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Rabado 14 de Diciembre de 1960. LA REPUBLICA 37 páginas literarias (CUENTO DE NAVIDAD. Fernando Durán Ayanegui Eco bailarin. Tómalos, son tuyos, tuyos, y tuyos decia el duendecillo, mientras movia graciosamente la pelotita verde en su caperuza roja.
Por fin Pitito no tuvo E E 0 Pitito, callado como siempre, caminaba bajando por la avenida. Se rela de las muecas tontas que los anuncios le regalaban tras el cristal de los escaparates. Las manos, llenas de un vacio transparente y huesudo, se mecian sua vemente, rozándole a cosquilleo la piel de las canillas y sólo de vez en cuando se iban a tocar, un poco avergonzadas, los bordes de los remiendos, dos ojazos de tela clara haciendo guiños en los fondillos.
Se acercaba la Navidad.
El mes de diciembre lega siempre como un chiquillo juguetón a meterse en la casa del tiempo, revolviéndolo todo con sus juegos de ventolera, con sus ruidos de risoteo, y con ese color de cristales que se traen consigo el pol vo y el ajetreo de la gente.
Los ojos de Pitito se venian derritiendo en el brillo de las ventanas. Cada juguete, detrás de un cartelito donde se indicaba el precio, era manjar de un momento para la mirada ávida del palidejo chiquillo. Muñecos grandes, como hermanitos nuevos; ca rritos de cuerda; ratoncitos de hule; bolas inmensas pintadas de luna; caballitos; bicicletas.
Llega diciembre. En el campo, la cara de los dias hace sus risas en el rojo fresco y carnoso de las pastoras; el lomo de la tar de, espinazo repetido en cada huir de la mañana, nada lentamente en un mar de hojas verdes que se van apagando, como si fueran los dedos del año gastado y flaco, que se muere un poquito cada vez que respiramos. Los frutos maduros del cafeto, uvas enanas, botin de dulce e incietro futuro, cuelgan enracimados bajo las alas cimbreantes y espesas de los viejos platanales. En la ciudad, la gente se hace montones en un apurado Ir y venir; el tiempo parece haber acelerado su mar cha, multiplicando por vein te los afanes del hombre.
Dentro de las tiendas, desde el fondo de sus ataúdes de cristal, los angeles bajan del cielo a través de una escalerita de billetes, y hacen muecas a los nifios invitándolos a dormir temprano y a portase bien con las madres, unas señoras sudorosas y desaladas que corren de aqui para alla, cargando inmensos bultos de regalos envueltos en papel de colorines.
Para los niños del campo, el preludio de la Nochebuena es un regalo de colores y de aire fresco.
Frutas rojas, fantasmas de polvo, cantares que nadie sabe de dónde vienen, humo que por ser muy blanco suelda las chimeneas al vientre de las nubes, nubes como oraciones. Detrás del cielo, escondidos entre los pliegues del sudario de las estrelas, los angeles y los duen des están construyendo ju guetes. Para los niños de la ciudad, la Nochebuena se anuncia temprano en la llegada de los padres con cargas de regalos, en la música que llena las calles, en los anuncios vistosos, en los gritos de de los pregones.
Viejas chillonas comprando a gritos; vendedores es candalosos; hombres gordos y hombres flacos haciendo guiños y diciendo cosas a las mujeres bonitas; choferes irascibles po seidos del llanto que da la prisa en el sirenazo largo de las bocinas: policias indolentes, caminando en pa rejas como guapiles podridos. Arriba, desde las nubes, sobre las cabezas de las gentes, bajo un ejército de hombrecillos gordos, calvos y brillantes. El miJagro se repite con cada paso del viento, pero nadie lo nota. porque nadie mira hacia el Cielo.
Para Pitito, la llegada de las Navidades no repre sentaba ni el regalo fresco y verdeante del campo, ni el juguete oloroso a pintura de la tienda. El, solo de dineros en la pobreza de los suyos, se daba a caminar, tarde con tarde, so bre los huecos de acera que le dejaban libre las ca rreras de la gente. Miraba para todas partes, a veces con asombro, a veces con tristeza, pero será siempre, Los ojos y la cara se le iban por el camino de dos gestos distintos, y mientras la una reia, los otros pensaban profundamente como si estuviesen mirando hacia adentro. Los hom bres y las mujeres, en cam bio, corrian a su alrededor llevando en las caras la uniformidad de un gesto colectivo y desesperado; querían comprarlo todo, despojar totalmente las vi trinas de las tiendas, y hacer que el largo de los bllletes lo fuera tanto como el de la escalerilla de monedas que lleva hasta la entrada del Cielo.
Después de andar y mucho andar, Pitito fue pararse frente a la mansión del Eco, edificio Inmenso, hundido detrás de una acera muy ancha. Era un caserón de piedra, blanco y sin cara, povisto por toda entrada de una puertecilla pequeña, boquita hablantina en el lengüteo de la gente que entraba y salía, entraba y salia. La pared, lisa y alta, alojaba tras si el alma de un eco, único amigo de Pitito. Todos los dias, el niño pasaba a saludarlo gritando su propio nombre con la vocecilla de pito. Pitito. tito el Eco El Eco era un duende cillo juguetón que se pasaba la vida oculto detrás de aquella gran pared, copiando en un espejo de ruidos el caminar de los transeúntes. Tapatap, tapatap, tapatap.
La mayor diversión del duendezuelo consistia en repetir los gritos de Pitito, regalándole la cola can tarina de algún otro ruido.
da, rojo y ceñido al cuerpo, se acomodó la caperuza y pregunto moviendo con la cabeza una pelotita verde en la punta del gorro. Quieres Juguetes, Pl.
tito. Pitito miro por un ins.
tante hacia los racimos de muñecos colgados en el intestino de la tienda. Oh, no! mi no me hacen falta carritos, ni mu necos, ni bolas, ni.¡COmo nunca tuve de eso!
El Eco movió la cabeza negativamente. No com prendia como era que, entre tanto juguete, no había uno para Pitito. Qué haces para las Navidades, entonces. Pues lo que hace todo el mundo; pasear y ver cosas. Me divierto mucho ¿ve? con esas lucecitas cuelgan en media calle. Pa recen muñequitos barrigo nes y feos bajando de las nubes. Vamos dijo el duen de dando el primer tirón a Pitito y se lo llevó arras trado hasta la acera de en frente. Luego lo metió a empujones en la Jugueteria. Entra conmigo, Pito, retonto. Ven a tomar todos los juguetes que quieras.
El viejo de la campana, hipando a más no poder, quiso evitar la entrada del niño, pero el duende lo hizo rodar por el suelo, poniéndole una zancadilla. Toma. Yo te los doy.
Nadie dirá nada, puesto solamente tú me ves; la gente que compra regalos y los tenderos que venden juguetes, están demasiado atareados con el dinero pa ra ocuparse de mi.
Los brazos de Pitito se fueron llenando de juguetes; una bola grande, un muñeco de trapo, un carrito de cuerda, cuatro ra tones de goma, un serruchito de lata, un borreguito dorado y un millón de milagros en los ples del cosas. Los ojos del niño hacian delicias de planes con la carga de juguetes; el viejo de la puerta, 60bándose aún las asentaderas, lo vio salir y se fue corriendo a buscar al Administrador de la tienda.
Salieron a la acera. El Eco echó a correr a través de la avenida y se fue a hundir en la pared alta, blanca y lisa. Pitito, hecho un mundo de contento, dio las gracias con la risa, se inclinó frente a la casa de su amigo y se alejó, avenida abajo, avenida abajo, moviendo los pies tanto como podia.
El Administrador, un viejito flaco, anteojero, chi lón, asmático y bigotudo, corrió, en compania de un policia, hasta alcanzar a Pitito. Este es, éste es gri to señalando al chiquillo. De dónde cogiste esas cosas, muchacho? preguntó el policia. Me las dio el Eco respondió Pitito. El eco, el eco. Te los robaste de la tienda! Intervino el viejo.
Pitito quiso llamar en su auxilio al Eco, pero éste se encontraba ya demasiado lejos. Puso los juguetes en manos del policia y cuando ya se disponia a se guir su camino vio al mufieco de trapo dar un salto, caer sobre la acera, tomar bajo los brazos la bola y el serrucho, y echar a caminar avenida abajo, rumbo a las afueras de la ciudad. Detrás del muñeco, salieron corriendo los cua tro ratones de goma, el carrito de cuerda y el borreguito dorado.
El Administrador y el policia vieron la fila larga de juguetes, bajar por la avenida, detrás de Pitito quien. Pitín, pititin, Pitito. daba las gracias al Eco Sueños Navidales Pitito. se dijo el nlfio, frente a la casa del Eco Pitin, pititin, Pititorespondió la voz. regalo en el alma de la pared, Desde la acera de enfrente, se retrataba el badajeo pertinaz de un viejo barbudo y coloradote vestido de San Nicolás, campana de guardia en la puer ta de una juegueteria. Ton, tolón, tolongón el viejo. Ton, tolón, tolongón.
el Eco Pitito segula plantado, repitiendo veces y más ve ces su nombre agujereado por las respuestas del duen de. Pitito. gritaba el niño. Pitin, pititín, Pitito cantaba el Eco. Nochebuena. grito Pitito. Pltin, pititin, Pitito. Quieres juguetes. pre guntó el duende.
Pitito no respondió, helado por la sorpresa.
El Eco sintió el azoramiento del niño y, escapando de la pared, salió a la avenlda a hacerle compania; se sacudió el vestidito de seComo el ardin, que empieza con pureza y escribe con estrofa perfumada, aspiro a que mi cima, ya nevada, sea búcaro de amor y de belleza.
Como los robles fuertes, aunque ancianos, do se acendra la miel de los insectos, quiero llenar mi corazón de afectos y ofrecer su dulzura a los bumanos.
Un filtro anhelo ballar para los males o el decaer en sueños hibernales entre el terrin y el musgo de cajones, como bacen los muficos de portales, y despertar, en fiestas navidales, entre un clamor de liricas canciones.
CARLOS MORA BARRANTES Desamparados, Navidad de 1960.
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