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Hace unos años llegó a mis manos una pequeña selección de fotos de la revista National Geographic. En ella había una foto en la que aparecía una niña cuya mirada, desde el primer momento en que la vi, me cautivó profundamente. Como era una selección propagandística, carecía de explicación a qué correspondía cada una de ellas.
Tiempo después, esos ojos me volvieron a encontrar en otra selección de las 100 mejores fotografías de la National Geographic. Y, finalmente, me atraparon en la edición de la revista del mes de abril de este año, donde se presenta la historia de la mujer afgana Sharbat Gula desde antes de ser fotografiada por Steve McCurry hasta la actualidad.
Lo más impresionante de este reportaje es que observamos que los hermosos ojos de Sharbat siguen teniendo el gran poder de hace 17 años, cuando fue fotografiada por primera vez. Eso sí, ha perdido su tersa piel y muestra gran resignación frente a la durísima vida que le ha tocado vivir. Ronda los treinta años, la casaron en una boda arreglada a los trece años y tiene tres hijas, para las cuales desea la educación que ella no pudo tener. Según la tradición, no puede mirar y mucho menos sonreír a otro hombre que no sea su esposo. Tiene que vestir una burka que la separa por completo de la vida pública, a la que sólo tienen derecho los hombres. Vive en un poblado donde no hay agua potable, luz eléctrica, escuelas, caminos o asistencia médica. Puede vivir con su esposo en la cuidad de Peshawar, donde trabaja en una panadería y gana 1 dólar al día, sólo durante el invierno, porque padece de asma y no tolera el calor y la contaminación del verano, el resto del año vive en las montañas.
Según cuenta su hermano, Sharbat no ha conocido un día de felicidad, excepto el día de su boda. Y eso se refleja en su aspecto y en su mirada. Cuando fue fotografiada por primera vez, Sharbat vivía en un campo de refugiados. Sus padres habían sido asesinados durante la invasión soviética. Ahora que ha sido encontrada, su país sufre la invasión norteamericana y, según sus mismas palabras, durante el régimen talibán su vida fue mejor, «cuando menos había paz y orden». A pesar de esto, desea que sus hijas estudien, porque «yo deseaba terminar la escuela, pero no pude. Lamenté mucho cuando tuve que abandonarla».
La historia de Sharbat es la historia de Afganistán, el país más pobre del mundo, que ha sido objeto de la atención de las potencias, pero no necesariamente para ayudarlo, sino más bien para hundirlo en mayor pobreza y desesperanza. Aunque Sharbat nunca había visto su fotografía, ni sabía del poder perturbador de su mirada, ojalá que sirva este reencuentro para detenernos ante el clamor de sus ojos que piden atención y nos llaman a la reflexión. Que así sea.
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