente ayudo a derramar las nociones del darwi.
nismo en campos ajenos a la pura y siemple biologia Pero no menos contribuyó la gallarda actitud de still para ennoblecer el ambiente de la discu són, abrir las aulas al estudio de nuevas nocio nes que se tenían por nefandas, y callar los que pretendían salir del paso con burlas de brio estofa y sin tomar seriamente en cuenta lo que tan seriamente se presentaba a sus objeciones y u examen Blancos senos redondos y desnudos que al paso de la hebrea se mueven bajo el ritmo sonoro de las ajorcas rubias y los cintillos de oro vivaces como estrellas sobre la tez de raso.
Su boca, dos jacintos en indecible vaso, da la sutil esencia de la voz. Un tesoro de miel hincha la pulpa de sus carnes. El lloro no dio nunca a esa faz languideces de ocaso.
Yaciente sobre un lecho de sándalo, el Asirio reposa fatigado, melancólico cirio los objetos alarga y proyecta en la alfombra, y ella, mientras reposa la bélica falange muda, impasible, sola, y escondido el alfanje para el trágico golpe se recata en la sombra. agil tigre que salta de tupida maleza se lanzó la Israelita sobre el héroe dormido, y de doble mandoble sin robarle uns gemido del atletico tronco desgajó la cabeza Como de inforas rotas, con ungida presteza desbordó en oleadas el carmin encendido y de un lago de púrpura, y de sueño y de olvido recogió la homicida la pujante caleza En el ojo apagado, las mejillas y el cuello, de la barba, en sortijas, al ungido cabello se apiñaban las sombras en siniestro derroche sobre el llvido tajo de color de granada, y flogia In negra cabeza destroncada una lubrica rosa del jardin de la noche.

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