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"Cada día somos más, ya no cabemos y les tenemos que decir que no hay campo", dice Ángel Enrique Martínez, sentado en un banco cojo sobre el patio de tierra de su tugurio aquí, en El Pochote, Santa Cruz.
El precario alberga a casi medio centenar de familias, pero el dato no es confiable. En cada rancho suelen haber dos familias, apretujadas entre cartones y latas de zinc.
“Este lugar lo ayuda a uno porque no hay trabajo y aquí no pagamos ni agua ni luz. Agua no, porque la sacamos del pozo, luz tampoco porque no hay”, afirma Martínez, mientras la destartalada lavadora, que alguna vez dijo Atlas en la tapa, da una nueva vuelta impulsada por la electricidad “pirateada”.
“No es que uno no quiera trabajar, es que aquí no hay trabajo y no tenemos dónde ir”, agrega.
Más allá, Lady Mendoza saca agua de uno de los pozos. Le incomoda su vientre de embarazo de seis meses.
Mendoza cuenta que no es de Santa Cruz. “Mi esposo sí es de acá, pero yo soy de Limón. Nos vinimos porque él quería vivir acá... en su tierra”, expresa.
Sus dos hijos se arriman a ver quién más llegó hoy a este improvisado pueblo.
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