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La campaña electoral de los Estados Unidos se encuentra en un punto álgido, en que el principal obstáculo para las aspiraciones del actual Presidente, George W. Bush, consiste en lo que Chomsky daba en llamar «la amenaza de un buen ejemplo». Las repercusiones del 11 de setiembre de 2001 dejaron una profunda huella en la población, pero además, erosionaron la confianza en la comunidad de inteligencia nacional estadounidense, que en estos momentos afronta un reto importante, frente a una comisión investigadora del Congreso.
La administración republicana ha debido lidiar con las consecuencias de una política matizada por la «Doctrina de Seguridad Nacional», que pretende un orden mundial basado en la defensa de la libertad frente al totalitarismo. En la política exterior norteamericana, el interés nacional se fundamenta en la creación y preservación de un orden internacional que asegure el dominio de sectores minoritarios, al amparo de un modelo garante de libertades políticas y económicas, supuestamente en condiciones de libre competencia. Cualquier amenaza a este régimen de dominación, da luz verde al uso de todos los medios necesarios (incluida la fuerza), legitimado por un sistema ideológico que apela a los más nobles valores.
De la misma forma que el derecho a tener al mundo entero como mercado para sus excedentes de producción, justifica la puesta en marcha de acuerdos comerciales leoninos, para asegurar concesiones que violen los derechos soberanos de terceros Estados, asimismo, los ataques preventivos, bajo consignas idealistas, responden a la misma lógica. En cualquier caso, el objetivo se mantiene incólume: mantener una posición de disparidad, sin detrimento de la seguridad nacional.
El temor al contagio de modelos alternativos al marco de dominación norteamericano y su discurso imperialista, se asoma en los «buenos ejemplos» de Venezuela e Irak, que amenazan, no solamente con un viraje de timón en el Departamento de Estado, de la facción de los «halcones» a la facción de las «palomas», sino también con estropear el fin de las negociaciones de acuerdos comerciales hemisféricos.
El desarrollo político, social y económico fuera de la órbita del control estadounidense, es un producto cultural de exportación que cuestiona la doctrina de seguridad nacional y su falsa doctrina moralista. América Latina no requiere que se le defienda contra la «agresión interna» proveniente de grupos insurgentes y sindicalistas, por medio de operaciones militares de pacificación y liberación. La retórica de manipulación consciente entre la población, apelando al miedo, busca perpetrar la ignorancia y la conformidad para asegurar el control y reprimir cualquier acto ejemplarizante que se perfile como una amenaza. En otras palabras, dejar de ejercer la función complementaria de las economías industrializadas de occidente, sirviendo a las necesidades de una élite dominante.
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