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Jesús, el Cristo

Jesús ha sido la figura central de estos 2000 años y con él comenzamos históricamente la marcha del tercer milenio.

¿Quién es este, amado y odiado, signo de contradicción, que, en plena derrota humana en la cruz, se atreve a proclamar que todo lo atraerá hacia El y lo demuestra, pues al tercer día resucitó y venció a la muerte?
¿Quién es este que se dice hijo de Dios, que se atreve a modificar la ley judía; manso y humilde, pero trata de zorro a Herodes, vapulea a los mercaderes profanadores del Templo, invita al suicidio a los que escandalizan a los niños y llama sepulcros blanqueados y lobos con piel de oveja a los hipócritas; compasivo y generoso con los pobres, los enfermos, los pecadores y los excluidos; enamorado de la naturaleza, de donde extrae sus más bellas metáforas didácticas; que selecciona a su iglesia del puro pueblo; que no les teme a los poderosos, que rehúye la gloria; que camina, atleta sin par, centenares de kilómetros para proclamar la buena nueva; que "surfea" las aguas sin tocarlas para sostener en la fe a los suyos; barítono singular, que con voz potente domina las olas y con dulce voz fascina a los niños y atrae a la mujer pecadora; que realiza los más grandes portentos pero que suda y siente miedo en el Huerto de los Olivos, al inicio de la pasión, y sufre el abandono pusilánime de sus discípulos camino del Calvario?
¿Quién es este, Yeshua, en hebreo, hijo de María, adoptado por José, el carpintero, quien vivió entre los años 6 y 7 "antes de Cristo" y el año 30 después de Cristo, quien nació en tiempos del emperador Augusto, desplegó su vida pública en tiempos del emperador Tiberio, siendo Herodes tetrarca de Galilea, y murió bajo el procurador Poncio Pilato? ¿Quién es este que rompe todos los esquemas y cuya consigna fue hacer la voluntad de Dios, a quien solo interesaba "el reino de Dios" y solo le importaban "Dios y los seres humanos, o bien, la historia de Dios con los seres humanos"?
¿Quién es este que, en 2000 años, ha llenado la historia y la Tierra, y por quien en estos días cambiamos de siglo y de milenio, pese a haber nacido en un establo y muerto en una cruz, entre malhechores? ¿Quién es este que nada escribió, de escasa biografía, anunciado en el Antiguo Testamento, citado por el historiador judío Flavio Josefo, al final del primer siglo; y mencionado luego por el historiador romano Tácito y por Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, en una carta al emperador Trajano, y a quien misteriosamente alude la hermosa cuarta égloga de Virgilio, quien canta el nacimiento de un niño para instaurar el nuevo reino de paz y justicia? ¿Quién es este que prefirió nacer en la pobreza y la oscuridad, acompañado de sus padres, de un buey y una mula, y no, en estos días, en medio de la cultura del espectáculo cuando pudo inundar de inmediato todos los medios de comunicación y hacer en pocos días lo que, fatigosamente, ha alcanzado en 2000 años?
La perenne pregunta
Esta es la eterna pregunta. La misma que él dirigió, un día, a sus discípulos, camino de Cesarea: "¿Quién dice la gente que soy yo? Y ellos respondieron: "Para algunos tú eres Juan el Bautista; para otros, Elías, y para otros, Jeremías o uno de los profetas". Pero, Jesús los mira de frente y los interpela sin ambages: "Y vosotros ¿quién decís que soy yo." Simón-Pedro, el primero de los discípulos, el mismo que lo negaría tres veces, primer jefe de la Iglesia futura, responde: "Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo". Jesús clausura el examen y dice: "Bienaventurado eres, Simón, pues no ha sido la carne ni la sangre las que te han revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos"
Este debate lleva ya 2000 años y se prolongará hasta el fin de los tiempos. Su existencia histórica, el acontecimiento, avalado por el sincronismo con los principales personajes de su tiempo, ya no se discute. El gran debate gira alrededor del entronque de su humanidad con su divinidad, del acontecimiento con el misterio, es decir, de la unión hipostática del Jesús de la historia (el salvador, en hebreo) con el Cristo de la fe ( en hebreo, el ungido, equivalente, en griego, al "Mesías").
En esta polémica escojo como guía al filósofo francés Jean-Guitton, quien afirma que, ante todo problema cardinal, la inteligencia posee tres tipos de solución: dos negativas y una positiva. Desde este ángulo, la cuestión de Jesús nos plantea tres hipótesis. Una lógica ternaria.
Tres hipótesis
Primera hipótesis: la solución histórica o escuela crítica. Uno de sus primeros heraldos fue Renán quien, en 1862, en el anfiteatro del Colegio de Francia, proclamó que Jesús fue "un hombre incomparable", desprovisto de divinidad. Esta escuela acepta su existencia, pero rechaza los milagros. Jesús es así un hombre extraordinario, comparable con Buda y Confucio, divinizado o transfigurado por la imaginación humana. Esto es, un hombre que fue hecho Dios por los hombres. Esta solución choca con la divinidad de Jesús. Eleva, además, a Jesús y rebaja a sus discípulos, los testigos, víctimas de una ilusión. Esta hipótesis, según Anatole France, es irreal, pues es un contrasentido rechazar la Resurrección y admitir la Pasión. Si a Jesús se le quita la divinidad y solo se deja su humanidad, no se logra un ser perfecto, sino equívoco, inverosímil, casi inexistente.
Segunda hipótesis, propia de la escuela mítica. Jesús es un mito, como Hércules o Apolo. Para llegar a él hubo que inventar una historia. Esta solución hace de Jesús no un hombre hecho Dios, sino, por el contrario, un Dios hecho hombre, pero por los hombres, un mito revelado. Jesús es el producto de la piedad de la gente. En esta vía se acepta la esencia del Evangelio y del cristianismo, esto es, la idea de un Dios vencedor de la muerte, pero se rechaza a Jesús de Nazaret. Esta solución choca con la humanidad de Jesús. Este es el planteamiento imperante entre los discípulos de Bultmann, de Hegel y de Marx. Muchos "cristianos" apoyan esta hipótesis, a semejanza de Rousseau o Lamartine.
En estos dos planteamientos, sea Jesús, un hombre hecho Dios, o un Dios hecho hombre, por los hombres, se rechaza la veracidad histórica de los Evangelios y de sus testimonios. El primer planteamiento retiene a Jesús, pero desvanece su atributo esencial: la Resurrección. El segundo retiene el atributo resucitado, pero desvanece al sujeto, Jesús. En estas condiciones, si Jesús no es Dios, si solo es hombre, es un impostor. Y si a Jesús se le considera solo Dios, entonces su humanidad, sus sufrimientos resultan incomprensibles, pues Dios no puede sufrir ni morir, en cuyo caso el Evangelio es una historia absurda.
La respuesta cristiana
La tercera es la figura clásica de la fe cristiana: Jesús existió, murió y resucitó, todo lo cual nos ha sido dado por el testimonio de los discípulos quienes prefirieron morir antes que renegar de lo que "habían visto y oído". Este planteamiento salva la realidad histórica de Jesús y contiene la fe en los milagros, en su divinidad, por lo que la persona y la obra de Jesús son inseparables. "La fe cristiana -dice el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe - no es una teoría sino un acontecimiento. Lo esencial incluso del mismo Jesucristo no es que haya divulgado unas ideas -cosas que, por cierto, hizo- lo realmente importante es que ´yo soy cristiano porque creo que eso ha acontecido´. Dios vino al mundo y ha actuado. Por tanto, se trata de una acción, de una realidad, no solo de un conjunto de ideas".
¿Quién es, entonces, Jesús para el cristiano? La fórmula completa es la siguiente: Jesús es el Cristo. Jesucrito -dice Walter Kasper, obispo católico y teólogo alemán- no es un nombre compuesto, como por ejemplo, Alejandro Vivas, sino una profesión de fe que dice: "Jesús es el Cristo", resumen de la fe cristiana. Es decir, Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero hombre, único, insustituible, es simultáneamente el Cristo enviado por Dios, o sea, el Mesías ungido por el Espíritu, la salvación del mundo, la plenitud escatológica de la historia. En Jesús, en fin, uno se las tiene que ver con Dios. Esta es la cuestión.
Frente al tercer milenio
Jesús ha sido la figura central de estos 2000 años y con él comenzamos históricamente la marcha del tercer milenio. Sabemos qué ha hecho él por nosotros, pero ¿qué hemos hecho de él y que haremos de él en este nuevo milenio? El mundo busca ansioso líderes, ídolos, modelos que admirar. Jesús es Dios y, además, un ser humano único y grandioso, que lo tiene todo. Lo admiramos, pero no lo estudiamos ni como Dios ni como ser humano. Tampoco vivimos sus enseñanzas.
En fin, ¿de qué ha servido el cristianismo? Gandhi quedó fascinado por Jesús pero desconfiaba de los cristianos. La respuesta es doble: el cristianismo(el judeo-cristianismo) ha realizado en estos 2000 años una labor incomparable. Nuestros mejores valores, nuestra cultura, la democracia y los derechos humanos, para citar solo unas muestras, abrevan en sus fuentes. Sin este binomio el mundo hubiera saltado en pedazos.
Sin embargo, el mal sigue haciendo de las suyas. Ahí está el Holocausto, el exterminio de 6 millones de judíos, el gran deshonor, por omisión, del cristianismo. Ahí están la inmensa miseria y las violaciones de los derechos humanos. No todo es culpa de los cristianos, pero, por la concreción y trascendencia de su doctrina y la grandeza de Jesús, el Cristo, el balance podría ser mucho mejor si, en verdad, pensamiento y vida fueran, como en Jesús, una misma cosa.
El problema es que Dios adoptó un método maravilloso pero difícil: la libertad humana. Su respeto a la libertad humana es tan grande que hasta puede el hombre con ella negarlo. El progreso material y científico es lineal, mensurable y objeto de estadísticas. El bien, en cambio, no es cuantificable. Cada ser humano que nace reinicia la historia. La libertad, como la radioactividad, puede curar o matar, construir o destruir. Hitler y la Madre Teresa fueron cristianos.
Para el cristianismo el siglo XXI y el tercer milenio entrañan un desafío de verdad-libertad y de unidad. En su discurso en la ONU, en 1995, el papa Juan Pablo II expresó: "Veremos que las lágrimas de este siglo han preparado el fundamento para una nueva primavera del espíritu humano". El cristiano tiene, en este nuevo capítulo de la historia, un terrible compromiso, pues sabe, por experiencia, que cuando el mensaje judeo-cristiano viene a menos, la barbarie irrumpe y gana la partida.
Jesús, el Cristo, representa una buena garantía y la mejor de las opciones para evitar el cataclismo y realizar la primavera.
(*) Coordinador sección Editorial La Nación

  • POR Julio Rodríguez / envela@nacion.com
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