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Los rostros de la desesperanza

Como la Petenera, vemos repetido el cuadro diariamente en las noticias de la prensa

Los últimos acontecimientos en torno a la imagen de la mujer nos desdibujan la solemne figura maternal que la concierne y su poderoso afán definitorio del amor para lanzarla en un ambiente de violencia y maltrato de las íntimas esferas de su ser. En estos tiempos presentes de idilio entre el dolor y la persecución, entre el secuestro y la impotencia, se nos revive, mítica y angustiosa, la terrible imagen de la Petenera, figura de leyenda en el mundo del flamenco.
Dolor femenino. Con motivo de la instalación del dolor como un hecho ineludible en la vida de ciertos seres humanos cuya libertad se ve resquebrajada por estos sucesos, nos enfrentamos a la presencia de esta imagen ya histórica de la cultura flamenca. Representa su retrato la maldición del centenario dolor femenino producido por cualquier causa, el cual arrastra irremediablemente todas las desgracias y el casi imposible desenlace hacia una solución feliz.
Y es que, de pronto, sin más ni más, de la noche a la mañana, somos privados de toda luz, permaneciendo bajo el mando y la voluntad de quienes ejercen el poder de las ideas, sacrificando todo lo que no concuerde con su ley. Esta situación nos recuerda a aquel autor, quien, para defender su "libertad", gritaba “¡La libertad es libre, proclamo en alta voz, y muera el que no piense igual que pienso yo!”.
La figura de esta misteriosa mujer, objeto de mala suerte y desgracia entre las creencias gitanas, deja lastimosa huella y podría servirnos como referencia gitana. Según una definición del Diccionario Enciclopédico del Flamenco, entre otras, está la siguiente: “La tradición y la leyenda nos han proporcionado datos de la vida de esta cantaora, que debió ser despiadada y cruel con los hombres según las coplas que la aluden, cantadas en el estilo que ella misma creó y muy populares…”.
Estos símbolos emergen como salidos de la nada y nos entregan de pronto esos rostros femeninos, curtidos por la vida y que, una vez encontrados, no olvidamos nunca más. Son esas mujeres, ya sin historia ni tiempo, víctimas de la sacudida de la violencia no solamente de la falta de amor, sino del aprisionamiento, las que se quedan prendadas en la imaginación y, de vez en cuando, en el escalofrío del miedo, encontramos frente a frente. Su retrato es un grito contenido, un estallido de líneas que se entrecruzan, hasta formar el río por donde corre el recuerdo.
Soledad de la mujer. El retrato de esta mujer nos la pinta sola, irremediablemente sola. Sabe que la soledad se le ha colado en las esquinas y yace, íngrima, en los recodos del llanto. Esta soledad es su anfitriona y su apoyo. Consigo misma dialoga, en su mutismo reposa. No ríe, tampoco llora. Ella ha vivido el abandono y el encuentro, la guerra y la paz, el amor y el desamor. Ha aprendido que la soledad es cómplice de nuestra única existencia, al nacer y al morir.
Tus palabras son saetas que me secan la garganta.Sus labios están desdibujados, desconocen la alegría y también la tristeza. Y, sin embargo muchas líneas convergen ahí, como forzando el ayeo, con ese clamor que se perdiera en la garganta, ahora estéril y desierta. Porque la palabra puede desdecirse, como la miel en la boca amarga. Te miro y no sé por donde/ tus ojos se me avecinan/ tan despacio y tan callando.La Petenera no sabe mirar ni reír ni cantar. Ya no escucha ni habla. Ha recorrido todos los caminos, ha conocido todos los senderos. Mujer triste y maldita.
En estos vaivenes de soledad y dolor va quedando escrita su historia. Crónica presente quizá desde la raíz de la vida, en una sociedad que desatiende su impotencia. Como la Petenera, vemos repetido el cuadro diariamente en las noticias de la prensa. Como la Petenera misma, se escuchan campanas de desolación y ruego que nos obligan a prestar atención, tomando en cuenta precisamente que la vida no es una novela, la cual vemos cómodamente sentados frente al televisor, sino un clamor universal cuya brecha concierne y compromete plenamente la paz social que nos envuelve. Es la suya una permanencia presente para recordarnos que el dolor es tránsito obligatorio y establece morada en los resquicios del alma.
Es su mensaje un reto al compromiso que todos debemos sentir, cerca o lejos de los acontecimientos, de que la persona humana debería colocarse muy por encima de las ideologías que mancillan la libertad y despiadadamente la someten al cumplimiento de una política raquítica en sus metas y en sus postulados.
Son posiciones que luego se desdicen resquebrajando sus propios ideales, sacrificando seres humanos y entristeciendo más y más el panorama del planeta, de esta vida que solo una vez se vive y que nos debe llamar a la superación y no a la destrucción.

  • POR Damaris Fernández
  • Opinión
KidnappingViolence
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