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No hay desarrollo sin planificación

Costa Rica debe salir de su refugio de miedo y enfrentar los vientos de cambio, pero con rumbo

Me siento profundamente complacido de estar aquí, precisamente en este escenario, presentando el Plan Nacional de Desarrollo 2006-2010, Jorge Manuel Dengo Obregón. El Teatro Nacional es testigo impasible de nuestra historia del último siglo, de los avatares de la nación costarricense en su marcha por la senda del desarrollo. Por eso es aquí donde corresponde trazar los pasos que daremos en esa senda durante los próximos cuatro años.
Arquitectos y artesanos. De la misma manera en que este edificio centenario obedece al trabajo y esmero de decenas de arquitectos, obreros y artesanos; de planos, ladrillos y argamasa; así también, la Costa Rica desarrollada del bicentenario no nacerá por un accidente, sino por un minucioso esfuerzo para crear condiciones propicias para el desarrollo, por la paciente dedicación para ir poniendo en su lugar los requisitos fundamentales del bienestar, por el esmero con que mejoremos nuestras instituciones y nuestras políticas públicas.
La idea de que los gobernantes somos arquitectos, es, si se quiere, un lugar común; pero, por alguna razón, esa convicción no la hemos acompañado en Costa Rica con la noción de que el plano es herramienta indispensable de todo arquitecto. Los costarricenses olvidaron que no hay edificio sin plano y que no hay desarrollo sin planificación.
No hay desarrollo ahí donde las políticas son improvisadas, donde reina la ocurrencia, o donde el miedo y la desidia llevan a repetir incansablemente las estrategias del pasado. No hay desarrollo ahí donde falta liderazgo, donde el poder para decidir la orientación del país no tiene sede fija, donde no puede distinguirse a quién, dentro del variado elenco de instituciones, le corresponde establecer prioridades y definir acciones estratégicas.
No hay desarrollo ahí donde faltan el análisis y el rigor científico, ahí donde las decisiones de política pública se desconectan de la evidencia empírica, para valerse de la retórica como única herramienta, y donde la comunión con alguna ideología o credo político distrae la atención sobre el objetivo cardinal de la política: el mejoramiento de la calidad de vida de los hombres y mujeres de una nación.
Sobre todo, no hay desarrollo ahí donde no hay compromiso de resultados, donde las acciones del gobierno se agotan en piedras inaugurales, y donde el control ciudadano carece de medios para llamar a sus representantes a la rendición de cuentas más importante de todas: la rendición de cuentas finales.
Por eso me regocijo con la presentación de este Plan Nacional de Desarrollo. Porque, fundamentado en la eficiencia y la transparencia en la gestión pública, busca retomar esos dos cursos de acción sin los cuales todo esfuerzo de desarrollo no es más que un andar a la deriva: la planificación y la evaluación.
Pensamiento estratégico. En cuanto a la planificación, este documento simboliza un retorno de la política nacional al pensamiento estratégico. Desde el primer día de mi administración, cuando firmamos el decreto que ordenaba el gobierno en rectorías, hemos privilegiado el pensamiento estratégico, el establecimiento de prioridades con base en ejes de acción coordinados y coherentes, en el seno de todo el Gobierno.
Este Plan Nacional de Desarrollo no es más que el producto de esa coordinación, de los acuerdos que dentro de cada sector institucional se tomaron para impulsar conjuntamente objetivos ambiciosos. Con este tipo de acciones, se retoma el curso de la verdadera gobernabilidad democrática, la que conoce que los recursos son limitados y las expectativas son infinitas, y que por eso estamos obligados a convenir qué es lo indispensable para el desarrollo de nuestro pueblo y la realización de nuestra sociedad.
Precisamente este fue el talón de Aquiles de muchos planes de desarrollo del pasado: padecieron el mal de la exuberancia de las intenciones, del exceso de acciones y la consecuente ausencia de prioridades. El Plan Nacional de Desarrollo se convirtió en un documento tan extenso, que ni siquiera se mandaba a imprimir, y tan complejo, que ningún ciudadano era capaz de entenderlo.
El Ministerio de Planificación Nacional se convirtió en algo así como un tecnócrata cuyo poder era, sin embargo, pírrico: a pesar de ser el único lugar donde era posible descifrar las claves de la compleja situación nacional, era el último al cual acudían los gobernantes por consejo. El Ministerio de Planificación se convirtió en la única instancia que tenía la visión global del país, pero su visión dejó de ser imprescindible en la toma de decisiones de interés nacional.
Tumbos y vueltas. Como consecuencia, la improvisación se apoderó de nuestras políticas y el día a día se convirtió en la máxima de gobierno. La administración gastaba tanto esfuerzo y recursos en no ahogarse, que la idea de construir una embarcación con velas, timón y brújula fue abandonada como una extravagancia.
Aunque la improvisación puede ser sinónimo de muchas cosas, es principalmente sinónimo de repetición. Quien vaga sin destino con los ojos vendados, pendiente únicamente de dónde poner el pie en el siguiente paso, tarde o temprano termina caminando en círculos. Eso, precisamente, le pasó a Costa Rica. Por no decidir hacia dónde quería ir, caminó dando tumbos y vueltas hasta terminar, en muchos aspectos, precisamente donde estaba hace veinte años.
Cualquier analista político nos diría lo evidente: es urgente que las instituciones públicas recobren la capacidad de reflexionar sistemáticamente sobre el futuro del país, de definir orientaciones estratégicas para la gestión pública y de propiciar debates nacionales que vayan más allá de nuestra circunstancia inmediata. En uno de sus aforismos, el filósofo Ludwig Wittgenstein advertía: "Quien sólo se adelanta a su época, será alcanzado por ella alguna vez". Es crucial que, como costarricenses, recordemos esto. Es vital que, como sociedad, levantemos la vista; que nos adelantemos a esta época y a la que sigue; que pensemos en grande y con verdadero sentido histórico; que proyectemos nuestras aspiraciones nacionales mucho más allá del horizonte de nuestros intereses inmediatos y de las pequeñas luchas que consumen hoy nuestras energías como nación. Si no levantamos la vista, nuestra época nos alcanzará una y otra vez, y el futuro no será otra cosa que una infinita repetición del presente.
Pero, si es urgente recuperar nuestra grandeza de miras, también es urgente que, con humildad y honestidad, evaluemos los pasos que damos en la dirección de nuestros ideales. Esta es la segunda tarea que retoma este Plan: la de la evaluación.
Durante mucho tiempo, demasiado tiempo, los arquitectos costarricenses se acostumbraron a diseñar los edificios políticos con absoluto desdén por sus resultados futuros. Ansiosos por iniciar el nuevo proyecto gubernamental, fueron dejando tras de sí una estela de cascarones inhabitables, que hicieron, de la evaluación, no sólo una labor titánica, sino con nulo impacto en la definición de las políticas posteriores.
Este Plan Nacional de Desarrollo es nuestro antídoto frente a esa práctica pues prevé mecanismos de evaluación que permitan el control ciudadano no sólo sobre los pequeños detalles operativos de las instituciones, sino también, y principalmente, sobre los pasos dados en el camino de las grandes metas y objetivos que hemos definido para el país.
Planificación y evaluación son, entonces, nuestro compromiso de fines y nuestro compromiso de resultados, dibujados como un plano en las páginas de este documento. El boceto de este plano ya se encontraba en el Programa de Gobierno y en los compromisos anunciados en campaña, compromisos que los costarricenses convirtieron en mandato político al concedernos el honor de elegirnos para ser sus gobernantes.
Hoy presentamos el plano terminado, como un contrato con la ciudadanía, seguros de sentar con él las bases de la Costa Rica desarrollada del bicentenario que tanto hemos anhelado, y cuya construcción tanto hemos pospuesto.
Agradezco a todos quienes participaron en este esfuerzo, a los Ministros y Presidentes Ejecutivos, a los funcionarios de todas las instituciones involucradas, a los asesores y consultores que de una forma u otra colaboraron con el proyecto, especialmente a los funcionarios del Ministerio de Planificación Nacional y Política Económica, cuyo trabajo reconozco aquí públicamente y saludo con el más sincero de los agradecimientos.
Mi gratitud, sobre todo, a Kevin Casas, por no sólo soñar los ideales, sino también dedicarse a construirlos; por vislumbrar la senda de nuestro desarrollo, pero también por echarse a andar, junto con todos nosotros, por el camino del sacrificio, animado por la esperanza de que es posible construir un mejor mañana para Costa Rica. Gracias, Kevin.
Jorge Manuel Dengo. Notarán que no me he referido al homenajeado de esta noche. Lo he hecho a propósito. Don Jorge Manuel Dengo casi merece un discurso aparte. El Plan Nacional de Desarrollo 2006-2010 lleva el nombre de uno de los más grandes arquitectos que el edificio costarricense haya albergado en el último siglo.
Don Jorge Manuel representa una estirpe de hombres excepcionales, cuya inteligencia, audacia y visión son capaces de inspirar a generaciones enteras a ver más allá del horizonte.
Es, se me ocurre, un hombre del Renacimiento, un Quijote dispuesto a enfrentar, una y otra vez, los molinos de la indiferencia y la pequeñez de miras.
Se enfrentó al volcán Irazú y al huracán Juana ; levantó el ICE; fundó la EARTH; fue Vicepresidente de la República y Vicepresidente del Banco Interamericano de Desarrollo; fue creador y jerarca de la Comisión Nacional de Emergencias y de la Oficina de Planificación Nacional; lideró la Estrategia Siglo XXI para Ciencia y Tecnología; y todo ello sin dejar de ser bombero voluntario a lo largo de casi toda su vida. ¿Hay algo que este hombre no pueda hacer? La verdad, no se me ocurre nada.
Benemiritazgo. Por el momento, sé de una cosa que nosotros podemos hacer por él: reconocerle su justo lugar en medio de los beneméritos de la patria. Así lo haremos con un proyecto de ley que hoy he enviado a la Asamblea Legislativa para su aprobación.
Esta decisión, como también la de ponerle su nombre a este Plan, son gestos muy pequeños para pagarle a don Jorge Manuel su contribución inmensa al desarrollo del país, su capacidad para concebir, inspirar y realizar sueños, su fundamental decencia y su caballerosidad. Personalmente, es tan sólo una forma de decirle que la admiración que siento por él desde mi juventud sólo ha sabido crecer con los años, que su ejemplo de servicio público aún me conmueve y que me siento honrado de que haya sido mi Vice-Presidente por cuatro años y mi amigo por muchos más.
Nunca he olvidado unas hermosas palabras de su padre, don Omar Dengo, que hoy resuenan más pertinentes que nunca. Decía el gran maestro: “No hay que volar como hoja, hay que volar como ave: con rumbo”.
Costa Rica debe salir de su refugio de miedo y enfrentar los vientos de cambio; pero debe hacerlo como ave, con rumbo. Esta es la idea que descansa detrás del esfuerzo que hoy presentamos: la de que Costa Rica debe extender las velas, pero sujetar firmemente el timón. Debe aprovechar la fuerza de la marea y el viento, pero con la brújula en una mano, el mapa en la otra, y el espíritu renacentista en el pecho, impulsando cada día nuestro camino hacia el desarrollo.

  • POR Óscar Arias Sánchez
  • Opinión
Omar Dengo
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