Lunes 19 de junio de 1995 LA REPUBLICA 7C Deportiva Un premio a los sentimientos AMADO HIDALGO Colaborador especial El pito final arrancó el sentimiento a todos los hombres que empeñaron su esfuerzo en el campo de las batall futbolísticas. Badú no se pudo contener y dejó escapar un torrente de lágrimas, después de estrecharse en abrazo de padre con sus jugadores.
Los morados fundieron su alegría como niños grandes, ojos agradecidos con la vida, brazos extendidos al cielo. De camino Javier Delgado y Erick Lonnis se toparon y un abrazo selló el sentimiento noble de caballeros del futbol.
Lo mismo sucedió con Mauricio Montero y Benjamín Mayorga, que se pidieron además la camise ta. partir de ese momento el liguista vestiría la camisola morada con el en la espalda.
Se acabaron los insultos en las gradas y la disputa en la cancha. Javier Delgado desfilo frente a la gradería de sombra con un aplauso para la afición da, y la masa le devolvió la misma mone da. Igual hicieron Osvaldo y Ricardo Chacón, y este último hasta se subió a la malla para estrechar manos, firmar autógrafos y estampar un beso en la frente de un niño vestido de morado.
Cuando le tocó el turno a Mauricio, enfundado en la camisa del Saprissa, un coro se levantó en las gradas: Chunche, Chunche. en un gesto que ennobleció al futbol y disipó las barreras tendidas a lo largo de la historia entre manudos y morados.
Los aficionados no abandonaron sus asientos para ver la premiación y no escondieron aplausos para los liguistas, cuando Mauricio Montero subió al escenario para recibir el balón de plata, seguido por sus compañeros, orgullosos por el buen partido realizado. Badú lo quisieron silbar, pero el brasileño se volvió hacia la ultra con un aplauso a flor de manos y la gente lo reciproco. La nobleza descendió al coloso de Tibás.
Después siguieron los manudos, todos con su gorrita al revés. Treparon a la tarima Enrique Díaz y Evaristo Coronado, por el balón de oro. Homenaje al ídolo que se retira y al hombre insignia, caballero de mil batallas en la lucha morada. Le siguie ron uno a uno todos sus compañeros, quienes estamparon besos de campeones en ese trofeo que simboliza la epopeya.
Entre cámaras y micrófonos, lágrimas y abrazos, los monarcas dieron la vuelta olímpica, azuzados por el grito ensordecedor de una barra que sintió en sus poros un triunfo forjado también por ellos. Los manudos se fueron al vestidor con la conciencia tranquila y los saprissistas partieron al suyo para una ceremonia íntima, festejada con el champán de los campeones. Allí brotaron nuevamente los sentimientos de niños felices que supieron jugar al futbol para conseguir la victoria.
Mauricio Montero, camisa morada, recibe el trofeo de subcampeón.
El capitán manudo recibió la ovación de los morados.
Enrique Artiñano levanta su segunda copa en el futbol. Es artifice del nuevo Saprissa.
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