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Edificaciones de madera, sobre pilotes, de uno o dos pisos, con amplios corredores y altos techos de dos aguas, convivieron con otras de estilo más elemental en las dos primeras décadas del siglo XX en la región del Valle del Reventazón y Turrialba
Construcción al estilo arquitectónico caribeño, de dos pisos y edificada en madera. (Foto archivo Ofelia Sanou)
El primero correspondió al estilo arquitectónico de origen caribeño y el segundo al sistema de construcción de tablón y tapajuntas, provenientes de las áreas de colonización e introducidos en la región caribeña desde 1871 cuando se empezó a gestar el puerto de Limón, y aprendidos y trasladados a la región Turrialba-Reventazón, por los maestros de obras locales y los profesionales de obras públicas.
Ambos estilos permitieron responder adecuadamente a las inclemencias del clima tropical y contrarrestar los terremotos, según una investigación sobre «Arquitectura de la producción: hacienda cafetalera y cañera, región del Valle de Reventazón y Turrialba, Costa Rica (1890-1930)», realizada por la profesora de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Costa Rica, Arq. Ofelia Sanou.
En su estudio, conforme avanzaron las obras del último tramo del ferrocarril al Atlántico, se fueron construyendo campamentos a lo largo de la vía, los cuales posteriormente se convirtieron en aldeas o sitios de parada, para carga y descarga de los productos agro-comerciales de las haciendas vecinas.
En 1903 se le dio jurisdicción administrativa a las aldeas de Guayabal y de Juan Viñas; a la primera se le puso el nombre de Turrialba y a la segunda se le declaró distrito central del cantón de Jiménez.
Alrededor de Turrialba se alojó la mayoría de la población y se desarrollaron las actividades comerciales y financieras, en tanto que Juan Viñas funcionó más bien como el pueblo de trabajadores de la hacienda del mismo nombre.
Las primeras edificaciones públicas que se construyeron en Turrialba y Juan Viñas fueron los templos católicos a cargo de la iglesia, y las escuelas y los mercados a cargo de las municipalidades locales. Tanto las edificaciones públicas como algunas de las casas principales tenían como lenguaje común el caribeño, mientras que otras fueron construidas en un estilo más elemental.
NUEVOS MATERIALES
Según la Arq. Sanou, en 1910 el Estado decidió revisar los sistemas de construcción empleados en el país, a raíz de los destrozos causados por el terremoto en la ciudad de Cartago y en otras ciudades del Valle Central, y los constantes incendios que ocurrían en las construcciones de madera de la zona del Caribe.
Las nuevas normativas prohibieron la utilización de adobe y regularon el empleo de otros materiales en las edificaciones públicas y privadas, y recomendaron que los edificios fueran de armazón de hierro y paredes de cemento reforzado o de forro metálico repellados con mezcla cimentada.
Sin embargo, la introducción del cemento armado para las edificaciones públicas de la región Turrialba-Reventazón tardaría dos décadas más, mientras que el uso de la lámina corrugada ya había sido introducido en el país desde la década de 1870 y su uso se había generalizado en las instalaciones del ferrocarril al Atlántico, estaciones y bodegas, y en la construcción de las instalaciones industriales de las haciendas.
En estas últimas, las casas para los trabajadores permanentes siguieron un patrón similar al de las edificadas por la empresa ferroviaria, consistentes en casas de dos o cuatro aposentos con corredor y techo a dos aguas, construidas con madera obtenida de los aserraderos locales.
Por su parte, las viviendas principales de los propietarios o de los administradores se construyeron con materiales nacionales e importados, entre ellos la lámina troquelada y la pinotea.
Aunque el modelo prevaleciente en las casas de hacienda fue el caribeño, estas poseían características distintivas como el amueblado y la decoración interior y exterior, que reflejaban el gusto y la procedencia de sus propietarios.
Por otra parte, entre 1929 y 1935, el estilo preferido para la construcción de edificios municipales y escuelas del país fue el victoriano, que incluía el uso de madera en las áreas rurales, y ladrillo mixto y concreto armado en las urbanas.
Una década después los estilos arquitectónicos escogidos por los profesionales de las obras públicas para construir las nuevas escuelas, los edificios municipales y las unidades de salud, fueron el neocolonial y el art-decó, los cuales empleaban ladrillo mixto y concreto.
Estos cambios arquitectónicos le dieron a las ciudades de Turrialba y Juan Viñas, no solo aspecto de ciudades ordenadas y modernas, sino que también introdujeron nuevas actividades de socialización como los conciertos vespertinos y dominicales de la filarmónica, y las fiestas oficiales, cívicas y religiosas.
ALGUNOS ANTECEDENTES
De acuerdo con la Arq. Sanou, en el período colonial los valles del Reventazón y Turrialba fueron una importante ruta de paso y sitio estratégico de control para los españoles, por su cercanía con Cartago y porque ofrecían la mejor comunicación con los puertos del Caribe, a través de la vega del río Reventazón.
A partir de 1824 y hasta 1890 se produjo en la región de Turrialba un proceso de concentración de la tierra, promovido por una legislación estatal que favorecía la apropiación privada de los baldíos del Estado.
También se empezaron a explotar diversas rutas para construir un camino que permitiera sacar los productos agropecuarios por el Atlántico, especialmente el café. En 1869 surgió la idea de construir un ferrocarril, lo cual se concretó en 1872 cuando se inició esta obra, y se concluyó en 1890.
Su construcción influyó en la composición de la población de la región Turrialba-Reventazón, la cual está compuesta por múltiples raíces étnicas: centroamericanos, jamaiquinos, chinos, italianos, finlandeses, alemanes y suecos, cuyas formas de vida, habilidades y conocimientos dejaron huella en la región.
Asimismo, el hecho de que el último tramo de la línea férrea pasara por la región, estimuló a numerosos inversionistas a adquirir propiedades, entre ellos miembros de la élite social y gobernante del país, y extranjeros ligados al ferrocarril y a la producción bananera.
Los nuevos propietarios invirtieron en la producción y beneficiado de la caña de azúcar y el café, combinados con el banano y la ganadería, lo cual dio origen a la formación de las haciendas.
Dichas haciendas tuvieron un gran impacto en la formación de los nuevos poblados de la región, las edificaciones, los servicios comunales, y las viviendas de los propietarios, administradores y trabajadores.
Pero ya en la década de 1940 los cambios sociales y políticos nacionales e internacionales transformaron la dinámica socioeconómica de la región, lo que provocó que algunas de las haciendas tuvieran pérdidas, se fragmentaran o cambiaran de dueño.
De allí que con el fin de conservar, restaurar o rehabilitar el patrimonio arquitectónico de las haciendas cañeras y cafetaleras que aún subsisten en la región Turrialba-Reventazón, la Arq. Ofelia Sanou, recomienda una serie de medidas, que pretenden motivar a la comunidad, a los hacendados, a los empresarios privados y a los gobiernos locales a participar en la defensa y conservación del patrimonio arquitectónico, urbanístico y paisajístico de la región.
También se proponen rehabilitar los inmuebles arquitectónicos de valor patrimonial (histórico, cultural y científico), los cuales han perdido su función originaria, con el fin de mejorar la calidad de vida de los habitantes de la región, con apoyo técnico e incentivos financieros.
Asimismo, buscan rescatar las rutas históricas de la región, por medio del diseño de una red de rutas y nodos de enlace que propicien el desarrollo del turismo cultural de esta región.
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