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Confesiones de un sicario económico

Entrevista con John Perkins, autor del libro «Confessions of an Economic Hitman».

Entrevista con John Perkins, autor del libro «Confessions of an Economic Hitman».
>»Omar Torrijos era un hombre correcto…Le pusieron una bomba en una grabadora durante un vuelo que estalló.».
El estadounidense John Perkins era un respetado miembro de la comunidad financiera internacional, aunque en realidad se dedicaba a operaciones económicas ilícitas en el Tercer Mundo para el gobierno de EE.UU. Acaba de publicarse en EEUU su autobiografía*, en la que Perkins detalla cómo ayudó a Washington a estafar a países pobres prestándoles dinero que no podrían devolver para después apoderarse de sus economías.

En una reciente entrevista** con Amy Goodman, conductora del programa Democracy Now (La democracia ahora) del National Public Radio en EE.UU, Perkins confiesa lo que todos sospechan pero nadie ha querido creer.





Amy Goodman (AG) Explíquenos lo que quiere decir sicario económico.



– Básicamente, lo que nos enseñaron a hacer es a reforzar el imperio  estadounidense. Crear situaciones donde el máximo número de recursos  naturales fluyan a este país, a nuestras corporaciones y a nuestro gobierno. Hemos construido el imperio más grande de la historia. Esto se logró durante los últimos 50 años, desde la Segunda Guerra Mundial, con muy poca intervención militar. Sólo  en casos raros como Irak, lo militar entra como último recurso. Este imperio, a la diferencia de otros de la historia, ha sido construido a través de la manipulación económica, de la estafa, el  fraude, la seducción de la gente a nuestra manera de vivir, y a través de  operativos económicos. He estado muy involucrado en todo eso.



A.G. ¿Cómo llegó a ser sicario? ¿Para quién trabajaba?



– Inicialmente fui reclutado cuando estudiaba negocios en la universidad, (durante los años 60) por la National Security Agency (Agencia Nacional de  Seguridad de USA, NSA), la organización nacional de espionaje más grande y menos conocida, aunque luego trabajé para corporaciones privadas. El primer sicario económico, en los años 50, fue Kermit Roosevelt, nieto de Teddy Roosevelt, quien derrocó al gobierno elegido  democráticamente de Mossadegh en Irán y luego fue el Hombre del Año de la revista Time. Tuvo éxito en eso sin derramar sangre, sólo gastó millones de dólares y reemplazó a Mossadegh por el Shah. Entonces nos dimos  cuenta que esta idea del sicario económico era muy buena. El problema fue que Kermit Roosevelt era agente de la CIA o sea, empleado del gobierno. Si lo hubiesen atrapado, nos habríamos encontrado en un lío. Habría sido un escándalo. Entonces se tomó la decisión de usar organizaciones como la CIA y la NSA para reclutar potenciales sicarios económicos como yo, y después enviarnos a trabajar para empresas privadas, firmas consultoras de ingeniería o de construcción, para que no hubiera conexión con el gobierno.



A.G. Explíquenos el trabaja que hizo.



– La compañía para la cual trabajé se llamaba Charles T. Main, de Boston, Massachussets; con 2.000 empleados, yo era el economista principal. Terminé con 50 personas en mi equipo. Pero mi verdadero trabajo fue dar enormes préstamos a otros países, mayores de lo que podrían devolver. Una de las condiciones del crédito – pongamos $1.000 millones a Indonesia o Ecuador – era que este país tendría que dar 90% del monto a una empresa estadounidense para construir infraestructura, una Halliburton o Bechtel. Esas grandes compañías entraron y construyeron un sistema de energía eléctrica, puertos o autopistas, y estos proyectos básicamente servían a algunas de las familias más ricas de esos países. La gente pobre de esas naciones se encontraría eventualmente clavada con esta asombrosa deuda que no podía devolver. Por ejemplo,  Ecuador hoy debe más del 50% de su presupuesto nacional sólo para pagar la deuda. Y no puede hacerlo. Lo tenemos con el agua al cuello.

Entonces cuando queremos más petróleo, les decimos: «Mire, no puede pagar sus deudas, pues entregue sus bosques amazónicos, que están llenos de yacimientos, a nuestras compañías petroleras». Y ya hemos entrado y estamos destrozando la región de Amazonas, obligando a Ecuador a entregárnosla porque ha acumulado mucha deuda. Hacemos un préstamo enorme, la mayor parte del cual vuelve a Estados Unidos, el país queda con este monto más los intereses, y básicamente ellos se convierten en nuestros sirvientes y esclavos.

No hay que equivocarse. Es un inmenso imperio, y ha sido muy exitoso.



A.G. Usted dice que a causa de sobornos y otras razones no escribió este libro durante mucho tiempo. ¿Quién lo sobornó?



– Acepté un soborno de medio millón de dólares en los años 90 para no escribir este libro, de una empresa de la construcción, la Stoner Webster. Legalmente, no fue un soborno, me pagaron como consultor. Todo estaba negociado, como expliqué en «Confesiones de un sicario económico»: cuando acepté el dinero como consultor no debía hacer algún trabajo, sólo no escribir este libro, que en  ese momento se llamaba «La conciencia de un sicario económico».



A.G. En su libro usted habla de cómo ayudó a ejecutar un plan  secreto para dirigir millones de petrodólares de Arabia Saudita a EE.UU., y que cimentó la relación entre la familia Saud  y sucesivos gobiernos de EE.UU. Explique.



– Fuimos a Arabia Saudita a principios de los años 70. Sabíamos  que era el país clave para acabar con nuestra dependencia de la  OPEP, o para controlar la situación. Arreglamos un trato a través del cual la familia real Saud aceptó reenviar la mayor parte de sus petrodólares a EE.UU. e invertirlos en bonos del Tesoro. El Departamento del Tesoro usaría los intereses de esos bonos para pagar a empresas americanas que irían a construir ciudades y  nueva infraestructura en esa nación. Y la familia Saud aceptó mantener el precio del crudo dentro de los límites aceptables para nosotros; prometimos mantener a la familia Saud en el poder mientras respetaban el trato, lo que hemos hecho, y es una de las razones por las cuales invadimos Irak. Allí, intentamos implantar la misma política que tuvo tanto éxito en Arabia Saudita, pero Saddam Hussein no lo aceptó. Cuando fracasamos en este escenario los sicarios económicos, la siguiente etapa pasa a «los chacales», quienes son individuos habilitados por la CIA que fomentan un golpe de Estado o una revolución. Si eso no da resultados, realizan asesinatos, o lo intentan. En el caso de Irak, no pudieron llegar a Hussein. Sus guardaespaldas eran demasiado buenos. El tenía dobles. Entonces se inicia la tercera etapa: cuando los sicarios económicos y los chacales fracasan, llegan nuestros jóvenes, que enviamos para matar y morir. Es obviamente lo que ha pasado en Irak.



A.G. ¿Puede explicarnos cómo murió Torrijos?



– Omar Torrijos, el presidente de Panamá, había firmado el Tratado del Canal con Carter y usted sabe que nuestro congreso lo ratificó por un solo voto, fue un asunto muy reñido. Torrijos se adelantó a negociar con los japoneses para construir un canal al nivel del mar, ya que ellos querían financiarlo. Eso molestó mucho a la empresa Bechtel, cuyo presidente era George Schultz y su consejero mayor Caspar Weinberger. Cuando echaron a Carter (y esa es una historia interesante acerca de cómo sucedió realmente; o sea, perdió las elecciones) y entró  Reagan con Schultz como Secretario de Estado, (de Bechtel), y Weinberger vino de  Bechtel como Secretario de Defensa, estaban muy enojados con Torrijos, intentaron convencerlo de renegociar el Tratado y no hablar con los  japoneses. Se negó rotundamente. Era un hombre de principios. Un hombre asombroso, Torrijos.

Entonces murió en una caída de avión en llamas, conectado con una grabadora con explosivos dentro, yo estaba trabajando con él. Sabía que nosotros, los sicarios económicos, habíamos fracasado. Sabía que los chacales se acercaban. Y acto seguido, explotó su avión con una grabadora que contenía una bomba. No cabe duda de que fue organizado por la CIA, y muchos investigadores estadounidenses han llegado a la misma conclusión. Por supuesto, nunca nos enteramos de eso en nuestro país.



A.G. ¿Con qué vínculos trabajó usted con el Banco Mundial?



– Muy, muy de cerca. El Banco Mundial proporciona la mayor parte del dinero que financia a los sicarios económicos, junto con el FMI. Pero cuando ocurrió el 9/11, tuve un cambio de sentimientos. Sabía que tenía que contar esta historia porque lo que pasó el 9/11 es el resultado directo de lo que hacen los sicarios económicos. Y la única manera de que volvamos a estar seguros en este país, es si usamos estos sistemas creados para efectuar  cambios positivos en el mundo. Creo sinceramente que podemos hacer eso.

El Banco Mundial y otras instituciones pueden ser recreadas para cumplir  su misión original, que es la reconstrucción de las regiones devastadas. Cada día mueren 24.000 personas de hambre. Podemos cambiar eso.





* «Confessions of an Economic Hitman» (Confesiones de un sicario económico), San Francisco: Berrett-Koehler 2004. Todavía no traducido al castellano.

  • Michael Sondow
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