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Tropas estadounidenses y de sus aliados en Afganistán
Estados Unidos parece ahora más susceptible que nunca al terrorismo internacional: su incapacidad para estabilizar a Irak, el resurgimiento de la resistencia en Afganistán, las pruebas de que Al Qaeda sigue operando y el apagón que afectó a más de 50 millones de personas en el noreste del país y el sureste de Canadá, evidencia que otro cataclismo como el del 11 de septiembre de 2001, es aún posible.
La semana pasada, la administración militar estadounidense en Afganistán cedió el control de las fuerzas de paz a la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN). Esta es la primera vez, en 54 años de historia, que la alianza occidental ejecuta una operación de carácter bélico fuera de los confines de Europa.
La transmisión del mando en Kabul, es resultado de la imperiosa necesidad de Washington por comprometer a sus aliados en operaciones que inició de forma unilateral.
La presión de la opinión pública internacional ha obligado a la Casa Blanca a moderar su discurso imperialista y a buscar apoyos para sus «operaciones de paz».
Además, se pretende evitar el desgaste transcurrido desde la caída del régimen extremista islámico de los Talibán, ocurrido a finales de 2001.
Al igual que en Irak, la posguerra en Afganistán ha resultado ser mucho más compleja de lo que, en realidad, resultó ser la invasión.
El pasado 13 de agosto, un terrorista suicida detonó una bomba en un autobús que transitaba por el sur: 17 personas murieron y muchas más resultaron heridas. Este tipo de ataques se han hecho cada vez más comunes y amenazan la precaria institucionalidad de la nación asiática.
Pocas horas después, la cadena de televisión en legua árabe de Abú Dhabi, Al Arabiya, difundió un comunicado grabado por un vocero de la organización fundamentalista islámica Al Qaeda, en el que se aseguró que el jeque Osama Bin Laden continúa vivo, lo mismo que el antiguo líder de los talibanes, el mulah Omar.
Asimismo, exhortó a los afganos a continuar la lucha contra las tropas invasoras y amenazó a los estadounidenses con más ataques terroristas similares a los del fatídico 11 de septiembre de 2001.
La grabación indica que, hasta ahora, la posguerra en Afganistán le ha costado a Washington y sus aliados un total de 1.200 vidas; no obstante, el Pentágono se apresuró a desmentir estas cifras y aseguró que, durante la guerra, se perdieron 23 soldados y, en los meses posteriores, unos 19 efectivos más.
El mensaje reproducido por Al Arabiya, también contenía un llamado al pueblo iraquí, para que se siga oponiendo a los invasores; además, aseguró que Al Qaeda está preparada para enviar ayuda.
Ante estas amenazantes declaraciones, Estados Unidos sólo puede blandir su insuperable poder militar, el cual es absolutamente inútil contra las tácticas guerrilleras de los grupos integristas islámicos.
Para colmo de males, la superpotencia exhibió su vulnerabilidad a un nuevo ataque terrorista con el apagón que, misteriosamente, dejó sin fluido eléctrico a más de 50 millones de personas en la costa este norteamericana.
Si el sistema de interconexión energética es tan frágil, la pregunta que muchos se formulan es ¿qué pasaría si algo similar ocurriese con los sistemas de telecomunicaciones o de defensa?
A pesar de las declaraciones del presidente, George W. Bush, el clima de inestabilidad en Irak y Afganistán, y el colapso energético son una muestra inequívoca de que la política expansionista no está rindiendo los frutos deseados.
Osama Bin Laden, el mulah Omar y Saddam Husein se han convertido en fantasmas, ocultos en las sombras y al acecho de una nación que, otrora, se consideraba inmune.
A las puertas del inicio de la campaña electoral para los comicios de 2004, Bush deberá dar un giro radical a su política exterior, de lo contrario le espera la suerte de su padre: ganar una guerra y no lograr seguir en el cargo.
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