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“Yo, vea, necesito…en lo físico ahorita, ahorita necesito comida, necesito café, no he tomado café ni comido, tengo hambre, eso es lo que yo necesito en lo físico, en lo espiritual necesito que me ayuden, me den la mano, ¿entiende? Para levantarme otra vez como estaba, ¿ya? Porque no voy a seguir más aquí sufriendo, vea niña usted no se da cuenta lo que lo que es dormir sobre un cartón, ah, usted no se da cuenta (…) Es tremendo, yo no quiero seguir sufriendo más, no quiero, es que no quiero”.
Jorge, así como Gabriel (53 años), Isabel (40 años), Julio (37 años), Pablo (36 años), Miguel (35 años) y Cristina (30 años), fueron los indigentes que aportaron y enriquecieron con sus vivencias la investigación “Rostros de la Indigencia. Estudio etnográfico en la zona noroeste del Casco Metropolitano de San José ”, realizada por la profesional Carolina Rojas Madrigal, para optar por el grado de Licenciatura en Trabajo Social, de la Universidad de Costa Rica.
El trabajo analiza la percepción de la vida cotidiana y de las necesidades que tienen estas personas, y sobre cómo viven el proceso de exclusión social, específicamente en la zona noroeste del casco metropolitano, más conocida como la “zona roja”.
INDIGENCIA Y “ZONA ROJA”
Para la investigadora, una persona en condición de indigencia es un/a adulto/a que ha experimentado en sus vivencias cotidianas el proceso de exclusión, al encontrarse en una posición distinta a la que la sociedad considera como aceptable.
La persona en condición de indigencia deambula, pernocta y por lo tanto, vive en las calles de las zonas urbanas, en las cuales realiza actividades ligadas a la precariedad crónica y a las características particulares de estas zonas geográficas.
En la “zona roja” las personas en indigencia se desplazan constantemente, durante el día y la noche, en el desarrollo de su vida cotidiana. “Sin embargo, pude ver a más personas en indigencia concentradas cerca de los mercados y de las paradas de autobuses, donde pueden buscar comida y pedir dinero a los transeúntes”.
Además de desplazarse por la zona, añade Mora, algunos de ellos construyen “ranchos” con material de desecho como cartón, latas y tela, en lotes baldíos, al lado o bajo los puentes.
LOS ROSTROS…
Además de las observaciones externas e internas, y de las entrevistas, la investigadora utilizó la técnica de la entrevista a profundidad a los cinco hombres y dos mujeres mencionados anteriormente, los cuales se citan con nombres ficticios para guardar la confidencialidad, según acuerdo de las partes.
La trabajadora social expresa que una de las situaciones que marcaron el estudio fue “el ‘desequilibrio’ en lo concerniente al sexo de los sujetos, ya que una vez en el trabajo de campo percibí algo sumamente peculiar, y es que la mayoría de las personas que observaba en las calles o en los baños públicos eran hombres”.
Ante esta realidad, la profesional señala que le surgieron preguntas “ya que mis contactos en la calle no solo me mostraron hombres deambulando, sino hombres que emocionalmente estaban muy frágiles, ya que lloraban constantemente durante las entrevistas, hablaban con tristeza acerca de su condición de vida, y se reprochaban a sí mismos por vivir en indigencia”.
Para Mora, esta situación puede deberse, entre otros aspectos, a que el hombre socialmente vive una contradicción en la construcción de su masculinidad, debe ser un “héroe” y realizar conquistas (tener éxito), dominar sus pasiones y tener un cuerpo que resista todo, pero se encuentra en una sociedad que le permite cada vez menos ser exitoso, con el riesgo permanente a su desvalorización.
En cuanto al rostro femenino de la indigencia, la profesional explica que las dos mujeres con las que dialogó, Isabel y Cristina, viven en su condición de indigencia un estado similar al de los hombres, ya que lloraron durante la entrevista y se refirieron a su situación de vida con tristeza:
“Ya tengo 12 años de haberme relajado, meterme a una cantina y ya tener una vida de alcohólica, desde que el Patronato me quitó a mis dos hijas, me las quitaron de 7 y 5 años, ahora en agosto… cumplen 19 y 17 años y ese ha sido el golpe… más grande… de mi vida”. (Isabel, 40 años)
La profesional analiza que al igual que los hombres entrevistados que han roto el patrón de hombre exitoso, proveedor, etc., las mujeres con las que habló “también están ubicadas al lado opuesto de lo que se espera de una mujer, o sea no están cuidando de otros (hijos, esposo o compañero), están utilizando sustancias adictivas y alcohol en lugares públicos (…) han descuidado su apariencia personal y realizan labores que socialmente están descartadas en una mujer prototípica, como la prostitución, el robo y la mendicidad”.
LO COTIDIANO
Las personas con las que la autora dialogó en las calles, mencionan reiteradamente su condición de adictos y adictas a diversas drogas: el alcohol, el tabaco y el crack.
Un día en las calles significa realizar actividades por medio de las cuales consiguen dinero para suplir sus necesidades tales como pedir, limpiar zapatos, cuidar carros o estacionamientos, “jalar” carga, bucear (buscar en la basura y reciclar), vender tiliches (relojes, lápices y otros), robar o prostituirse.
“La mendicidad, a pesar de que se ha construido socialmente, es para efectos de mi investigación una actividad productiva, debido a que es una forma en la que hay una circulación de dinero, que es posteriormente usada para el consumo de drogas, alcohol, alimentos, etcétera, y porque para ellos y ellas es ‘su forma de ganarse la vida’, e incluso lo entienden como un trabajo”, explica la trabajadora social.
Añade que las actividades que llevan a cabo las personas en indigencia en su cotidianidad, son efectivamente desreguladas, y sin embargo encuentran “casualmente” en la zona roja y lugares aledaños todas las condiciones para desarrollarse, lo cual lejos de responder a su erradicación contribuye a que se sigan reproduciendo y legitimando.
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