Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Ahora que ya pasó el Día de la Madre y todas quedaron contentísimas con las licuadoras, aspiradoras y cocinas compradas con esos créditos de a ¢5.000 la semana durante 40 años; ahora, repito, que uno apenas termina de quitarse la miel de los campos pagados filosóficos en los diarios y la TV acerca de la importancia de las madres; ahora, entonces, es que me place decir lo siguiente: en Costa Rica los hombres somos unos grandes "mamitas".
Tengo por cierto, siendo cuarentón largo, que muchos de mis congéneres fueron criados desde niños como verdaderos inútiles: “Ay, pobrecito mi chiquito, ¿tiene hambre? Venga que le cocino un pintico”. De grande, el mamulón no sabe ni hacerse un huevo frito. Que muchos de ellos fueron incapacitados a edades tempranas para amarrarse los pantalones a la hora de tomar decisiones, pues “pobrecito mi papito, ya hablé con la Niña para que le suban la nota de matemáticas”. (El papito en cuestión ni gracias da, lo ve como natural). Que a algunos machazos hasta le escogían su vestuario (“M’hijito, aquí le planché la camisita que se va a poner hoy”). Alguien con sorna dijo que los ticos varones tienen complejo de Jesucristo porque, con más de treinta años, viven con su mamá, creen que ella es la Virgen, y ellas, que ellos son Dios.
A primera vista, los hombres imponen. Por lo general, son los que conducen los vehículos y se bajan con caras satisfechas por el Hyundai nuevo bien pachuqueado que todos vuelven a ver. Algunos de ellos aprovechan su fuerza física para ejercer violencia en el hogar, pero la verdadera sustancia de este país son las mujeres. Aquí las “doñas” mandan, punto. A lo mosca muerta, eso sí: “Papi, ¿verdad que sí?”. Pero, cuando las papas queman, las piernas de los machazos se convierten en un flan y las mujeres aguantan. Y, cuando las parejas envejecen, adquieren todavía más poder. En esta sociedad “clánica”, las abuelas son el coagulante de las familias. En cambio, el abuelo, bueno, el abuelo está ahí: el poder que tenía, traer la plata a la casa, se desvaneció y muchos de ellos languidecen a la sombra de la “abeja reina”, como decía una distinguida antropóloga.
Por supuesto, de todo hay en este valle de lágrimas. Conozco a muchos hombres fuertes, autosuficientes, que no se ajustan al molde descrito. Pero no deja de sorprenderme la frecuencia con que los arquetipos adquieren rostro y realidad. Por eso, en el Día de las Madres, licuadoras aparte, pienso que lo que este país necesita es un gran diván para transformar la relación tan típica y un tanto enfermiza de madres-gallinas e hijos varones-inútiles en algo distinto. Quizá, entonces, tendremos un mejor país.
Este documento no posee notas.