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Hacedores de la paz

En este mes de octubre, se cumplen cuarenta años de la crisis de los misiles en Cuba. Fue la última terrible ocasión en que nuestro planeta estuvo al borde de una conflagración mundial, una posible guerra termonuclear. Para las generaciones más jóvenes es preciso recordarles que los EE. UU. en ese momento acusaban al gobierno cubano de estar cediendo su territorio para la instalación de rampas de lanzamiento de misiles soviéticos que podían alcanzar en escasos minutos el área continental de los Estados Unidos. Rápidamente, la inteligencia militar norteamericana produjo y divulgó las pruebas fotográficas necesarias para demostrar al mundo la verdad de sus acusaciones y el presidente Kennedy tenía que tomar una decisión para resolver la crisis. Entre sus asesores había quienes se inclinaban por el ataque militar a la Isla, incluso por el bombardeo de los objetivos militares, o por la invasión. Otros pensaban en la vía diplomática. Al final, Kennedy se decidió por el bloqueo militar y con éste, más las pruebas en la mano, exigió a los soviéticos el desmantelamiento de las bases de lanzamiento. Ambas partes llegaron a un arreglo y se evitó la guerra.

En este mes de octubre, se cumplen cuarenta años de la crisis de los misiles en Cuba. Fue la última terrible ocasión en que nuestro planeta estuvo al borde de una conflagración mundial, una posible guerra termonuclear. Para las generaciones más jóvenes es preciso recordarles que los EE. UU. en ese momento acusaban al gobierno cubano de estar cediendo su territorio para la instalación de rampas de lanzamiento de misiles soviéticos que podían alcanzar en escasos minutos el área continental de los Estados Unidos. Rápidamente, la inteligencia militar norteamericana produjo y divulgó las pruebas fotográficas necesarias para demostrar al mundo la verdad de sus acusaciones y el presidente Kennedy tenía que tomar una decisión para resolver la crisis. Entre sus asesores había quienes se inclinaban por el ataque militar a la Isla, incluso por el bombardeo de los objetivos militares, o por la invasión. Otros pensaban en la vía diplomática. Al final, Kennedy se decidió por el bloqueo militar y con éste, más las pruebas en la mano, exigió a los soviéticos el desmantelamiento de las bases de lanzamiento. Ambas partes llegaron a un arreglo y se evitó la guerra.
Dicen algunos conocedores de la historia que detrás de todo esto estuvo también la mano de Juan XXIII, quien intervino para hablar al oído de la Casa Blanca y del Kremlin y buscar una solución a la crisis que no arrastrara al mundo a la locura de la guerra. Sea como fuere, el hecho es que pocos meses después, el Jueves Santo de 1963, este Papa extraordinario publica su célebre Carta Encíclica «Pacem in terris». En un contexto recalentado por tensiones entre las dos superpotencias, frente a una descabellada carrera armamentista supuestamente orientada a «disuadir» cada uno a su adversario, Juan XXIII traza el único camino posible para la paz: su construcción fortaleciendo en el nivel nacional e internacional el respeto a los derechos humanos, forma aterrizada y concreta de demostrar el respeto por la dignidad de la persona humana.
El Papa no invita a ser simplemente pacífico o pacifista,  si por eso se entiende alguien «tranquilo o sosegado que no provoca luchas o discordias», como lo define el diccionario. A lo que llama es a ser constructor activo de la paz produciendo mediaciones para hacer realidad los postulados morales que sostienen los derechos humanos. Cada uno de éstos corresponde a un aspecto de la vida humana que es preciso salvaguardar, si se quiere producir y reproducir la vida con calidad. Por eso, dentro de la perspectiva de esta Enseñanza Social de la Iglesia, la paz no se construye preparándose para la guerra, como de manera obsoleta citaba recientemente Tony Blair el viejo dicho latino. Las amenazas más profundas a la paz, dentro de la visión de Juan XXIII, no se llaman Sadam Hussein u Osama Bin Laden. Sus nombres son el hambre, la desigual distribución de las riquezas, la exclusión y abandono de los pobres, el despilfarro y la arrogancia de las superpotencias.
Lo terrible de la campaña guerrerista contra Iraq es que, además de incitar a la invasión y destrucción de un país, promueve una mentalidad opuesta a la que se esforzó por difundir el Papa Bueno.
 

  • Jorge Arturo Chaves
  • Opinión
Invasion
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