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“Recibir un premio significa la oportunidad para reflexionar sobre el trabajo hecho. Por supuesto que es un gran honor y alegría, aunque también es algo que se asimila lentamente pues también representa un reto”.
Con esas palabras resumió sus sentimientos Jorge Amador, científico y profesor de la UCR quien fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencia Clodomiro Picado por el descubrimiento y caracterización de una corriente en chorro atmosférica del Caribe.
Se trata de la Corriente en Chorro de los Mares Intramericanos, que Amador estudió desde 1980. Esta consiste en un flujo de aire muy poderoso que corre a una velocidad promedio de catorce o quince metros por segundo, a un kilómetro sobre el océano.
El jurado acordó de forma unánime otorgar el reconocimiento a Amador por considerar que la corriente es “un fenómeno relevante para entender los complejos mecanismos atmosféricos (…) de la región central del continente americano, que sufre los embates de las perturbaciones meteorológicas con su consecuente impacto ambiental, económico y social”.
Según explicó el científico, quien es catedrático de la Escuela de Física, se trata de una porción considerable de aire la cual se mueve muy rápido desde las islas pequeñas del Caribe hasta las costas centroamericanas, atraviesa la región y no se sabe hasta dónde llega.
Añadió que, de acuerdo con la época del año y según esté más caliente el hemisferio norte o el sur, la corriente se bifurca y mientras una parte sigue el recorrido y atraviesa Centroamérica, la otra continúa hacia Sur o Norteamérica, donde se ha comprobado que se conecta con otra corriente.
Amador, quien labora en el Centro de Investigaciones Geofísicas (CIGEFI) de la UCR, señaló que aún no está claro cómo y por qué se genera. “No sólo es extraordinaria por su magnitud, sino porque un flujo de aire a tanta velocidad transporta energía en forma de calor, además de otras variables físicas como la humedad. Así, se convierte en un mecanismo importante para regular las lluvias, por ejemplo, en la zona caribeña entre Costa Rica y Nicaragua”.
Apuntó también que la poderosa corriente puede influir en la formación de fenómenos atmosféricos. “Aunque la temporada oficial de huracanes teóricamente comienza en junio, durante el mes de julio experimenta una baja que coincide con un momento de máxima fuerza de la corriente”.
“En la atmósfera, el océano y la tierra están acoplados, si por ejemplo se eliminan árboles, la atmósfera lo resiente pues cambia su flujo. Los naturalistas del siglo XIX sostenían que todo estaba ligado, por alguna razón durante el siglo XX esas ideas se hicieron a un lado”.
ESFUERZO CONTINUO
El especialista encontró primer indicio de la existencia de la corriente en 1980 cuando realizaba su tesis doctoral en Inglaterra. “Hubo un resultado que no pude explicar, pues las observaciones científicas aportaron datos atípicos y más bien contrarios de lo que era de esperar en las variables tropicales de temperatura, viento y humedad. Una posible explicación era que se trataba de una corriente muy fuerte”.
Detalló que en 1996, cuando se puso a disposición la primera base de datos atmosféricos global, pudo empezar a investigar más a fondo y publicó trabajos sobre el tema durante finales de los años 90 y principios de la presente década.
“Al principio la comunidad científica tiende a ignorarlos, presenté el trabajo en congresos especializados en Estados Unidos, donde encontré mucho escepticismo”, relató.
Ya para el 2005 se comenzó a citar una publicación suya de 1998 como la primera que trató la existencia de la corriente. En un artículo en la edición de diciembre de la revista Anales, de la Academia de las Ciencias de Nueva York, se relató toda la historia de la investigación desde la perspectiva de la legitimación científica. “Esto no es un proceso en que una persona es dueña del saber, uno vive estimulado por estudiantes y colegas y me da mucha satisfacción ser un producto de la educación pública”, apuntó.
Manifestó su esperanza de que su reconocimiento sirva de estímulo a los estudiantes, pues “me siento muy comprometido con ellos”.
“En Costa Rica hay mucho por hacer en beneficio del bienestar social. Los aportes que los científicos e investigadores puedan hacer son propiedad de la sociedad.
Los logros son para mejorar las condiciones de vida, pero ¿se hace ese esfuerzo? Uno no sabe si de verdad hay voluntad política para ello”.
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