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De obra breve, el poeta Juan Antillón podría reunir el total de sus escritos publicados en un volumen de poco más de 150 páginas, pero su poesía no podría consignarse en esas pocas páginas. Su primer libro Isla, la valió el premio «Valle Inclán», por el certamen latinoamericano convocado por la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) en 1987, y, tras su publicación, al año siguiente, obtuvo el premio nacional Aquileo J. Echeverría. Luego vino el largo silencio del autor.
Tal ausencia de las páginas provocó desconcierto en quienes celebraron el atinado ejercicio poético de aquella su primera obra publicada. Pero lo que ocurrió fue que este poeta deshojaba una flor al revés. Con parsimonia de orfebre, y espíritu de poeta, dejó ver cada tanto algún tímido pétalo de este volumen que hoy ofrece, con el acertado título de Rosa de papel.
Antillón es un poeta de la sencillez. Reacio a la grandilocuencia y al fácil error de creer que el arte de la palabra se sustenta en jugar con ella, trabaja con atención extenuante sus versos.
Aquí tenemos un conjunto mínimo de textos que dejan ver un sentido poético inmenso. Posiblemente Juan Antillón pertenece a una generación de poetas que respetan y celebran el compromiso del bien decir, salvando al lector del ilusionismo de los efectos especiales del verbo.
El aparentemente fácil motivo de la rosa, le permite abordar diversos temas del más profundo sentido humano: el amor, la muerte, la soledad, la vejez, la vanidad, la tolerancia. Como si al poeta la bastara con apoyar su decir en las pequeñas cosas para desde ahí verter su intenso ejercicio con la vida.
Por honesto, por bien escrito, por su belleza y sencillez, este conjunto de poemas es un regalo generoso de su autor.
Lo acompaña un prólogo que devino epílogo, según lo justifica el mismo autor, pero que en realidad parece más un monólogo. Y esto no es un juego de palabras de esos anteriormente criticados, sino que el texto «Sobre la poesía» que remata el volumen parece la transcripción de una entrevista que se hubiera hecho el autor a sí mismo.
Para cerrar, el errático índice de esta modesta y mínima edición, confirma que la certeza de la palabra puede más que los catálogos, ya que no es necesario orientarse en este libro, sino abrir cualquiera de sus páginas de poesía.
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