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Casi al final de su mandato y en una de las cumbres de su popularidad mal haría el presidente, Miguel Ángel Rodríguez, en cambiar las reglas de juego de su relación con la prensa y mostrarse reacio a las "preguntas de corredor" o a las que, en su concepto, no caben dentro de su apretada agenda.
Si lo va a hacer en sus últimos seis meses debería ser más sincero y decir con franqueza qué es lo que le molesta del abordaje de la prensa y no escudarse en razones de agenda o de forma. Sospecho que lo que en realidad le irrita al mandatario tiene que ver con otra agenda: lo que en su opinión deberían ser los grandes temas nacionales.
Rodríguez, cuyas reconocidas cualidades académicas no siempre se ven compensadas con sus habi-lidades políticas, no siempre ha sido capaz de comunicar justamente su visión del país que desea y de imponer esa perspectiva de mediano plazo a la opinión pública.
Ese desfase, que no negamos que pueda producir frustración y malestar, ha generado ocasionales exabruptos y no pocos desencuentros. Pero tanto el mandatario como los ciudadanos deben entender que la agenda pública se constituye no solo de grandes temas sino también de asuntos coyunturales y hasta de detalles que, a ojos del gobernante, pueden parecer irreleventes, pero que son fundamentales.
El vínculo de la prensa con las fuentes políticas no es inocente ni neutro. Una y otras intentan sacar partido, de acuerdo con sus intereses, de dicha relación privilegiada. A veces las agendas coinciden y a veces no. Es un toma y daca. Así es como funciona la democracia.
¿El Presidente debe responder a todo? No, pero si no lo hace debe asumir las consecuencias o redefinir su imagen pública. No se trata de mostrarse esquivo o no, sino de comunicación política.
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