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Después de cinco años sin grabar, el 2004 le devolvió al primer plano de la actualidad: apareció su disco Cositas buenas y le otorgaron el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.
-¿Qué ha supuesto para usted este galardón?
-Es el reconocimiento a una música muy importante que ha sido maltratada durante mucho tiempo. Hasta ahora, al flamenco no se le ha dado su sitio, y eso añade valor al premio.
-Esto le convierte, aún más, en el artista flamenco más universal.
-No tengo conciencia de lo que vosotros, los periodistas y los aficionados, pensáis que soy, pero me miro al espejo y me veo con claridad. Y lo que percibo con mayor nitidez es mi música, el flamenco. Eso es lo importante. Ahora está relativamente de moda, pero esto es muy antiguo. Creo que es una de las manifestaciones musicales más importantes del mundo, y no me parece que esa sea una visión subjetiva. Puede que suene a chauvinismo, porque yo soy flamenco, pero es una música de enorme calidad. Y ha estado ahí aparcada durante mucho tiempo. En algunas épocas hasta se miraba mal a un tocaor o a un cantaor. Si yo soy algo como artista, se lo debo al flamenco.
ÉXITO POR UNA RUMBA
-Usted sorprendió a los flamencos desde niño, pero el éxito popular no le llegó hasta que apareció la rumba Entre dos aguas, uno de los temas más ligeros que ha compuesto.
-Uno nunca sabe qué es lo que más va a pegar. Entre dos aguas fue una improvisación para llenar cinco minutos que faltaban para completar el disco Fuente y Caudal. No pensaba incluirla, pero oí la grabación y encontré en ella un ritmo, un aire, que me gustó. El tema duraba mucho, cogí las tijeras y lo corté un poco. Para no iniciados me parece bien.
-Y le convirtió en superventas.
-Lo de ser superventas es una sensación extraña. Yo no concibo que me haya pasado cuarenta años de mi vida encerrado en un cuarto ocho horas diarias para que, de pronto, ese trabajo salga a la calle y lo pueda entender cualquiera. De todos modos, no estoy de acuerdo con los que utilizan el término «comercial» como algo exclusivamente negativo. Los artistas más comerciales de la Historia han sido Bach y Beethoven.
-¿Está ahora la guitarra flamenca mejor que nunca?
-Ahora hay una revolución dentro de la guitarra flamenca, muchos artistas jóvenes con una técnica prodigiosa y ganas de encontrar su propio camino. No hay que presionarlos. Eso sí, aunque no me atrevo a dar consejos a nadie, pienso que para un guitarrista flamenco hay una base fundamental en el toque de acompañamiento. El cante es una fuente de inspiración imprescindible. La expresión más pura del flamenco está en cómo cantas, cómo lloras la voz, cómo afinas. En el flamenco está sucediendo ahora un poco lo que sucedió en Brasil hace unos años. He encontrado guitarristas en aquel país que no saben hacer otra cosa que armonía, y han perdido el sabor de lo popular. Yo creo que el flamenco va por un camino parecido, no sé si le va a suceder lo mismo, pero, hasta cierto punto hay que asumir el riesgo. Yo siempre tuve deseos de aprender armonía, pero no sé ni leer con fluidez una partitura. Me comunico mejor con guitarristas, porque como no sé el lenguaje de la música, a ellos les veo las manos.
-A pesar de ser usted uno de los grandes revolucionarios de la historia del flamenco, ¿continúa mirando al pasado con frecuencia?
-Claro que miro al pasado. En la música siempre hay que tener en cuenta lo que hicieron los de atrás, los que nos abrieron el camino, para saber dónde estamos y por qué. Por ejemplo, en el disco Siroco hice una minera muy bonita, que sonaba nueva, pero sin esencia. Yo le daba vueltas y no encontraba qué pasaba allí, hasta que decidí estar unos días escuchando a Ramón Montoya. No cambié casi nada del toque que había hecho antes, sólo algunos pequeños matices, los silencios… Y aquello se transformó. Eso es lo difícil, el misterio de sonar flamenco. En el debate entre puristas y renovadores, me sitúo en medio, con una mano en la tradición y la otra buscando. Siempre lo he visto así. Pienso que los puristas, a veces, son muy pesados. Pero también los hay con un sentido muy coherente. Me gusta la tradición y la defiendo, pero también soy consciente de que estamos en otra época y hay que seguir creciendo y evolucionando.
-En su último disco, Cositas buenas, recupera la voz de Camarón. ¿Se acuerda mucho de él en estos momentos?
-Con la voz de Camarón he resucitado yo. Mi relación artística con él fue muy importante. Me llenaba de inspiración. Fui muy feliz trabajando junto a José y le echo de menos. Con la tecnología actual se pueden corregir pequeños errores de los másters antiguos y tengo la ilusión de hacer algún día un disco entero con las cosas inéditas de Camarón que conservamos. Para más de un disco no creo que dé, pero uno muy bueno.
José y yo éramos algo mucho más profundo que hermanos, entre nosotros había algo muy especial, una complicidad, un respeto, una amistad muy intensa, una compenetración que no se puede imaginar. Se complicó la historia con todas las cosas que salieron tras su muerte. Además de su pérdida, tuve que sufrir aquella barbaridad que se inventaron sin fundamento. Era como una pesadilla de Hitchcock.
-¿Esta gira será la última de su carrera?
-Cada vez tengo menos ganas de ir de gira. Me he pasado toda la vida viajando sin parar ocho meses al año. Lo que quiero es seguir tocando pero de forma más relajada. Son especialmente molestos los trámites que hay que sufrir para trabajar en Estados Unidos. No quiero que me tomen las huellas dactilares una y otra vez. Tienes que madrugar mucho para registrarte cada día en una nueva ciudad. Pero el gobierno es una cosa y los espectadores otra muy distinta: el público allí es muy espontáneo, extrovertido, yo diría que fácil, porque te ayuda en todo momento. Te muestra su entusiasmo enseguida. En nuestros conciertos había todo tipo de público, desde el aficionado al jazz, al rock, a los que son seguidores de lo exótico del flamenco, de nuestra estética, que para ellos es llamativa. A partir de ahora me dedicaré a componer y a grabar. Sólo haré algún concierto puntual y volveré a dormir a casa.
-¿Ha encontrado la tranquilidad en su casa de Toledo?
-Aún no he tenido tiempo de disfrutarla mucho. Yo soy un hombre de contrastes, en todo. Me muevo entre la introversión y la extroversión absoluta. He vivido en México, en medio de la nada, rodeado de la naturaleza. Durante años, mi ilusión era ir allí a pescar. Pero uno no debe irse a vivir al sitio que tiene para huir de la rutina. Ahora busco el contraste de aquello con la civilización, con esta ciudad, Toledo. No me gustan las grandes ciudades. He estado tres años restaurando la casa en la que vivo ahora para que quedara como era en el siglo XV.
FIGURA DE REFERENCIA
-¿Es consciente de que sigue siendo la principal referencia para muchos guitarristas?
-Nunca he pensado ni planificado lo que iba a hacer. Me he puesto a trabajar y ha ido saliendo una cosa y otra. Pero siempre he sido muy exigente conmigo mismo, porque soy consciente de que hay jóvenes guitarristas que se fijan en lo que yo hago. Tengo una gran responsabilidad, así que no puedo hacer una guasa y orientarlos negativamente.
UNA GUITARRA CLÁSICA
«El primer movimiento del Concierto de Aranjuez es, para mí, una bulería. Y el segundo una saeta perfecta», afirma Paco de Lucía. El guitarrista algecireño grabó en directo la pieza cumbre del maestro Joaquín Rodrigo en abril de 1991, en Torrelodones, acompañado por la Orquesta de Cadaqués y bajo la dirección de Edmon Colomer. Y lo hizo con la partitura memorizada. Realizó una versión fiel de la obra, dotándola de un calor especial, a través de una digitación propia. No era la primera vez que Paco de Lucía se acercaba a la música clásica. Años antes, en 1978, ya había grabado un disco entero dedicado a la obra de Manuel de Falla. También Isaac Albéniz le ha servido de inspiración. Además, fue el guitarrista quien consiguió abrir las puertas del Teatro Real al flamenco. Fue el 18 de febrero de 1975. Ya había actuado en numerosos escenarios internacionales de semejante categoría. Los más intransigentes criticaron hasta sus piernas cruzadas sobre el escenario, pero no cabe duda de que aquello fue un hito. Detrás de él llegarían otros tocaores, guitarristas y bailaores. La aportación de Paco de Lucía ha sido decisiva para que el flamenco saliera de los cuartos de señoritos y los colmaos.
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