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Ana, de 17 años, acudió a clases de inglés en una universidad de San José y, a las 5:30 p. m. de un lunes, caminó hacia el parque para esperar el autobús.
Allí, un hombre joven, de buen aspecto, le preguntó la hora amablemente. Ella miró su reloj y, cuando estaba a punto de responder, sintió el cañón de una pistola en las costillas.
"Haga todo lo que le diga o se muere...", le dijo el desconocido obligándola a caminar hasta un auto estacionado a pocos metros.
Lo que sucedió después cambió radicalmente la vida de Ana.
Aunque en la actualidad toma pastillas para dormir, se despierta varias veces gritando y llorando, presa de terribles pesadillas.
“Me siento sucia, como basura, como la peor de las basuras, huelo mal, aunque me dicen que no es cierto. Me baño a cada rato, me pongo desodorante y perfume, pero huelo a basura; es horrible sentirse así...”, relató esta víctima de violación durante una terapia con su psicóloga.
Pero no es la única. De acuerdo con informes del Departamento de Planificación del Poder Judicial, cada seis horas una mujer denuncia haber sido violada, la mayoría de los casos en la provincia de San José.
La Policía señala que “hay cientos de casos más”, pero solo unas pocas se atreven a recurrir a las autoridades.
Solo en el 2007, el Ministerio Público y el OIJ recibieron 1.400 denuncias relacionadas con violaciones en todo el país.
Hasta agosto pasado, los cuerpos policiales conocían de más de 1.000 denuncias y temen que la cantidad de ataques sexuales siga en aumento.
A diferencia de otros delitos, en los que la Policía cuenta con pruebas contundentes y los responsables terminan en prisión, la mayoría de los violadores quedan libres porque muchas de las víctimas sufren terribles secuelas psicológicas que les impiden seguir adelante con “el doloroso proceso judicial”.
“Uno siente inseguridad todos los días. Tengo miedo de salir a la calle, de hablar con la gente, siento que me pueden hacer lo mismo y entonces tiemblo...”, reconoció otra víctima, de 19 años, durante una terapia de recuperación.
Las estadísticas judiciales favorecen por mucho a los violadores.
El año pasado, de 1.400 denuncias, solo 495 casos fueron llevados a juicio y, de ellos, solo resultaron condenados 152 violadores.
“Puede ser que la víctima no aparezca, que se acoja al derecho constitucional de no declarar y contra eso no se puede hacer mucho. Se puede ir con un caso perfectamente fundamentado, con toda la prueba, pero si la víctima no declara, no se puede hacer nada...”, afirmó Eugenia Salazar, fiscal adjunta de Delitos Sexuales del Ministerio Público.
Familiares y conocidos. La mayoría de las violaciones ocurren en el ámbito familiar y, casi siempre, el agresor es un conocido de las víctimas, según informes en poder del OIJ y la Fiscalía.
“Antes se decía que nos cuidáramos del sátiro del barrio, pero muchos de los abusos se dan en el ámbito familiar por parte de personas conocidas. Pueden ser el chofer del bus, el vecino, el maestro, el sacerdote, el entrenador de los niños, el papá, un tío, el abuelo, el padrastro, el amigo”, dijo Salazar.
Los ataques sexuales, además de ir en aumento, cambiaron en los últimos años, informó el Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
Hasta hace algún tiempo detenían a un sospechoso por un solo ataque sexual, pero lo más frecuente ahora es capturar a individuos con tres, cinco y hasta diez violaciones en una misma zona.
Ese fue el caso de un hombre de apellido Calvo, de 24 años, detenido el 1.° de abril tras cinco ultrajes cometidos en Escazú.
De las víctimas, solo dos aceptaron denunciarlo penalmente. Las otras, al igual que en muchos casos conocidos en medios policiales, sobreviven a duras penas con un severo choque emocional.
“De ahora en adelante se mantendrá en alerta permanente, tiene la sensación de que el peligro vendrá en cualquier momento. Por ello, los sobresaltos constantes, pesadillas, irritabilidad y comportamientos explosivos”, explicó la psicóloga Darcy Araya Solano, del Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu). La mayoría de las víctimas que denuncian son personas menores de edad, y sus agresores, casi siempre, son su padre, padrastro, un tío, un primo o el abuelo. Entre las mujeres adultas, las edades oscilan entre 18 y 30 años, según las autoridades.
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