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Hemingway por tres

El cuento Los Asesinos de Hemingway parece superficial, pero insinúa una tragedia. Dos matones llegan a la taberna del pueblito, maltratan al dueño, al cocinero y a un cliente, les hablan con desprecio y comunican que están buscando al sueco Anderson. No lo conocen, pero vinieron a matarlo. Alguien avisa al sueco que dos matones lo buscan. Pero el hombre se queda tirado en la cama, sin llamar a la policía, sin huir, sin defenderse. Está resignado a su destino y cansado ya de otras fugas. Desde fuera, es obligado pensar que «algo habrá hecho». El cuento de Hemingway no lo aclara y el lector sólo llega a saber que el sueco muere asesinado.

El cuento Los Asesinos de Hemingway parece superficial, pero insinúa una tragedia. Dos matones llegan a la taberna del pueblito, maltratan al dueño, al cocinero y a un cliente, les hablan con desprecio y comunican que están buscando al sueco Anderson. No lo conocen, pero vinieron a matarlo. Alguien avisa al sueco que dos matones lo buscan. Pero el hombre se queda tirado en la cama, sin llamar a la policía, sin huir, sin defenderse. Está resignado a su destino y cansado ya de otras fugas. Desde fuera, es obligado pensar que «algo habrá hecho». El cuento de Hemingway no lo aclara y el lector sólo llega a saber que el sueco muere asesinado.
VERSIÓN RARA

La transcripción cinematográfica más fiel de ese cuento se debe curiosamente al director ruso Andrei Tarkovsky. El film es accesible en un junto a otro medio metraje suyo, titulado La aplanadora y el violín. Sólo cuenta con precisión lo que Hemingway escribió y para eso alcanzan sus doce minutos. Este corto metraje de 1958 fue un ejercicio práctico de examen para un fin de curso, antes de que el director emprendiera una carrera de títulos más prestigiosos (La infancia de Iván, Andrei Rublyev, Solaris). Con diálogos lacónicos, bien medidas las pausas, los silencios, los primeros planos, los escasos movimientos, esta versión pudo ser aprobada por Hemingway, pero no se sabe si alguna vez la vio. El defecto inevitable es su diálogo en ruso, que no da el color local necesario.
La dedicación de Tarkovsky a un tema de Hemingway es ya una rareza. En apariencia, se trata de un film ruso llegado a Francia, donde le colocaron subtítulos en francés.

INVENTO NECESARIO

La primera versión cinematográfica de Los asesinos, filmada en 1946, tiene su punto de partida en Hemingway pero fue inevitable inventar un libreto entero, para dar una posible explicación de por qué el sueco Anderson está resignado a morir ante los dos matones. Ese libreto fue escrito por John Huston y Anthony Veiller, pero el nombre de Huston desapareció de los créditos oficiales, en apariencia por sus discrepancias con el productor Mark Hellinger. Aunque figuró entre las candidaturas de la Academia por la categoría Libreto Adaptado, es obvio que fue ideado desde la nada.
Ahora el sueco Anderson es Burt Lancaster. Comienza por ser boxeador, pierde la pelea, se vincula con mujer fatal (Ava Gardner) y eso lo lleva a participar de un asalto, en la pandilla que preside Albert Dekker, con quien también pelea. Así que el sueco quiere quedarse con los 252.912 dólares del asalto, pero su combinación con la mujer fatal no funciona. Ella termina por traicionarlo dos veces y los socios del asalto resuelven matarlo. Cuando lo encuentran, ya está resignado a morir.
Todo ello, con algunas vueltas en la conducta de todos, aparece narrado o explicado por diversos personajes: el inspector de seguros que rastrea la historia, el compañero de celda del sueco, un policía que fue su amigo de infancia, la beneficiaria del seguro, una novia de otro tiempo, dos integrantes de la pandilla (Edmond O’Brien, Vince Barnett, Sam Levene, Queenie Smith, Virginia Christine, Jack Lambert, Jeff Corey). Como explicación de la intriga policíaca, el exceso de palabras termina por combinar el abuso verbal con la confusión de tiempos narrativos. También padece un exceso de música, a cargo del repetitivo Miklos Rozsa.
Pero en cambio tiene el clima sombrío que corresponde a su asunto, tanto por el laconismo de casi todo diálogo como por la ambientación física y por la fotografía de Woody Bredell, que hace lucir a sus sombras en varias secuencias y especialmente en la llegada de los matones al pueblito. En perspectiva, esta versión de Los asesinos se integra plenamente en el género «film noir» que Hollywood desarrolló durante 1940-1950. Cabe situarla junto a otros títulos del productor Mark Hellinger (Brute Force, Altas sierras, La ciudad desnuda) quien desde sus antecedentes periodísticos demostró una inclinación por el género. Y sobre todo corresponde reunirla con otros títulos del director Robert Siodmak (La escalera de caracol, La dama fantasma), que llegó al «film noir» tras quince años de experiencia en el cine alemán y en el francés, huyendo del nazismo, como lo hicieron numerosos colegas en esos años.
Los asesinos fue el debut cinematográfico de Burt Lancaster, tras una carrera como acróbata. También fue la primera película importante de Ava Gardner, que estaba llamada a ser mujer fatal para varios hombres de Hollywood.

SEGUNDA VERSION

La otra película, también llamada Los asesinos, recoge una idea del primer libreto, inventando una anécdota para explicar por qué el sueco Anderson se queda quieto y espera que lo maten, sin intentar defensas ni fugas. La respuesta en la versión 1946 era su desilusión ante la traición femenina y el cansancio de previas escapadas. En la versión 1964, la respuesta termina por ser la misma, con el cambio de actriz para la mujer fatal (ahora Angie Dickinson), pero otros cambios abundan. Quienes emprenden la investigación son los mismos asesinos (Lee Marvin, Clu Gulager), tras matar al sueco (John Cassavetes) en una clínica para ciegos. El sueco ya no es un boxeador sino un experto corredor de autos de carrera, oficio que le convierte en el chofer necesario para el asalto que programan la mujer fatal y su amante (el auténtico Ronald Reagan). Ahora el asalto rinde un millón de dólares, que están escondidos en algún lado. Para descubrirlo, Marvin y Gulager maltratan a demasiadas personas, hasta que al final muere más gente que en Hamlet (Shakespeare, 1600).
Es difícil tomarse en serio la anécdota, que no pasa de la aventura trivial, complicada por las aparentes indecisiones sentimentales de Angie Dickinson entre Reagan y Cassavetes, lo cual retuerce la intriga. Pero la aventura siempre crece en manos del director Donald Siegel, especialmente cuando la acción descansa con abundancia en los autos de carrera, con persecuciones por caminos polvorientos. Si se comparan las dos versiones mayores del tema, será preferible la de 1946. Un dato pintoresco de las fichas es que la actriz Virginia Christine trabaja en ambas películas, con papeles distintos, a 18 años de distancia. Es una anécdota que ya le habrá comunicado a sus nietos.

  • Homero Alsina de El País, Uruguay
  • Forja
FranceNazism
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