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Un verdadero terremoto político sacude América del Sur, donde la crisis económica despierta inquietudes en Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, mientras en Bolivia el resultado electoral ha sido una enrome sorpresa para todos.
La diplomacia mexicana, encabezada por el presidente Vicente Fox, busca jugar un papel en las relaciones con sus vecinos de América del Sur.
El presidente de México, Vicente Fox, celebró su segundo año de gobierno con una gira al Mercosur, donde participó, el 4 y 5 de julio pasados, en una cumbre con sus colegas de los cuatro países miembros -Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay- y los dos asociados -Chile y Bolivia–, en un esfuerzo por recomponer el panorama político regional.
Se trata de acercar nuevamente la diplomacia mexicana al bloque sudamericano, del cual se ha alejado desde que pasó a integrar el bloque comercial de Norteamérica, desde 1994. Con su economía cada vez más vinculada a la de Estados Unidos y, en menor medida, a la de Canadá, pues casi el 90% de las exportaciones mexicanas se destinan a esos mercado, Brasil ha visto a México como un apéndice de los intereses norteamericanos, más que un socio de los esfuerzos latinoamericanos de acercamiento. Así ocurrió cuando, el año pasado, se celebró el primer encuentro de países sudamericanos, a los que México fue finalmente invitado como observador, después de gestiones de última hora de un gobierno que recién asumía el cargo.
La visita de Fox a Brasil y a Argentina, donde asistió a la cumbre del Mercosur, coincidió con una profunda crisis económica, que amenaza con arrastrar a todos los países del área. La idea era solicitar a Fox que intercediera ante el presidente norteamericano, George Bush, para tratar de conseguir un tratamiento más favorable a la Argentina, que sigue sin llegar a una cuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), en medio de una crisis profunda y de crecientes exigencias de esa institución.
Fox prometió interceder, pero Washington ha reiterado que no habrá apoyo a Argentina antes de que llegue a un acuerdo con el FMI.
Pero su visita no pudo coincidir con un momento más difícil para la región, en particular por las dificultades de todos los gobiernos para hacer frente a sus compromisos internacionales, para enfrentar el déficit fiscal o hacer frente a ambos desafíos.
BRASIL
En Brasil, pese a que los números no parecen indicar una agravación de la situación económica y de que el país ha hecho frente a sus pagos en el exterior, en los días de la cumbre se disparó el «riesgo-país», que mide las expectativas del mercado financiero internacional con respecto a la economía de una nación. En Brasil, los analistas no acababan de salir de su asombro, al ver que el riesgo-Brasil superaba el de países como Ecuador o Nigeria, cuya situación es peor. La única explicación era la desconfianza con el posible resultado electoral de octubre próximo, ante la perspectiva de un triunfo de Luis Ignacio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, un hombre que hasta hace poco ponía en duda la conveniencia de pagar la deuda externa. Si bien ha cambiado ese punto de vista, los sectores financieros internacionales no cesan de ejercer presión para debilitar su posición ante el electorado y facilitar el camino de José Serra, candidato de la coalición de gobierno, al que ven como mucho más cercano a la ortodoxia internacional.
En los últimos días, Serra ha visto su segundo lugar amenazado por otro candidato de centro-izquierda, Ciro Gomes, quien podría desplazarlo de la disputa de una segura segunda ronda electoral, en noviembre.
Pero no solo en Brasil la situación presenta síntomas de inestabilidad. En Paraguay, el mes pasado, el gobierno tuvo que dar marcha atrás en los intentos de avanzar con el proceso privatizador, ante protestas populares, similares a las ocurridas en el Perú, donde el presidente Alejandro Toledo postergó una iniciativa para vender dos empresa eléctricas en el sur ante enormes manifestaciones de protesta.
En Uruguay, el presidente Jorge Batlle recibió una ayuda de $1.500 millones del FMI para enfrentar la situación económica, ante las protestas de los cacerolazos contra las medidas de austeridad que impulsa.
BOLIVIA
En ese marco, se produjo, además, el sorprendente resultado electoral en Bolivia, donde el dirigente indígena cocalero, Evo Morales, del Movimiento al Socialismo (MAS) superó todas las expectativas y se coló al segundo lugar en los comicios.
Morales, quien aparecía con apenas un 4% de las preferencias un mes antes de las elecciones, llegó al cuarto lugar, detrás del los expresidentes Gonzalo Sánchez de Lozada y Jaime Paz, y del cuatro veces alcalde de Cochabamba, Manfred Reyes Villa. Cuatro días antes de las votaciones, el embajador de EE.UU. en La Paz, Manuel Rocha, amenazó a los bolivianos con retirar la ayuda al país, si Morales era elegido. El dirigente cocalero, que había subido en las encuestas, terminó por sorprender y superar a Reyes Villa cuando faltaba contar menos del 1% de los votos. En una final de infarto, se colocó a menos de 2% de Sánchez de Lozada, un rico empresario minero, con quien deberá disputar la presidencia en el congreso.
FOX
En ese marco, el presidente mexicano firmó un acuerdo estratégico de cooperación económica con su colega brasileño y otro con los países del Mercosur, y aprovechó la ocasión para ensalzar el gobierno argentino que encabeza Eduardo Duhalde.
«Aquí hay claridad de rumbo en lo político, lo económico y lo social», afirmó el mandatario mexicano en Buenos Aires, y se definió como «un promotor de la causa argentina». Fox aseguró ver en Duhalde «claridad y decisión que inspiran confianza de que la Argentina podrá superar la crisis».
La iniciativa mexicana podría llegar demasiado tarde, pues sus vínculos con el norte son ya de una naturaleza difícil de cambiar, mientras que la crisis y el abandono de la Argentina por parte de Washington no se han hecho más que acentuar.
Al contrario del mandatario mexicano, el influyente analista norteamericano, Rudiger Dornbush, muy cercano a los bancos de inversión, aseguró en un documento divulgado esta semana por un diario de Buenos Aires, que las instituciones argentinas «seguirán cayendo, sin que pueda hablarse de ayuda externa hasta el retorno de algún dictador militar».
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