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Periplo de obras y fe

Al conmemorarse el aniversario 135 del deceso del primer obispo diocesano, monseñor Joaquín Anselmo Llorente y Lafuente, fallecido el 22 de setiembre de 1871, vale recordar y reflexionar acerca de la vida y obra de quien con infatigable y perseverante accionar sentó las bases para la diócesis de Costa Rica y cuyos reiterados méritos hacen de él uno de los principales personajes de la Iglesia Católica costarricense.
Nació en Cartago el 21 de abril de 1800, y en 1818 se trasladó a cursar estudios universitarios y eclesiásticos en la Universidad de San Carlos (Guatemala), donde se recibió como bachiller en Filosofía en 1822 y se ordenó como sacerdote en 1824. Para 1825 obtiene las borlas en Derecho Canónico y en Derecho Civil, con lo que inicia una vasta carrera parroquial y de ejercicio de distintos cargos públicos en Centroamérica.
Antiguo anhelo. En 1850 su vida dará un giro radical, con la ansiada erección del obispado nacional. En efecto, este antiguo anhelo se remonta a 1562, cuando se propuso al padre Juan de Estrada Rávago como obispo de Costa Rica, solicitud que el rey Felipe II de España rechazó. El proyecto se retomó, infructuosamente, en 1743 con la introducción de la diócesis de Nicaragua y Costa Rica en la provincia eclesiástica de Guatemala; en 1813, por la insigne figura de don Florencio del Castillo como presidente de las Cortes de Cádiz; en 1820 por el ayuntamiento de Cartago; en 1825 con la "irregular" conformación de un obispado por parte de la jefatura de Estado de don Juan Mora Fernández (que después se derogó), y en 1837 en la administración de don Braulio Carrillo.
Finalmente, en el gobierno de don José M. Castro Madriz y con la impecable gestión de don Felipe Molina B. como ministro plenipotenciario ante el Vaticano, se presento de nuevo la gestión y el papa Pío IX la acogió al crear el obispado de Costa Rica el 28 de febrero de 1850, en virtud de la bula Christiana Religionis Auctor, que dispuso la elección de monseñor Llorente como primer obispo. Tomó posesión del cargo en 1852.
Activo y patriótico. Referirse sucintamente a su obra es casi imposible, pero sobresale su gestión para la firma en 1852 del primer concordato entre la Santa Sede y el Gobierno de Costa Rica, suscrito por el ministro plenipotenciario Fernando de Lorenzana por parte del país y el cardenal Giacomo Antonelli por el Vaticano (confirmado por la bula Totius Dominici Gregis); la declaratoria en 1853 de la Universidad de Santo Tomás como pontificia en virtud del decreto papal Cum Romani Pontífices; la Fundación del Seminario Tridentino (Mayor) en 1854; y el activo y patriótico apoyo al gobierno de don Juan R. Mora, en la campaña nacional contra los filibusteros de William Walker, con distintas cartas pastorales en 1855, 1856 y 1857.
Para 1858, debido a una serie de enfrentamientos con el gobierno de don Juanito en relación con el Hospital San Juan de Dios, el obispo Llorente fue extraditado del país. Regresó en 1859, debido al derrocamiento de Mora, y en 1869 asistió al Concilio Vaticano I, en representación de Costa Rica. Falleció en San José, a causa de una neumonía tifoidea, y sus restos han reposado en la catedral metropoli- tana desde 1882. Finalmente, por acuerdo legislativo n.° 14, del 21 de febrero de 1950, se le nombró benemérito de la patria, con lo que se reconoció su innegable impronta en la historia costarricense de la segunda mitad del siglo XIX.

  • POR Tomás Federico Arias Castro
  • Opinión
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