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En Vela

Posiblemente, la calamidad número uno de Costa Rica sea el binomio mala gestión pública-corrupción (impunidad) y, en el plano institucional, desde larga data, el MOPT. Hace unos años, un expresidente me dijo: "Mi mayor error, cuando fui presidente, fue no haber cerrado el MOPT".
No fue una expresión demagógica ni un arrepentimiento tardío. Fue una vivencia, fruto de su experiencia personal y política, ante un ministerio carcomido, cuyos excelentes funcionarios, aun en la brega, no podían detener su derrumbe, pues este tenía su origen más allá de sus paredes. Su tumor interno se llamó, por largo tiempo, política, que, cuando decae, todo lo contamina, así como, cuando florece, vivifica. “No todo es política, pero casi todo pasa por la política”. Terrible verdad.
Hoy las lamentaciones de este expresidente forman parte del lenguaje común. Basta leer la prensa: está inundada, desde hace tiempo, de denuncias contra el MOPT, particularmente en el campo vial y portuario (Limón), y una serie de proyectos que han desembocado en espantosas chambonadas, que un niño hubiera evitado. ¿Por qué este ministerio fue capaz, hace cuatro años, de evitar la debacle del aeropuerto internacional Juan Santamaría, gracias a la capacidad negociadora de una viceministra y al apoyo de su jerarca y del Gobierno, y de incurrir, luego, en una explosión de disparates? La respuesta está en la calidad del recurso humano y en la intromisión de la política.
El tema es viejo y nefasto. Entonces, ¿por qué la maleza creció y lo ahogó? Pueden emitirse muchas respuestas, pero sobresale una: la impunidad. ¡Qué doloroso es pasar revista a todas las denuncias publicadas sobre el funcionamiento del MOPT y advertir, a lo largo de años, que la palabra ‘responsabilidad’, con todo lo que este valor ético entraña, se fue desvaneciendo del diccionario de este ministerio, al punto que sus mejores funcionarios no pudieron contener la marea. La política se tragó al MOPT. Ante este espectáculo Jorge Vargas Cullell explotó, un día de estos, en su columna, y clamó por su clausura. Y los artículos en la prensa abundan en igual dirección.
La historia, con todo, nos premió con el castigo de la trocha en la frontera. Lo ocurrido ahí no tiene parangón en nuestra historia por el cúmulo de disparates, por la irresponsabilidad, por la falta de planificación y de control; en fin, por todo. Pareciera que se abrieron las compuertas del disparate y del abuso para que entrara un ejército de malos hijos de la patria. Si no extraemos de este pasaje de ignominia las lecciones pertinentes para rectificar, ya no tendremos otra oportunidad. Una larga historia de impunidad explica tanta desgracia.

  • POR Julio Rodríguez / envela@nacion.com
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