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No importa lo que digan los inspectores de armas de Naciones Unidas, Estados Unidos está determinado a acabar con Sadam Husein.
Igual que durante la Guerra del Golfo en 1991, los soldados estadounidenses están en alerta para el ataque
La cuenta regresiva para la invasión estadounidense de Irak parece estar llegando a su término; esto a pesar de que, hasta ahora, los inspectores de armas de las Naciones Unidas no lograron obtener pruebas concluyentes que demuestren que Bagdad ha desarrollado un programa para la construcción de armas de destrucción masiva.
En palabras de los propios soldados estadounidenses e ingleses desplazados al Golfo Pérsico, el tiempo se acaba. El inclemente clima del desierto iraquí sólo permitiría un ataque terrestre antes de que el calor empiece a azotar la zona, en otras palabras, antes del mes de abril.
Pero esta fecha estaría ya en los límites y lo más probable es que, para gozar de un plazo razonable para ejecutar la operación «Primavera del Desierto», las tropas de Washington y Londres deberían de incursionar en territorio iraquí antes de que finalice febrero.
La ausencia de pruebas concluyentes sobre el programa de desarrollo de armas biológicas, químicas y nucleares en Irak, no parecen detener el ímpetu de la Casa Blanca.
La tragedia del transbordador espacial Columbia, que explotó poco antes de aterrizar el pasado 1 de febrero, sólo ha servido para desviar, por un momento, la atención pública estadounidense de lo que sucede en el Golfo Pérsico.
Lo más grave es que un desastre como éste, acelera la necesidad del presidente George W. Bush, por darle a su país un éxito militar rápido en Irak, el cual serviría para opacar las fallas del programa espacial, la incapacidad para encontrar a los líderes de la red Al Qaeda y los problemas financieros que tienen al país más poderoso de la Tierra al borde del colapso económico.
DECISIÓN TOMADA
Durante las últimas semanas, el Secretario de Estado Colin Powell emprendió una ofensiva diplomática de gran magnitud, con el objetivo de recabar apoyos a la Casa Blanca en su más que anunciada intervención en Irak.
No obstante, las pruebas presentadas por el jefe de las relaciones exteriores de Estados Unidos no parecen haber convencido a sus amigos europeos Francia y Alemania, y mucho menos a otros países con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como Rusia y China.
El único aliado incondicional de Bush, el Primer Ministro británico Tony Blair, enfrenta una enorme oposición interna a la guerra, incluso en las filas de su mismo partido.
De nada le ha servido tratar de demostrar vínculos entre el gobierno de Bagdad y la red Al Qaeda, o brindar datos de inteligencia sobre el desarrollo de armas ofensivas en el país árabe.
Parece imposible, a estas alturas, que Washington y Londres sean capaces de obtener los votos necesarios para que el Consejo de Seguridad apruebe el uso de la fuerza contra Bagdad.
En este aspecto, hay un punto trascendental: no hay pruebas concluyentes de que Irak ha continuado con el desarrollo de armamento prohibido.
Esto hace evidente que la cuestión de las armas era sólo una excusa para la Casa Blanca. Pero, ¿cuáles son los verdaderos objetivos de los Estados Unidos?
Según los analistas financieros, esto es claro: son los ricos yacimientos petrolíferos de esa nación, los cuales, desde la Guerra del Golfo en 1991, producen una fracción de lo que podrían generar, debido a las sanciones impuestas al régimen de Sadam Husein por iniciativa de la misma Casa Blanca.
En el terreno de la especulación, algunos se atreven a decir que se trata de un problema personal. En otras palabras, el actual inquilino de la Casa Blanca desea finalizar la tarea que su padre dejó inconclusa hace más de una década.
Pase lo que pase en el ámbito diplomático, la determinación de Bush por acabar con el régimen iraquí salta a la vista.
Con la aprobación del Consejo de Seguridad o sin ella, o la anuencia de los países árabes, Estados Unidos está listo para lanzarse a la aventura de utilizar su máximo poder militar para cambiar al gobierno de Bagdad por la fuerza.
No obstante sus amenazas y su discurso añejo, es muy poco lo que Sadam Husein podría hacer contra la maquinaría bélica de Estados Unidos y sus socios del Reino Unido.
Después de la Guerra del Golfo, el poderoso ejército iraquí, — entonces quinto en el mundo –, quedó devastado. La capacidad operativa de la fuerza aérea se redujo al mínimo y las armas de destrucción masiva que, supuestamente poseía, nunca se utilizaron.
Luego de más de una década de bloqueo, miseria y hambre, Irak es una presa fácil para las fuerzas armadas más poderosas del planeta.
Con más de 250 mil tropas desplazadas a la zona del Golfo, la Casa Blanca está a la espera de que el último esfuerzo diplomático haya fracasado, para, unilateralmente, lanzar su ofensiva por tierra, mar y aire.
Lo único que podría entorpecer los planes de Bush es que las naciones árabes rechacen el ataque, lo cual tendría consecuencias inimaginables.
LOS HALCONES DE ISRAEL
Para terminar de complicar el panorama en la región del Medio Oriente, el ultra conservador líder del Likud, el Primer Ministro de Israel, Ariel Sharon, venció en los comicios generales del pasado 28 de enero.
A pesar de que las encuestas decían que los laboristas podrían tener alguna oportunidad, luego de la denuncia de varios casos de corrupción en contra de los hijos de Sharon, éste obtuvo la mayoría de los sufragios.
La tarea para el Primer Ministro ahora es formar un gobierno estable. Los laboristas ya cerraron la puerta a un ejecutivo de unidad nacional, lo que deja abiertas las posibilidades para que Sharon busque una alianza natural con los ultra nacionalistas y los extremistas judíos.
Una vez conocido el resultado de las elecciones israelíes, el Presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Yaser Arafat, tendió su mano a Sharon en señal de paz. La respuesta del líder del Likud fue una nueva intervención armada con tanques en los territorios ocupados de la franja de Gaza y Cisjordania.
El frágil equilibrio del Medio Oriente, amenazado por el terrorismo y por la inminente intervención de Estados Unidos en Irak, se tambalea con los halcones gobernando Israel.
Sadam Husein sabe esto y, en el caso de una guerra, tratará de involucrar al Estado hebreo, con tal de lograr la unidad del mundo árabe en contra del invasor norteamericano y judío.
Sharon dijo que si Irak ataca Israel, — como lo hizo en la Guerra del Golfo –, sus fuerzas armadas contestarán la agresión.
De este modo, si Husein utiliza armas químicas o biológicas, es muy posible que los israelíes respondan con su arsenal nuclear secreto, el cual, según estimaciones, contiene más de 100 ojivas atómicas operativas.
El expresidente sudafricano y Premio Nobel de la Paz, Nelson Mandela, se lo advirtió a Bush hace pocos días: una intervención de Washington en Irak podría degenerar en un holocausto.
El respetado estadista también recordó las múltiples ocasiones en que Estados Unidos ha vulnerado los derechos humanos con tal de proteger sus intereses económicos, geopolíticos y militares.
El fuego y la estela de humo dejadas por el Columbia en el cielo parecen augurar un oscuro panorama para los meses por venir. Sólo la determinación de la ONU y de la comunidad internacional podrían evitar o, al menos atrasar, un fatídico desenlace para las tensiones del Medio Oriente.
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