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El general Raúl Baduel, protagonista de excepción durante el golpe de Estado de abril pasado en Venezuela, narró por primera vez los sucesos que conmovieron al país y que explican la situación que hoy se vive.
Las protestas callejeras son parte del paisaje cotidiano de Caracas.
Amanecía el viernes 12 de abril, y el destino del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, era incierto. Circulaban rumores: estaba preso desde la noche anterior en un cuartel militar; había presentado su renuncia. Una junta de gobierno, encabezada por el presidente de la organización empresarial Fedecámaras, Pedro Carmona, se juramentó, cerró el Congreso y abolió la constitución. Horas después fue destituida.
Chávez volvía al poder luego de 48 horas de iniciada esta historia, que el general Raúl Baduel, protagonista de excepción y hoy comandante de la IV División Blindada, cuenta ahora a UNIVERSIDAD, en la sede de su comando, en la ciudad de Maracay, a unos 120 km. de Caracas.
El recorrido es corto, pero las condiciones están difíciles. Hace semanas empezó la huelga convocada por la oposición para exigir la renuncia de Chávez. El apoyo de los trabajadores de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) al paro ha hecho que la gasolina empiece a escasear. Ya no es fácil salir de Caracas, pero todavía se puede.
Hacia el oeste, en Maracay, a unos 120 km., está la sede de la IV División Blindada, una de las unidades más importantes del ejército, ahora al mando del general Raúl Baduel, quien, al frente de un comando de 48 hombres, rescató a Chávez de las manos de sus captores en la isla Orchila, la noche del 13 de abril del 2002 y lo puso de nuevo en el Palacio Miraflores.
La historia de esas 48 horas de la vida política venezolana ha sido palatinamente reconstruida. Pero la versión de Baduel no se ha contado sino hasta ahora. Era, entonces, comandante de la brigada de paracaidistas, con sede en la División de Maracay, pero, sobre todo, un militar que hizo carrera junto a Chávez y que no lo abandonó, en las horas difíciles de abril. Por su cabeza pasan algunos de los conceptos que predominan hoy en los mandos de la Fuerza Armada y, sobre todo, del ejército venezolano. Su relato ayuda a entender por qué la oposición desatada no ha podido derrocar el régimen que encabeza Chávez.
SORPRESA
-«He tratado de interesar al presidente en el taoísmo», afirma el general Baduel, sentado en su despacho, oyendo cantos gregorianos. No tiene aún 50 años. Detrás, una mesa pegada a la pared parece un altar, llena de vírgenes y santos. A la derecha, una enorme biblia y un rosario. Más acá, dos hermosas espadas de samurai. Al otro lado, una caja, con tres bastones de mando cuidadosamente alineados. Sobre la mesa, libros: Cuentos breves extraordinarios, seleccionados por Borges y Bioy Casares; una biografía de Sucre; y Consejos esenciales de relajación.
Ese es el escenario.
Los hechos se venían gestando con anticipación. «El 5 de abril lo tengo marcado en mi calendario», recordó Baduel. Le pido que me lo muestre: un pequeño círculo está hecho en torno al número 5. «Nuestros análisis decían que era inminente un golpe de Estado», aseguró. Amenazas a su hija por teléfono, preguntas insistentes de los periodistas sobre su adhesión a la constitución, maniobras dentro de las mismas fuerzas armadas para destituirlo del comando de la brigada de paracaidistas, rumores. «Aunque lo niegue el excomandante del ejército (el general Vásquez Velásquez), eso fue así». Y relató como tuvo que suspender una visita al comando del ejército, el 8 de abril, donde pensaba reunirse con la junta que analizaba los ascensos de la tropa, pues le informaron de planes para detenerlo allí. Lo acusaban de estar conspirando contra Chávez. Como él no fue, vino el general Vásquez Velásquez a Maracay, con otros militares, y, después de enviarlo a una reunión en la sede de la División, se reunió con los oficiales de la brigada de paracaidistas para interrogarlos y advertirles de la inconveniencia de seguir al general Baduel.
CON CHÁVEZ
El jueves 11 de abril, se realizaba una marcha de la oposición en Caracas que se dirigía a la sede del gobierno, en el palacio de Miraflores, en el centro de la ciudad. Chávez habló a la población alrededor de las cinco de la tarde, por cadena de radio y televisión. Se produjo un confuso incidente en las calles, alrededor del palacio, donde murieron 19 personas. Comenzó el cerco contra el mandatario, que culminaría en las horas siguientes.
Baduel lo relató así: -«Tuve contacto por teléfono esa tarde con el presidente, en Miraflores. Me dijo que gracias a nuestra posición no atacaron el palacio y que eso había salvado su vida. No sé quién pretendía atacarlo. El presidente me dijo que iba para fuerte Tiuna (sede del comando del ejército en Caracas), pero nunca me dijo que pretendía renunciar. Me pidió que ni yo ni mi brigada nos convirtiéramos en factores de derramamiento de sangre entre venezolanos. Poco después de esa conversación surge la especie de que el presidente había renunciado. Intento hablar de nuevo con él varias veces, sin éxito; ya estaba custodiado, en fuerte Tiuna».
En manos de los militares rebeldes, Chávez sería llevado, en las horas siguientes, de Tiuna al apostadero naval de Turiamo, en la costa, cerca de Caracas y de ahí a la isla Orchila, donde lo rescatarían la noche del sábado. El viernes 12 se juramentó el nuevo gobierno. Todo parecía resuelto. La quinta República hacía agua y el mundo seguía con expectación los acontecimientos en Venezuela. Los rumores eran muchos.
Baduel retomó el hilo: -«Había mucha confusión. Se juramentó una junta de facto que usurpó el poder -no tengo otra manera de definirlo- y, de un plumazo, se desconoció la voluntad popular. Yo mantenía estrecho contacto con el comandante de la división, general Nelson Verde. En la tarde del viernes 12 empezaron a llegar órdenes contradictorias sobre el tipo de acuartelamiento que debíamos mantener. Estábamos en una fase operacional que debía ser dirigida por un comando unificado, pero se estructuraron tres comandos distintos en el ejército.
«En la mañana del sábado 13 yo estaba preocupado por la integridad física del presidente; no solo por el afecto que le tengo, sino porque apreciaba que cualquier cosa que le ocurriera podía desencadenar un proceso violento en el país. Ese día, muy temprano, reuní al personal profesional de la brigada, evalué la situación y manifesté mi intención de desconocer la junta de facto, que había usurpado el poder».
El personal quedó en libertad de acompañarlo en esa decisión, si lo estimaba conveniente. Quien estuviera en contra, si no adoptaba una actitud violenta, no sufriría represalia, explicó Baduel.
«Me dije: -aquí viene la prueba de fuego». Baduel recorrió el perímetro del cuartel. Cuando volvió a su oficina, de la pared donde colgaban los cuadros de la línea de mando, que comienza en el presidente de la República, había desaparecido la foto del comandante general del Ejército. «Lo interpreté como un apoyo a mi posición y la comuniqué al comandante de la división», explicó.
Se conformó entonces un comando de Estado Mayor de militares leales al presidente. El militar de mayor antigüedad era el general Julio García Montoya, actual comandante del ejército, pero el grupo estaba integrado también por oficiales de las otras ramas.
RESCATAR AL PRESIDENTE
«Yo fui el oficial de operaciones. La llamamos ‘Restitución de la dignidad nacional’ y el objetivo era rescatar al presidente», dijo Baduel. «Ochenta por ciento de los mandos de las diversas unidades manifestó su apoyo a nuestra posición y nos dijeron que iban a desconocer las órdenes emanadas de otras instancias. Por eso rechazo la afirmación de que había división en las fuerzas armadas».
Para Baduel, «un grupo de generales y almirantes se apartó de sus deberes». Ya entonces el presidente no estaba en fuerte Tiuna, pero de diversas unidades informaban a los militares, en Maracay, de los planes de los rebeldes. Pilotos de la fuerza aérea, que debían trasladar el presidente a Turiamo, se ofrecieron para llevarlo a Maracay. Pero, al final, fueron sustituidos por otros, de la marina, y el plan fracasó. Todo eso ocurría el viernes 12. Fue en Turiamo, antes de que lo trasladaran a la isla Orchila, cuando Chávez escribió la nota donde desmentía haber renunciado y que -como él mismo relató en otra cadena nacional, la madrugada del domingo- fue llevada por un cabo hasta Maracay. «El cabo vino con su esposa; se presentaron aquí con la nota», dice Baduel, en la que Chávez desmentía su renuncia. La nota venía escondida en la ropa interior de la mujer. Era ya un cuarto para las ocho de la noche del sábado. Había una multitud frente a la brigada de paracaidistas, en Maracay, de partidarios de Chávez. «La gente estaba intranquila; me dirigí a la multitud y les comuniqué que había recibido una nota del presidente, negando su renuncia».
A partir de ese momento se estructuró el plan de rescate, «muy sencillo». «La operación partió a las 21h00, el 13, a Orchila, en tres helicópteros. Iban 48 personas, incluyendo un fiscal militar y personal médico».
En Orchila, Chávez era custodiado por comandos de la marina. Baduel explicó que las diferentes unidades de comandos de las fuerzas armadas mantenían vínculos tradicionales. «Les hicimos saber que nuestra intención era rescatar al presidente. Estos compañeros entendieron nuestras razones y preservaron su vida, no opusieron resistencia».
El resto es historia conocida, y el propio Chávez la contó largamente por cadena nacional, en la madrugada del mismo día 14, poco después de reasumir la presidencia.
Pero, nueve meses después, el conflicto sigue. Sin apoyo militar, pero con manifestaciones callejeras, sin respaldo de los medios de comunicación, y la paralización de la industria petrolera. Desde octubre, los militares golpistas de abril se «tomaron» la plaza Francia, en Altamira, un barrio de la capital. Allí, instalados con toldos y barracas, leen a Pinochet -como me tocó ver, en una visita al lugar-y exigen la renuncia de Chávez.
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