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Hace tiempo me vengo preguntando: ¿Cuál vida se defiende mediante la condena extrema del aborto, incluso del aborto terapéutico, legal en nuestro país, del cual no se quiere hablar? ¿La vida inviolable de los embriones podrá ser más valiosa que la vida de los miles de niños nacidos en condiciones de miseria extrema, abandono, maltrato físico, abuso sexual, trabajo prematuro y exposición diaria a peligros intolerables si se tomaran en cuenta y se respetaran los derechos humanos fundamentales de los niños, de acuerdo con nuestras propias leyes?
Los niños que trabajan y/o viven en las calles, repito, niños que viven en las calles, sin hogar y sin familia, los niños abandonados y hacinados en los albergues del PANI (La Nación, 20.03.05), los niños golpeados brutalmente, pateados, humillados y torturados dentro de sus propias familias, los niños abusados sexualmente sin posibilidad de defensa porque son sus seres queridos los que llevan a cabo el abuso, esos niños sufrientes, esos niños trágicos, dónde están, quién los nombra, quién los llora, quién se indigna por estas vidas violadas, abusadas, negadas, por estos «asesinatos» cotidianos? ¿Por qué sus vidas no son defendidas igual o incluso con mayor fuerza y determinación que la de los embriones que no han nacido? ¿Por qué sus gritos y llantos desgarradores, que nos habitan a diario, no se escuchan? ¿Por qué su dolor indecible y sus vidas inocentes cegadas tempranamente no se nombran y no se denuncian? ¿Por qué la Iglesia y las personas dignas de sí mismas que están a favor de la vida, no cuestionan esta «cultura de la muerte,» cotidiana, cercana e inmensamente amarga? ¿Por qué estos niños no tienen derecho a una vida digna, cálida y segura? ¿Por qué estos niños, cuando el apoyo familiar falla severamente, no reciben el apoyo del Estado? ¿Por qué miramos hacia otro lado cuando nos topamos con sus rostros tristes, desesperados y adoloridos en las calles, en los diarios o en la televisión?
Estos niños con sus experiencias de vida trágicas tienen derecho, como cualquier niño, a una infancia digna. ¿Pero, un momento, qué es una infancia digna, de cuál infancia estamos hablando? Yo me refiero a una infancia que se desarrolla en un ambiente familiar y social donde predomina la confianza básica en el otro, la ternura y el cariño, la empatía hacia las necesidades del niño, el respeto por su individualidad, la protección necesaria para sentirse seguro en el mundo y aquella seducción para la vida, que les permita amarla y desearla. La vida, experiencia física, psíquica y social a un mismo tiempo, la vida humana, con sus necesidades de alimentación sana, vivienda segura, salud integral, seguridad emocional, capacidad de autodeterminación, autorrealización y consciencia de sí mismo, debe defenderse en todos los seres humanos, tanto pobres como ricos, niños como adultos, hombres como mujeres. No solo aquellos que cuentan con los recursos familiares, emocionales y sociales necesarios para desarrollarse como seres humanos íntegros tienen derecho a vivir dignamente, también aquellos grupos sociales que viven diversas formas de discriminación, violencia y exclusión social tienen este mismo derecho.
Todos merecemos vivir una vida con dignidad, equidad y justicia social. Esta es la vida que considero debe defenderse en primera instancia, si esta vida es violada, humillada o dañada sistemáticamente, debemos denunciar la cultura de muerte que hace posible esta destrucción.
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