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La niñita nicaragüense que un violador convirtió en laboratorio para ginecólogos, cordero sacrificial del Opus Dei y crónica sensacionalista del pornoperiodismo, me hizo pensar en las víctimas de la guerra de Bush.
En los dos casos tenemos un territorio: el cuerpo humano y el área geográfica. En uno y otro la propiedad pertenece a quien la invade. Se penetra una vagina como se penetra un pozo de petróleo. Es el privilegio de quien ejerce la fuerza bruta. Si la otra parte es más débil, debe someterse.
El violador entiende sus acciones según su apetito, no le importa el objeto sobre el cual se derrama, no le importa si lo que eyacula es semen o misiles. No le importa si lo que desgarra es un himen vulnerable o una población civil indefensa.
El violador de la niña contó con secuaces para darle continuidad a su crimen: los médicos que se negaron a interrumpir el embarazo, el clero que aplicó a otros la excomunión que debería aplicarse a sí mismo. Tampoco faltaron los costarricenses que, con su silencio, inmolaron a la niñita en el sórdido altar de sus intereses políticos. Como no le falta, a Bush, la complicidad de gobernantes decididos a inmolar a un país entero en el no menos sórdido altar de los intereses geopolíticos y el comercio internacional.
Costa Rica podría ser un Aznar para callado, porque aquí hay fundamentalistas de la «civilización estadounidense», como la llamó, lleno de admiración, Constantino Urcuyo en su columna de El Financiero. ¿Y a quién, si no a Estados Unidos, sirvió Tovar cuando quiso invalidar el mensaje de paz de Stagno?. Y cuando el presidente Pacheco desea «que las dos partes se pongan de acuerdo», ¿no está diluyendo, en la ambigüedad, al culpable de la agresión? A Costa Rica sus proclamas de país pacifista le quedan cortas de fronteras, como también se queda corta en su democracia, que no pasa las fronteras impuestas por sus prejuicios.
La historia la escribe el que tiene el tintero. Ni Inglaterra ni los Estados Unidos frenaron los asesinatos de Hitler hasta que se vieron directamente amenazados. Hoy se adelantan echando mano al viejo truco de culpar a la víctima. Afirmar que la guerra contra Irak es inevitable porque Hussein tiene armas, es tan absurdo como decir que la minifalda de una mujer provoca su violación.
Si todos los hombres que hacen guerras, incluidos los soldados, están locos, si todos los hombres que maltratan, física y psicológicamente, a las mujeres, están locos, entonces tenemos que reconocer que varones cuerdos hay muy pocos. Tan pocos que no pesan en la balanza de la historia.
Ni Superman ni el Chapulín Colorado aparecieron para salvar a la niña. . Tampoco nos salvarán de las guerras. La única garantía que tenemos para sobrevivir en este mundo regido por hombres dementes es recurrir al sencillo principio de proteger la debilidad, sea la de una niña sola o la de un pueblo en su totalidad.
Las guerras también se pueden hacer abortar cuando se están gestando, para evitarle más sufrimientos a la inocencia.
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