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LA REPUBLICA. Lunes de octubre de 1977 Jerusalén, Ciudad Santa de tres religiones ११ Un salmo muy conocido, dice con tono que parece a primera vista exagerado: Si me olvidara de ti, oh Jerusalén, que se pegue mi lengua al paladar. Cualquier exageración se puede exclamar alrededor de Jerusalén, pues el recuerdo de la ciudad siempre estará garantizado en quien la conozca y viva en ella. Ciudad inolvidable.
Ciudad inmortal en toda memoria. Ciudad imborrable por más que se viaje y se viva en otras latitudes.
Cosas tal vez simples, como son simples las cosas de Dios; sin embargo, con significados permanentes, fijos, válidos siempre, aun en el molino del tiempo.
Salomón reinó en Jerusalén cuarenta años. Ocho años le tomó la construcción del templo, la del palacio real trece años. Para ambas obras contó con la ayuda del rey fenicio Hirm, quien le proporcionó arquitectos, obreros, cedros, abetos, sándalos y las construcciones levantadas alcanzaron un señalado esplendor.
Sobre la construcción del templo, hay muchas leyendas. Una cuenta que Salomón necesitaba una piedra preciosa para cortar las rocas en que se asentaría la obra. Para conseguirla se puso en contacto con Aschmadai, rey de los demonios, quien vivía encadenado, Jerusalén es ante todo ciudad de luz. Carece de edificios lujosos, carece por completo de la soberbia urbanística de otras ciudades. Sin grandes avenidas, sin paseos llenos de plasticidad y de perspectiva, sin centros de vivienda ordenados en una planificación moderna, sin arquitectura de modas temporales, sin ríos que la refresquen y le den espejo, sólo tiene la luz ilumina las colinas, que aclara y ensombrece al verde frente al azul de un cielo despejado, que da perfil a los bosques de olivos, de cipreses. de pinos, de eucaliptos. Una luz plenamente luminosa que hace horizontes casi transparentes, para que lo que es sea en la distancia y en la cercanía.
Se interesa en el poder diabólico y le pide que se le ensene cuál es su secreto. Aschmadai, a cambio de la confidencia, solicita que lo libere y le entregue el anillo real.
Salomón cae en la trampa de su propia curiosidad y es sustituido en el trono de Israel por Aschmadai, quien tomó su figura. Salomón se encuentra de repente muy lejos. pobre, desolado, sin que los súbditos lo reconozcan. Un rico lo convida a su banquete y le amarga los manjares con los comentarios sobre la grandeza del rey; otro pobre le ofrece un sencillo alimento, lo consuela por su soledad y le da ánimos para encontrar un mañana mejor. Salomón regresa a su trono, Aschmadai a sus cadenas. Las experiencias vividas por el hey en sus días de abandono y pobreza, dice la leyenda que se vertirán después en el. Eclesiastés.
Lo más curioso es que esa luz fisica, predominante en Jerusalén, es también una luz espiritual. Jerusalén es sustancialmente un ciudad de luz espiritual. Un gesto de devoción la envuelve, por lo tanto Jerusalén es silenciosa, tranquila, callada se esconde en su juego de colinas, callada anochece y amanece. La oración vuela por sus calles, una oración dicha en muchos idiomas, una oración que se entiende sobre la dificultad de las diversas lenguas, porque es la palabra del hombre ante Dios y se adivina sobre las frases como las almas están impregnadas de fé y devoción.
Carmen Naranjo Después de la conquista de Canaán por los israelies, Jerusalén fue asignada en parte a la tribu de Benjamin y en parte a la Jehuda. Según la historia, la ciudad estaba dividida entre los jebuseos y los israelíes. Los primeros vivían en la parte alta, fortificados. Los segundos en la parte baja. la muerte de Salomón, en el año 930 antes de Cristo, el reino judío se divide en dos: el del norte o de Afraim y el del Sur o de Jehuda. Jerusalén queda como capital del reino del sur. Para restar importancia a Jerusalén espiritual y santa, en donde se asienta el templo, se prohibe a los del norte peregrinar hasta el templo. Por primera vez en la historia de Jerusalén, la política interfiere su aliento religioso.
La ciudad tiene tanta personalidad propia, que se impone ante los turistas y ante los extraños que la miran con curiosidad, en ese deseo de desentrañar su misterio.
Jerusalén no se ha pervertido ante el turismo, ni ha sacrificado su vida propia. El quehacer espiritual es más importante que el quehacer político. Es una ciudad de actitudes. no de discursos. Es una ciudad de recogimiento, no de exhibiciones. Es una ciudad de santuarios, no de proselitismos. Jerusalén es una historia viva de lo que fue y de lo que es. No altera el pasado para adaptarse al presente. Es el pasado presente en permanencia futura.
Cuando el rey David organiza la unión de Israel, encuentra a Jerusalén en ese estado. El rey jebuseo consideraba a la ciudad tan bien defendida por las murallas que había construido, que decía que con sus mismos ojos la podía defender. Además, no había peligro de agua. pues un canal subterráneo la abastecia. Por ese mismo acueducto subterráneo, logra David introducir sus soldados y conquistar la ciudad.
Viene una época de guerras, a veces fratricidas, otras contra fuerzas extrañas. Algunas veces Jerusalén se salva casi de milagro, otras cae dolorosamente herida. El Imperio babilónico crece, lucha con fiereza frente a las murallas de Jerusalén y tras muchos intentos de vencerla la ciudad es destruida y el templo queda en ruinas. Era el año 586 antes de Cristo.
Unido el reino judío, David escoge a Jerusalén como capital. Trajo a la ciudad el arca de la ley y decidió construir el templo en el monte Moria. Sin embargo, David no va a realizar la obra, sus manos no estaban limpias, había derramado demasiada sangre en las guerras para hacer esa construcción.
Desde entonces ese salmo de si te olvidara Jerusalén, que mi diestra pierda su destreza. adquiere más y más significado para el pueblo judío y le señala por siempre un camino: el camino del retorno.
La primera vez que mencione el nombre de Jerusalén, está relacionado con la historia de Abraham. Cuando vence en una batalla, un rey lo agasaja. Ese rey es Malki.
tzedek, de Schalem, de Jerusalén, quien agradece a Abraham el hecho de haber librado a su ciudad de caer en manos extranjeras. Años después, Dios guía a Abraham hacia el monte Moria, una de las colinas de Jerusalén, para inmolar a su hijo Isaac. En ese monte recibe el mensaje divino, mensaje de clemencia y de amor. El monte Moria es un monte santo, en donde se va a levantar el templo a Dios.
Le corresponde a su hijo, a Salomón, construir el templo y el palacio de los reyes. Las estructuras materiales estructuran también el carácter de las ciudades: Jerusalén templo, Jerusalén palacio, la hicieron Jerusalén ciudad real y Jerusalén ciudad santa: centro de mando en el reino, centro espiritual para la eternidad. El mando tiene un destino temporal. Es espíritu, que parece ser la energia misma de la luz, va ganando siempre eternidad.
En el año 537, cuando el rey persa Ciro derrota el imperio babilónico, los judíos inician el regreso a Jerusalén. La historia no es una línea recta para Jerusalén, cuyo destino pasa de un imperio a otro, sobre los intentos de los israelíes por su reconstrucción. Hubo un momento glorioso en tiempos de Antioco IV, rey sirio de tendencia helenizante. El templo dificilmente reconstruido es profanado. Se instaura en él el culto a Zeus. Jehuda, el Macabeo, logra expulsar a los prol anadores y el templo es purificado, nuevamente consagrado al culto del Dios único. Siguen las guerras hasta el imperio romano, en que aparece Herodes, quien reconstruye y engrandece el templo, así como el palacio, la famosa torre de David.
Sobre ese monte existe un bella leyenda judia. Dice que vivían en el sitio dos hermanos, que se repartian por partes iguales el fruto de sus cosechas. En la noche uno pensando que el otro tenía familia y necesitaba más, trasladaba a su bodega parte de su porción; el otro pensando en que su hermano era solo y por ello necesitaba más ayuda, hacía lo mismo por las noches. Cada amanecer las porciones eran iguales. Un día los hermanos conocieron su mutua generosidad. Por ese amor sincero, sin egoísmo alguno, Dios escogió ese sitio para su templo. La leyenda es bella, como las leyendas que rodean a Jerusalén.
Es curioso, el espíritu también va unido a la paz.
Jerusalén, ciudad de paz, alcanza todo su esplendor con Salomón, cuyo nombre proviene de Shalom, paz.
Por esta época, un nuevo significado debe agregarse al templo y a Jerusalén: el del cristianismo. Jesús predica en Galilea y llega a Jerusalén. En Jerusalén es juzgado y entregado al calvario. La ciudad guardará su Santo Sepulcro y todo el cristianismo se vuelca hacia la ciudad santa para venerar al Hijo de Dios, quien predicó el amor a Dios y entre los hombres.
Casi es un lugar común pensar o afirmar que tendría Jerusalén, ciudad pobre, apartada de los caminos que hicieron historia en la época, para convertirse en la ciudad centro espiritual y centro del reino. Se siente al conocerla que Dios la había escogido, por eso la había dotado de hechos extraordinarios. Su humildad plenamente bella de altiplanicie poco elevada, con tablero de colinas, con el perfume concentrado de sus vientos, con la luminosidad permanente de su aire, con el hecho de que desde ella se domina el mar muerto y parte del desierto de Judea, con la dificultad de encontrarla y con la realidad de que una vez hallada era casi imposible desprenderse de su belleza.
Aparece Jerusalén citada en las tablas de Tell ElAmarna, con el nombre de Urusalim, que se ha traducido como ciudad de paz. La poblaban los jebuseos, uno de los siete pueblos que ocupaban por ese entonces la tierra de Israel.
El destino de Jerusalén no cambió. En el año 70 de nuestra era cristiana, las legiones romanas, comandadas por Tito, destruyeron Jerusalén. Del templo quedó únicamente parte del muro occidental exterior, muro que se ha convertido en el Muro de los Lamentos, que es santuario y símbolo de todos los judíos. CONTINUARA)
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