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Animales competitivos

Preso de una dolencia terminal, aunque no cruel ni épica, veo televisión. En el canal estatal muestran un programa de estímulo al empresariado, a la integración del empleado a la empresa, al pequeño y mediano emprendimiento que, según los datos, constituye la trama más amplia del capitalismo costarricense. La presentación se compone de segmentos que se articulan mediante la reiteración del mensaje: capacitarse para ser competitivos, producir y exportar.

Preso de una dolencia terminal, aunque no cruel ni épica, veo televisión. En el canal estatal muestran un programa de estímulo al empresariado, a la integración del empleado a la empresa, al pequeño y mediano emprendimiento que, según los datos, constituye la trama más amplia del capitalismo costarricense. La presentación se compone de segmentos que se articulan mediante la reiteración del mensaje: capacitarse para ser competitivos, producir y exportar.
Uno de los segmentos bordea la propaganda. Expone un programa de integración del trabajador a la empresa. «Actuar» creo es el nombre. Sobre su final, el periodista que coordina acota: «Se dice que en África cada mañana despierta un león pensando en cómo logrará atrapar a una gacela». Hace una pausa y remata: «Y también cada mañana despierta una gacela pensando en cómo logrará escapar del león».
El apoderado de «Actuar» se ve feliz. «Voraces», asiente. «Debemos cultivar la voracidad». El empleado invitado, algo rígido, asiente. Los tres actores de la tertulia parecen haber dado con algo sólido: ser competitivos pasa por estimular la voracidad.
Desde luego, el ejemplo ‘africano’ es inadecuado. León y gacela representan papeles de un guión, el natural, que ellos no escriben. El guión de la economía es escrito por seres humanos como factor de un sistema mayor, el de su cultura. Analogía impropia, entonces. En otro ángulo, sólo el león es ‘voraz’ (en realidad, se alimenta). La gacela no; ‘políticamente’ rehúye el enfrentamiento, preferiría existir entre herbívoros. Si los leones fueran ‘voraces’, como el capital, se tragarían todas las gacelas en semanas y luego perecerían de cánceres digestivos y nostalgia de gacelas. Ningún animal es tan estúpido como para cultivar la voracidad. Algunos seres humanos lo hacen, pero no se consideran a sí mismos estúpidos.
El trabajador cooptado, maquillado, algo hierático, cliché, hizo también su aporte en un lenguaje magro que mostraba que su instrucción lo capacita para manejar máquinas sutiles, pero no para pensar. Dijo: «Desde el desayuno imagino cómo le aportaré durante el día a mi empresa». El hombre ya no repara en la tozudez de su suegra, en la divinidad de Medford ni en los cuadernos de los chicos, sino en su corporación. Que, desde luego, no es de él. Asunto que entenderán viuda e hijos el día de su muerte cuando ningún gerente llegue a saludarlos y tengan que pelear, como gacelas,  desahucios, aguinaldos o pensiones. En el Reino Unido los jueces se disfrazan con melena de león.
Es cierto que periodistas y capataces no tienen por qué saber historia. Pero el clip que cada cuatro minutos interrumpía este diálogo sobre valores, y en que el grupo que saturaba la pantalla rugía proactivamente (Figueres Jr. dixit) llevando el puño arriba y al frente, ofrecía gran similitud con el saludo nazi. Casual, seguro. Pero tal vez también signo de los ominosos tiempos que ocurren (gacela dixit).

  • Helio Gallardo
  • Opinión
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