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Un suceso desafortunado, cruel, previsible y anunciado, el incendio parcial del hospital Calderón Guardia, con el resultado de 19 muertos, es signo de la descomposición política de Costa Rica. Asimismo, de lo que permite a su gente mantener la esperanza. Una enfermera, Patricia Fallas Portilla, de existencia humilde, mostró en el drama que existe otro país no solo paralelo al que gestiona su ralea dirigente, sino ajeno también a una pasiva mayoría que acepta su desgracia como sujeción a la voluntad de Dios: Patricia Fallas no se resignó a que pacientes y compañeros murieran asfixiados y quemados: combatió para salvarlos. Sabía que luchar es una manera de orar. Patricia Fallas simbolizó a la gente excepcional que el país ha logrado producir en su historia y que se sostiene hoy contra la proliferación burocrática y el utilitarismo codicioso de su ralea política y las clientelas empresariales.
La ralea dirigente se hizo representar bien en el infortunio por el presidente Pacheco. Manoseado y azotado por escarceos en los que tiene responsabilidad que no sabe resolver ni aminorar, tradujo el incendio como cosa personal. «Pelos en la sopa» masculló, consultado por la ausencia de salidas de emergencia. «Somos un país pobre». Al rato se disculpó. Preso de su ego, no asumió en el instante la tragedia, dolor humano y significado político del incendio. La ralea política del país es autista. Como hace mucho se operó de la ciudadanía, sus miembros identifican al país con sus asuntos y negocios individuales. Algún asesor sopló a Pacheco que las frases dañaban su imagen. Entonces apeló no al arrepentimiento, que supone cambio de conducta y reparación, sino a la excusa fácil.
Pero no es Pacheco, el individuo. Es la ralea política, en la que Pacheco representa un pelaje menor, fortuito. Una casta autárquica que ocultó a los ciudadanos que el modelo de desarrollo fortalecido tras la guerra civil era inviable y que se debía hacer otra cosa. La misma laya de ‘dirigentes’ que mediatizó toda urgencia ciudadana, negoció con bienes públicos, transformó a familiares y validos en ‘meritócratas’ y amarró clientelismos mercantiles y electorales. La que enredó legislación para favorecer absolutorias y prescripciones en las cortes. La que usa su poder, entre risas y señas cómplices, para vaciar a la Caja y después corea: «Es que no hay dinero». La que sepulta la planificación y designa regentes ladrones o fatuos.
El mismo día en que Patricia Fallas Portilla combatía con su linterna los efectos de la ineptitud y venalidad, dos empresas constructoras presentaban ante la Sala IV un recurso contra las normas que previenen incendios en edificaciones. Alegan que esas normas violan su libertad, su trabajo y su derecho a reunirse. Pero, sobre todo, no les permiten maximizar ganancias. Los edificios se hacen para enriquecerse, no para que los use la gente.
No habría sorprendido que nadie, excepto sus íntimos, hubiese votado por Patricia Fallas para presidenta en la próxima elección nacional para dirigir el país. La enfermera no era parte de la ralea política. Ni de sus clientelas y validos: empresarios codiciosos y burócratas cuya desidia convoca crímenes. Patricia pertenecía a un muy otro servicial y solidario mundo posible.
*Catedrático UCR
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