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La noticia de ayer de La Nación , del periodista Nicolás Aguilar, hace temblar: "Sicarios costarricenses desplazan a extranjeros". Si no han sido suficientes las informaciones angustiantes de este periódico sobre el problema social del país, esta nueva muestra de una realidad inocultable debe remover nuestras conciencias, dejar a un lado las baratijas políticas e ideológicas, y ponernos las pilas, como dice nuestro pueblo.
La noticia no se remansa aquí. Los siguientes datos golpean con dureza: los sicarios costarricenses(asesinos asalariados) cobran más barato, algunos hasta por ¢10.000 (no para disparar y asustar, sino para matar); en los últimos cuatro años han participado al menos en 30 asesinatos(cinco crímenes en este año se atribuyen a sicarios ticos), todos compatriotas nuestros, quienes, como dicen los especialistas en la materia, son “casi siempre jóvenes, insensibles al dolor ajeno, que planean la muerte de la víctima cuidadosamente, llevan una vida normal y son capaces de dividir sus sentimientos: amar a su familia profundamente, pero ser implacables con los demás”.
Según el OIJ, algunos sicarios sudamericanos se quedaron en el país, validos de las facilidades (¿?) para la obtención de visas y permisos de residencia, como ocurrió en años pasados. Unos, consumada su tarea criminal, se marcharon; otros hicieron alianza con pistoleros costarricenses, quienes aprendieron rápidamente el oficio y, luego, se independizaron. Así, la espiral de la violencia y del crimen crece, al calor de la paga fácil y rápida, del escaso riesgo y de un país en el que, como lo comprobamos, gracias a los reportajes de La Nación , la seguridad ciudadana dependía de la mayonesa y el salchichón en mal estado. La gran escuela de la televisión se encarga de las lecciones prácticas.
No somos, pues, diferentes los costarricenses, como cantan algunos. Somos seres humanos, émulos de san Francisco de Asís, de la Madre Teresa o de Al Capone, en una sociedad con 442.000 niños y adolescentes sumidos en la pobreza, y algunos otros, dotados de todo, sumergidos en el placer, el nihilismo y la indiferencia. De todo hay en esta viña del Señor o del diablo. De cada uno depende.
Y ¡ay de aquellos que, colocados en posiciones estratégicas, en sus hogares, empresas, instituciones, en la política, en la educación nacional o en las iglesias persisten en sus mentiras y evasiones de los problemas concretos! Precisamente un día de estos, uno de ellos nos escribió: “ La Nación con estos reportajes y sus comentarios hunde a Costa Rica en la desesperación”. ¡Estamos listos!
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