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En vela

Hace 100 años nació don Pepe. No hay que profanar su obra ni su memoria presentándolo como pieza de museo, sin proyección innovadora, él, el gran innovador, sin miedo a las ideas ni al mundo; ni usándolo, mezquinamente, para esconder la gran obra social del Dr. Calderón Guardia, inspirada en la doctrina social de la Iglesia, y, mucho menos, para manipular su pensamiento o usarlo en las escaramuzas políticas aldeanas, en los odiecillos o en las proclamas retóricas. Él fue el estadista del siglo XX, pero con él no nació Costa Rica ni con su muerte se acabó Costa Rica.
¡Cuán feliz estaría hoy en este mundo globalizado cargado de amenazas y oportunidades, no apto para los medrosos ni los miopes! Lo recuerdo, por ello, en sus ideas visionarias, en su polémica –o, mejor, "irénica", porque fue de paz (Irene)– con Jaime Solera en La Nación (noviembre de 1969); con Guido Fernández, director de este periódico, en el canal 7; o en su formidable carta a doña Berta de Gerli sobre la URSS y el comercio mundial (abril de 1971).
¡Cuán difícil escoger! La historia lo recordará también por dos gestos grandiosos, que aquilataron sus gestas. Su carta a la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de EE. UU. sobre los escupitajos lanzados contra el presidente Nixon en Caracas: una escultura de excelencia literaria y grandeza política, y aquel momento grandioso de la historia de Costa Rica cuando, en La Habana, frente a más de un millón de cubanos ebrios de emoción castrista, en la hora virginal de la Revolución Cubana, le gritó a Castro la verdad de sus extravíos comunistas y dictatoriales. La potencia de la palabra y de la razón sobre la perversidad y la mentira. ¡Qué hora sublime para Costa Rica y qué lección para tantos menguados de ahora!
Palabra y razón, ese es el binomio (en griego: logos). Bienvenida la digresión: el mismo binomio , en otro contexto, de Benedicto XVI en Ratisbona, hace una semana, en defensa de la fe y de la razón frente a la intolerancia, el relativismo y el nihilismo. El mismo, un 12 octubre, de Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca. Un franquista gritó la divisa de la Legión Extranjera: “Viva la muerte”. El general Millán Astray lanzó su habitual grito de guerra: “España”. Los guardias clamaron: “Libre”. De inmediato, habló Unamuno quien, contra “el grito necrófilo de la muerte”, exaltó la vida, la razón y la libertad. El general falangista no pudo contenerse: “Mueran los intelectuales”.
De este linaje fue don Pepe. Pecó y cayó, como ser humano, pero enfrentó los retos de la historia y la vida, con razón, con fe y sin miedo.

  • POR Julio Rodríguez / envela@nacion.com
  • Opinión
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