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La doble moral de la Casa Blanca

Mientras Estados Unidos se prepara para invadir a Irak, una nueva crisis se avecina en el Lejano Oriente, debido a la intención de Corea del Norte de continuar con su programa nuclear.

Mientras Estados Unidos se prepara para invadir a Irak, una nueva crisis se avecina en el Lejano Oriente, debido a la intención de Corea del Norte de continuar con su programa nuclear.
Saddam Husein advirtió que está preparado para resistir una invasión de fuerzas norteamericanas.
A pesar de que los observadores de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) no han encontrado ni una sola evidencia de que Irak posea armamento de destrucción masiva, la Casa Blanca parece dispuesta a derribar el régimen de Saddam Husein contra viento y marea.  No obstante, los indicios de que Corea del Norte continúa con el desarrollo de la bomba atómica, únicamente han recibido una tímida respuesta diplomática y desde Washington se asegura que el problema se solucionará de forma pacífica.
Las similitudes entre ambos casos saltan a la vista e incluso el presidente de EE.UU., George W. Bush, ubica a Irak y Corea del Norte, -junto con Irán-, en lo que él denomina el «eje del mal».  Pero, entonces ¿cuál es la diferencia? ¿Por qué a Irak se le amenaza con una guerra y al régimen de Pyongyang se le ofrecen toda clase de garantías con tal de que abandone su programa nuclear?
Es más que evidente, según los críticos de la política exterior del presidente Bush, que el gobierno de Estados Unidos posee una doble moral.
La espada de Damocles que pende sobre la cabeza de Saddam Husein no se sustenta en la potencial amenaza que representa Irak para sus vecinos, sino en su riqueza petrolera.
Además, argumentan los analistas más suspicaces, Bush tiene una cuenta pendiente con el líder iraquí, ya que muchos criticaron a su padre luego de la Guerra del Golfo de 1991, por no haber acabado con Husein de una vez por todas.
 
De este modo, el lenguaje del mandatario estadounidense a la hora de referirse a los gobiernos de Bagdad y de Pyongyang es muy distinto.
Bush sabe que no puede tener más frentes abiertos de los que puede manejar.  Irak y la red Al Qaeda ocupan ahora su atención y le sirven para desviar el interés de la opinión pública estadounidense de los graves problemas domésticos que afectan a la economía y el empleo.
Corea del Norte, con su cercanía política a China y escaso peso económico, es un problema que, al menos por ahora, la diplomacia estadounidense prefiere dejar en manos de sus aliados de la región: Corea del Sur y Japón.

MENTIRAS Y ARMAS

En un discurso televisado la semana pasada, el presidente de Irak, Saddam Husein, aseguró que es mentira que su país posea armas de destrucción masiva, nucleares, químicas o biológicas, o que esté pensando fabricarlas.  Asimismo, acusó al gobierno de Estados Unidos de buscar pretextos para invadir su país.
Al margen de la propaganda propia del régimen de Bagdad, hay una realidad que no se puede ocultar: luego de sesenta días de inspecciones, los observadores de armas de la ONU no encontraron pruebas que sustenten las actuales sanciones económicas contra Irak y mucho menos que justifiquen una nueva guerra en la región del Golfo Pérsico.
El próximo 27 de enero, el jefe de la misión de observación, el sueco Hans Bliix, debe presentar su primer informe formal al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ente que decidirá si se adoptan nuevas represalias contra Bagdad, una posibilidad que parece cada día más remota desde el punto de vista del derecho internacional; pero cada vez más cercana de acuerdo con la postura y el discurso de Estados Unidos.
La inteligencia y la tecnología de EE.UU. parecen haber fallado y obligarán al gobierno de Bush a buscar un nuevo pretexto si desea continuar con sus planes de invasión.
Por el momento, el régimen iraquí ha concentrado las pocas fuerzas operativas que le quedaron luego de la guerra de 1991 en torno a la capital: Bagdad.  Mientras tanto, Estados Unidos ha movilizado a más de 30 mil hombres, así como a su maquinaria bélica más sofisticada, y negocia con los países de la región para tener un punto desde donde iniciar el ataque.
Hace pocos días, la oposición demócrata en Estados Unidos acusó al presidente de gobernar para el uno por ciento de la población más rica; además, hizo hincapié en la incapacidad de la Casa Blanca para sacar al país de una recesión que amenaza con estancar el crecimiento económico y la generación de empleos.
Los escándalos financieros, la ineficacia de la guerra contra el terrorismo de Al Qaeda y la necesidad de un impulso para las empresas de alta tecnología que producen armamento, pueden estar en las sombras de los planes de Bush en torno a Irak.
Además, cabe recordar que la crisis financiera que sacude al planeta se inició a mediados de 2000, debido a un alza generalizada en los precios del crudo.
Ante estas circunstancias, imponer en Irak, segundo productor de petróleo del mundo, un gobierno afín a los intereses de la Casa Blanca hace que Bush se frote las manos con la idea de que una victoria sobre Husein le servirá para afrontar los malos tiempos.
No obstante, el presidente parece olvidar que su padre, a pesar de ganar la guerra en 1991, perdió las elecciones un año más tarde.

EN EL PARALELO 33

En 1994, cuando se supo del avanzado programa de misiles balísticos de Corea del Norte y de su eventual capacidad de desarrollar armas nucleares, Washington y Pyongyang negociaron un acuerdo por el cual el país asiático se sumó al Tratado de No Proliferación Nuclear.
El régimen de Kim Jong Il, de marcada tendencia «stalinista» y reacio a cualquier tipo de apertura, aceptó alimentos y petróleo a cambio de dejar de lado su programa atómico.
Observadores de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) verificaron desde entonces que los norcoreanos cumpliesen con lo acordado.
El problema es que se descubrió que, secretamente, el régimen de Pyongyang había continuado con sus investigaciones, lo que provocó nuevos roces con Washington, que cesó su ayuda.
La situación económica y la escasez energética obligaron a los norcoreanos a reabrir sus reactores y, a finales de diciembre, expulsaron a los observadores de la OIEA.
Mohamed ElBaradei, Secretario General de esa entidad, expresó su preocupación por la decisión de Corea del Norte, lo que hizo que su vecino del sur y antiguo enemigo, Corea del Sur, iniciara una ofensiva diplomática.
Según los analistas, los norcoreanos podrían tener ya dos bombas atómicas y podrían fabricar otras seis en los próximos meses.  Esto, sumado a la capacidad de sus misiles balísticos, constituye una amenaza para Japón y Corea del Sur.
La idea del gobierno de Seúl es involucrar a China, tradicional aliado de su vecino del norte, y Rusia en una solución negociada a la actual coyuntura, la cual asegure la seguridad militar de Pyongyang con respecto a Estados Unidos.  Además, el compromiso contempla que Corea del Sur, Japón y otros países le brindarían a Corea del Norte ayuda económica, energética y humanitaria.
Enfrascada en su disputa con Irak, las palabras de la administración Bush hacia la crisis en la península coreana han sido suaves y comedidas.  La expectativa de la Casa Blanca es que las gestiones de Corea del Sur tengan éxito y se evite una confrontación que podría llevar a un deterioro en las complejas relaciones de Estados Unidos con China.
 

  • Manuel D. Arias M. 
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