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El escándalo de WorldCom, que supera cuantitativa y cualitativamente el desplome de Enron, parece abrir un nuevo flanco para aquellos que arremeten contra la política económica de la administración Bush.
El presidente de la Comisión Nacional de Valores, Harvey Pitt, también tendrá que declarar ante el Congreso por los casos de Enron y WorldCom,
La desregulación y la liberalización, que se convirtieron en el caballo de batalla del presidente George W. Bush en materia económica, parecen haberse vuelto en contra del mandatario, ya que los recientes escándalos financieros de Enron y WorldCom dejan muy mal parada a la Casa Blanca.
Así lo entiende el electorado estadounidense que, en su mayoría, achaca a Bush la responsabilidad por la falta de controles en la manera en que las grandes compañías realizan sus procesos contables.
La oposición demócrata no ha dejado pasar la oportunidad y, desde el Congreso, insiste en crear comisiones de investigación que lleguen hasta el fondo de lo sucedido en las empresas cuestionadas y que establezcan hasta qué punto lo ocurrido es responsabilidad de una política económica ultra liberal.
Además, buscarán qué nexos poseen las firmas contables hoy denunciadas con altos jerarcas de la administración republicana, tales como el vicepresidente Dick Cheney.
La mira de los demócratas está puesta en las elecciones legislativas de medio período previstas para noviembre, en donde esperan fortalecer su control del poder legislativo y, de paso, minar la popularidad del presidente, que hoy se ubica en torno al 70 por ciento, según las encuestas.
Más allá de los cálculos políticos, lo que si parece ser cierto es que los más afectados con el desplome de Enron, primero, y de WorldCom, después, son los inversionistas de «a pie» y la gran cantidad de personas que han perdido sus trabajos.
«CRASH» EN CÁMARA LENTA
Desde antes de los atentados del 11 de septiembre, la economía del país más rico del mundo enfrentaba un grave proceso de desaceleración que amenazaba con llevar a un nuevo «crash» o colapso financiero.
Los atentados en Nueva York y Washington parecieron precipitar esta catástrofe; no obstante, la política monetaria de la Reserva Federal y el superávit fiscal heredado de la administración Clinton impidieron parcialmente la debacle.
Wall Street pudo soportar, con pérdidas razonables, el embate del terrorismo y el cambio en la política económica de un presidente que parecía más interesado en proteger los intereses de las grandes corporaciones, que en velar por la estabilidad económica de la clase media y los sectores más necesitados.
Cuando parecía que los nubarrones negros empezaban a disiparse de los índices bursátiles estadounidenses, — especialmente del NASDAQ, que fue el más afectado por el reacomodo de la economía y el fracaso de las «punto Com» –, el fraude en los balances de la compañía de distribución eléctrica Enron hicieron tambalearse de nuevo a las bolsas en todo el mundo.
Pronto se esparció el rumor de que muchas de las empresas más grandes que cotizaban en el mercado de valores neoyorquino utilizaban métodos contables poco fiables, que ponían en duda el estado real de sus cuentas.
Sin embargo, pocos imaginaban que WorldCom, la segunda empresa de telefonía del país, sería la siguiente en caer.
Bernard Ebbers, presidente del consorcio hasta marzo, era el ideal del hombre de negocios de éxito.
Desde su puesto como administrador de moteles, Ebbers había ascendido peldaño a peldaño hasta el Olimpo de las finanzas. En 1983, este «genio» dio sus primeros pasos en el mundo de la telefonía, cuando decidió comprar a la gigante AT&T minutos de llamadas de larga distancia al por mayor y luego las vendió más baratos a otras compañías.
Pronto empezó a hacerse dueño de pequeñas empresas de telecomunicaciones a lo largo y ancho de todo el país.
Finalmente, en 1998, este canadiense nacido en 1941 decidió entrar en las grandes ligas cuando lanzó una oferta hostil de compra contra la segunda empresa telefónica de Estados Unidos: MCI.
Con esta hábil jugada, Ebbers se convirtió para el público en una especie de héroe del mundo de los negocios, ya que había conseguido rescatar a la muy norteamericana MCI, de las garras de la extranjera British Telecom.
Sin embargo, las cosas no salieron como Ebbers esperaba: el mercado de las empresas de telecomunicaciones se tambaleó y las compañías «punto Com» se arruinaron. Pronto necesitó que todos sus altos ejecutivos maquillaran unos balances financieros que mostraban que la corporación se dirigía inexorablemente a la bancarrota.
La ausencia de un control más férreo por parte de la Comisión Nacional de Valores impidió que las alarmas saltaran antes. Pero en marzo, Ebbers tuvo que dejar su puesto ante las constantes denuncias de que algo iba mal en WorldCom.
Harvey Pitt, presidente de la Comisión de Valores, develó luego lo que muchos esperaban: la segunda compañía de telecomunicaciones de Estados Unidos había cometido fraude y había engañado a sus accionistas.
Trescientos cincuenta mil millones de dólares de los costos de operación, habían sido disfrazados como inversiones. El pánico se apoderó de Wall Street y rumores sobre otras empresas hicieron que la Comisión Nacional de Valores sacara, por algún tiempo del mercado, los títulos de gigantes de la talla de General Motors.
Las acciones de WorldCom, que en la época dorada de las empresas de telecomunicaciones alcanzaban los 62 dólares, se desplomaron hasta los 80 centavos.
El Congreso ha llamado a declarar a Ebbers y a los ejecutivos de la empresa contable Andersen, que ayudaron a embaucar a los accionistas.
No obstante, lo más grave es que, a pesar de que los indicadores muestran que en el ámbito macroeconómico Estados Unidos está en la vía de la recuperación, en el terreno bursátil la desconfianza es cada vez mayor.
Muchos analistas financieros consideran que lo que sucede hoy en Wall Street es una debacle similar a las de 1929 y 1989, sólo que en acción retardada.
Nuevamente los índices Dow Jones y NASDAQ parecen haber apurado el trago amargo sin mayor dificultad. El problema es a mediano plazo.
El ya muy golpeado sector de las telecomunicaciones parece haber recibido el golpe definitivo. Bastante debilitadas con las fuertes sumas de dinero que debieron pagar a los gobiernos por las licencias que les permiten desarrollar los nuevos sistemas de telefonía celular, estas corporaciones se han puesto al borde del abismo y podrían ser arrastradas a él tras WorldCom.
El temor se ha apoderado de los inversionistas, que observan los casos de Enron y WorldCom como los últimos eslabones de una cadena que apenas empieza a salir a la luz.
Además, la crisis económica argentina, que amenaza con extenderse a Brasil y el resto de América Latina; así como la siempre presente amenaza terrorista, hacen que el dinero busque sitios más seguros donde refugiarse, tales como el mercado de bonos o el oro.
Si la administración Bush planea detener esta caída en picada, deberá hacer a un lado sus postulados de libre mercado y crear controles contables que aseguren a los inversores sus movimientos.
Quizás la parte más oscura en las crisis de Enron y WorldCom es que, los más afectados son los miles de empleados que han quedado en la calle y los fondos de pensiones que habían invertido miles de millones de dólares en estas empresas ahora derrumbadas.
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