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LA REPUBLICA. Martes 19 de dicebre de 1978 Ali ¡Ajá, con que Hay que casar a Marcela. Ricardo Blanco Segura Hace casi tres anos (enero de 1976. se me ocurrió escribir en esta misma página un articulo que titulé Riesgo y Ventura de la Telenovela. en el que pretendía no estimular ni propagar la afición a esa clase de espectáculos.
sino poner en su lugar el mito relativo a su influencia nociva en el ánimo de los televidentes. Simplemente resalté su intrascendencia como distracción, que no da para tanto como para llamar a escándalo a intelectuales y personas de mostro patibulario, que sólo ven el lado serio de la vida. Bien dara dejé la cursileria de algunos argumentos, provenientes de la inventiva de Caridad Bravo Adams, de Corin Tellado.
de Félix Caignet y de Delia Fiallo. generalmente, pero en su mayoría inofensivos: porque al final de cuentas volvemos al viejo tema de que el bien siempre triunfa, todos quedan muy felices y los malos pagan sus fechorias. Todo esto.
después de haber puesto en congojas anímicas a un montón de señoras que durante meses han sufrido con los protagonistas Me referi por entonces a la preocupación de muchos, respecto a la poca o nula enseñanza que dejan las telenovelas y a la desedificante lección de moral que algunas encierran. ese respecto, anoté la similitud que, con algunas novelas, guardan muchas de las llamadas obras de arte de la literatura universal, y traje a cuento a Otelo y Macbeth de Shakespeare y especialmente Romeo Julieta. El tema de esta última lo he visto muchas veces en telenovelas mexicanas, con el manido asunto de dos familias oponiéndose al amor de dos chiquillos; o bien, me hace recordar aquellas peliculas de Jorge Negrete y Tito Guizar, junto a Gloria Marín y Carlos López Moctezuma. En ellas. el muchacho Gorge Negrete. siempre era pobre: la muchacha (Gloria Marin. era una codiciada campesina victima del asedio del patrón (Carlos López Moctezuma. y al final, siempre Negrete y la Marin quedaban juntos, cantando a grito pelado una ranchera de esas que mandan la parada y el nefasto Moctezuma mordiéndose los labios de la ira. Con todo lo cual, las damas y damitas salian del Teatro América o del Variedades, con capa de piel y peinadas de bucles, limpiándose alguna lagrimilla discreta.
mente. Pero, es claro. Romeo y Julieta la eseribió don William Shakespeare, y a la fuerza tiene que ser buena.
tomando en cuenta el idioma, la profundidad, la filosotia y otros tantos recursos para justificar su argumento. así como las citadas, otras obras de renombre, como la empalagosa Maria de Jorge Isaacs. Marianela de Pérez Galdós. Graziella de Lamartine, esto por no seguir con Pablo y Virginia. La Pastora del Guadiela. Los amantes de Teruel. que si hubiesen sido escritas por Corin Tellado o Caridad Bravo Adams, a los infiernos habrian ido a parar sus autoras.
Afirmé también, que la telenovela dignamente escenificada, con un buen montaje, con excelente vestuario, bien actuada y sabiamente dirigida, como sucede con algunas mexicanas. era un espectáculo corriente, simplemente recreativo y no la monstruosa decadencia que muchos sabihondos y marisabidillas nos quieren pintar, sin haber visto un sólo capitulo de alguna de ellas.
Con igual franqueza y mayor vehemencia, insistí en la mala calidad de las telenovelas venezolanas, de pobre montaje. pésima actuación y ridiculez extrema de Jos argumentos, tayanos algunos en franca inmoralidad, como sucedió con Rafaela. novelucha con que, a Dios Gracias.
dio Canal honrosa sepultura a tan deplorable espectáculo del mediodía y de la noche.
Nadie entendió, o no quiso entender. lo que quise decir y aquella salida me valió una paliza de padre y señor mío: se me llamó alma pacata que arremetia torpemente contra literatura que no entiende. falto de un alma caritativa que me sacara de confusiones y que defendia lo que estaba más cerca de mi corazón y de mi cerebro. amén de otras lindezas que me dejaron de una sola pieza. Recibi por entonces, múltiples cartas a La República recriminando me por haber osado decir lo que muchos piensan pero no se atrevena expresar; más de un amigo se mostró azorado ante mis afirmaciones, otros no las creían y tan duro me llovió, que hasta algún zorro me persiguió por las tapias por tan imperdonable delito. Cómo era posible que autor de la Historia Eclesiás dica de Costa Rica. Monaco Sanabria y otros estudios, académico, profesor, Premio Nacional y demás yerbas aromáticas saliese con tal domingo siete. Cómo era posible que la enseñanza estuviera en tales manos. Qué barbaridad) decían con ojos entornados.
Mas fay! qué cosas tiene la vida. Ahora, con bombos y platillos, se anuncia una telenovela hecha en Costa Rica, dirigida nada menos que por don Alejandro Sieveking y actuada por la plana mayor de nuestro teatro con Carlos Catania a la cabeza.
La idea me parece magnífica. En primer lugar porque la dirección de Sieveking, autoridad indiscutible en la materia, es garantía de que el espectáculo será de primerisima calidad; su labor como dramaturgo, actory director, ha quedado patente con todos sus méritos en el Teatro del Angel. En segundo lugar, los actores no necesitan recomendación alguna por lo mucho que tienen a su haber, en último termino, porque el asunto en manos de personas tan conscientes de su oficio, y del buen gusto, nos garantiza un espectáculo que no caiga en la ramploneria y vulgaridad de muchos de su misma indole, La experiencia es magnifica para Costa Rica por la oportunidad que ofrece, no solamente de dar a conocer más a nuestros actores, sino que bien podría tener proyecciones al futuro, como industria con muy buenas posibilidades económicas en el campo internacional. Como será exhibida los jueves, tendrá el carácter de serie, ojalá en términos similares a Los de Arriba y los de Abajo. con que Canal Siete nos deleita cada ocho dias.
Bienvenida sea. pues. Hay que casar a Marcela. cuyo nombre no podría ser más telenovelero; y que de ahora en adelante no me vengan los críticos consagrados con regañadas o diciéndome que en este caso a diferente. telenovela es telenovela y no hay quite.
Todo lo cual me hace recordar lo que me decía mi abuelita que era una viejilla muy socarrona y muy sabia. Mire mijito, en la vida no hay que decir: de estan egun no beberé porque por la boca muere e pez.
Las opiniones que contienen los artículos que se publlcan en esta página, son las personales de qulenes los firman y no colnciden, necesariamente, con las del periódico.
Un día en México Salvador Jiménez Canossa Todos, casi sin excepción, tenemos mujeres y hombres inolvidables en nuestra vida. Personas de variado carácter en un momento dado llenaron parte de nuestro espiritu; esto confirmé en México, cuando visité al famoso y bien querido don Jesús Silva Herzog, director de Cuadernos Americanos.
Este hombre, a quien muchos le deben muchísimo, y entre estos muchos varios costarricenses, nació fuera de serie y de mano de la generosidad, y es debido a esta generosidad, el que haya conversado con él un buen rato.
Conocedor y con amplitud de todo lo que puede conversar un intelectual formado en las disciplinas clásicas.
Sin apuros inquiere por algunas personas costarricenses con las cuales mantiene contacto epistolar, pese a las molestias usuales y al esfuerzo enorme del trajín de la editorial, y de sus cansados ojos.
Alli. en Coyoacán 1035. tiene su oficina. pesar de sus primeros ochenta anos y unos más, de lucha en favor del prójimo en diferentes batallas persiste cotidianamente.
Cuando le ví. recorde de golpe a mi abuelo Octavio.
Alto, fornido, muy blanco, de gafas oscuras y voz firme acusada en el mando sin ser mandona. Sencillo en su vestir.
sin corbata: una cadenita de oro sujeta a un ojal de la camisa a la altura del corazón, cae haciendo una onda hasta el bolsillo de ella en donde tiene su reloj, a la antigua usanza Al tiempo de presentarle a mi sobrina y cicerona en esa nueva Babel, que es el México actual. y recordarle mi nombre, hizo gala de una feliz memoria evocándome mis pinitos en Repertorio Americano y. vuelta a la magia de don Joaquin Garcia Monge. El afecto al Maestro nos hizo recordar su modestia de hombre superior. Luego conversa mos de otro maestro, don León Pacheco, el escritor, el paliquero sabroso y sus mil y una anécdotas, que van desde e botellazo en una cantina herediana hasta su grado de Teniente Coronel del difunto ejército tico, con otras aventuras europeas y americanas, ya que es hombre de dos mundos y más que todo, maestro, maestro impenitente que no desperdicia la oportunidad ni el truco con los cuales fijar su clase.
la renacida Universidad de Costa Rica, cuando apenas si comenzaba a levantar sus viejas instalaciones en lo que fuera del portero de los Gallegos.
Escucha atentamente todo cuanto digo de Costa Rica y de pronto. Salvador, ha estado antes en México. Si señor, de paso. ahora Ahora pienso gastarme unas semanitas. México no se le puede mirar en una excursión. Es hurado, pero cuando uno se le acerca, tórnase afectuoso, destapando de pronto toda la marañia de superficialidad sembrada al volco por filmes baratos de mariachis y pistolas cuarenta y cinco. Me alegro que piense asi.
La entrada de una secretaria anunciandole otras visitas puso final a la mia con estas palabras últimas de despedida: un saludo para don León.
Al abandonar la oficina de este gigante americano, repito, al que le deben los costarricenses mucho. gracias a la mágica sombra de Repertorio Americano.
Tenía en la mano su: Los fundadores del socialismo cientifico, Mars. Engels, Lenin, autografiado.
Bajé las escaleras. y una turbonada de viento frio y carbonilla, se me encajó en los ojos. Siempre don León está en cátedra, recalcó don Jesus. Estoy seguro de eso, agregué. aún por mirar el cfecto en sus escuchas, don León suelta sus palabrillas y des plantes de hombre furioso Fuera de don León, al que me une una larga amistad.
que otros intelectuales me puede señalar?
Le recorde a varios, pero hice hincapié en el doctor Enrique Macaya y su inquietud por la estructuración de El envío de tarjetas de Navidad Costumbre o tradición de los países cristianos, posible de confundir con un mero formalismo, tiene, en su fondo, un gran sentido humano y espiritual. No me refiero al envio de tarjetas por móvil de negocios o de otra indole parecida. Me refiero al acto espontáneo de cada individuo, que se dice a si mismo, cuando llega diciembre: Tengo que hacer la lista.
Es indudable que, para hacer la lista, tenemos que someter a debate, en nuestro fuero interno, las relaciones con las tantas personas que conocemos.
No le mandamos tarjetas a todas. Es que no todos los nombres representan lo mismo para nosotros. Aquellos que nos han tratado bien; que nos han tratado con cariño; que han sido gentiles: con quienes estamos agradecidos, o guardamos confianza, entran de pleno derecho en el grupo. Muchos pasan sin comentario, sino un dejo de sinsabor o cosa desagradable, a pesar de que a veces, o siempre, perdonamos el recuerdo feo. y los incluimos, aunque no merezcan figurar en nuestro afecto. Es que diciembre es el mes más fácil para perdonar.
Cada tarjeta de Navidad significa una opinión favorable para el destinatario, de parte de quien la remite. Cuando menos, trasunta simpatia.
Buna forma de decirle al amigo, al vecino al conocido que sean muy felices ustedes y los suyos en estos dias y después, y siempre. No es que eso indique que, en cambio, para los conocidos a quienes no mandamos tarjeta.
e desco es que la pasen peor. No. Sólo que a estos los dejamos por fuera, porque nos falta esa fuerza interior que nos empuja a hacer algo cuando sentimos gusto. No nos hace decirles de modo expreso, lo que les decimos a los otros con gana. aunque les deseemos, en silencio, la dicha. Aparte de que en ocasiones, por olvido imperdonable, dejamos de enviarles tarjetas a personas que nos agradan, y que merecen que se lo digamos.
Para los que viven lejos, en el extranjero, la tarjeta es la muestra de que conviven en nuestro corazón, y una brasa del calor de su amistad, sin que lo estorbe ni enfrie la distancia.
Hay. también la tarjeta de compromiso, que es esa que nos llega cuando menos la esperábamos, que debemos contestarla, ya por cortesia o nobleza. Es una groseria no contestar una tarjeta. Hay quienes sólo envian tarjetas como respuesta. No lo hacen de otra manera, por pereza, por desidia, o porque, de veras, no sienten ese interés por los demás. Puede habe algo de orgullo en alguna de esas conductas, ya que apresurarse a mandar tarjetas, antes de esperarlas, es una prueba de mansedumbre. Por sa no recibir la contestación, ofende o maltrata.
Porque el sentido humano y espiritual de la costumbre es lo valioso, de ese quehacer propio del mes.
Lle. Maned Angel Castro López OMREL Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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