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La desatinada “mediación” de Oscar Arias Sánchez, conocido neoliberal de viejo cuño, en el conflicto posterior al golpe de Estado en Honduras, tiene todas las características de una opereta escrita en Washington.
Esta opereta, perversamente, deja a las víctimas, es decir al pueblo de Honduras y su presidente constitucional Manuel Zelaya como los culpables de todo lo acontecido, mientras que los villanos, o sea las Fuerzas Armadas y el títere Micheletti, resultan ser los bondadosos protagonistas de la obra. En medio de todo este montaje, es importante leer entre líneas el guión de la opereta y asomarse detrás de los decorados para entender qué está pasando en la hermana república de Honduras. El llamado “Acuerdo de San José” como montaje busca vestir de seda al primer golpe de Estado hasta ahora parcialmente exitoso del siglo XXI (recordemos el intento fallido en Venezuela en el 2002). El fin principal, más que restituir a Zelaya (a pesar de ser el primer punto de la propuesta de Arias) radica en legitimar el régimen golpista mediante una amnistía política (los golpistas se ven exonerados pues no violaron la Constitución hondureña), un gobierno de reconciliación nacional (los golpistas aparte de intocables ahora se legalizan como cogobernantes) y la renuncia a las reformas progresistas que democráticamente venía aplicando el presidente Manuel Zelaya (desistir de la Cuarta Urna para consultarle al pueblo su opinión sobre asuntos de interés nacional). En estas circunstancias si el tirano Micheletti y las FF.AA. aceptaran el Acuerdo, ¿qué tipo de mandato puede ejercer Zelaya sino el de un presidente meramente ornamental? Por estas razones, por y el gravísimo precedente para el futuro de la democracia en Latinoamérica que representa este golpe impune, el presidente Constitucional Manuel Zelaya no está en el mismo nivel de los golpistas: es poner a «dialogar» como iguales a la víctima y a los ladrones. Ponerse a su nivel significa concederles la razón de la fuerza y aceptar de antemano, el golpe de Estado. Como ha quedado demostrado diariamente desde hace más de un mes, el poder de Zelaya reside no solo en la Constitución: emana del poder real que le brinda el Soberano, es decir, el pueblo que votó por él en elecciones democráticas y que lo apoya pacífica y heroicamente en las calles de Honduras. Estas son las cartas que Zelaya ha jugado hábilmente hasta ahora y que eventualmente le darán el triunfo basado en principios inclaudicables del derecho democrático y la resistencia no violenta contra un régimen dictatorial y espurio.Por otro lado, el Acuerdo de San José ya lo han rechazado varias veces los golpistas (leve detalle que se le escapa a la prensa comercial) por lo que insistir en él (enviando comisiones de cancilleres a Honduras para que hagan turismo en las zonas desmilitarizadas que los golpistas les permitan visitar fugazmente) es solamente hacerle el juego a los EE.UU. y al gobierno de facto, dándoles más tiempo, que es el valioso oxígeno que necesitan para sobrevivir en el poder.Si a pesar de estos factores determinantes el presidente Zelaya decidiera participar en las conversaciones, debe hacerlo mediante delegados y no personalmente, pues su deber es acompañar al pueblo y a las miles de personas que se encuentran en estado de refugiados políticos en Nicaragua, huyendo de la brutal represión de los golpistas (otro gran detalle que se le olvida a la prensa comercial es el asesinato de al menos siete personas, arrestos ilegales, toque de queda permanente, militarización de las ciudades, carreteras e inclusive las universidades, censura y ocupación militar de los medios de prensa, y toda clase de abusos contra los Derechos Humanos.)En resumen, la mediación de Arias tal y como está planteada es una farsa, por lo que el único diálogo verdadero que puede entablar el presidente Manuel Zelaya debe ser con el pueblo hondureño y el latinoamericano, apoyado por el Derecho Internacional y los gobiernos del mundo: en Honduras ha sucedido un golpe de Estado que ha violado la Constitución Política y ha depuesto al único mandatario legítimo. Cualquier punto menos que ése es una concesión inmoral e ilegal para los golpistas. La verdadera solución para la dolorosa situación que vive el pueblo hondureño y el restablecimiento del orden constitucional se encuentra en la restitución incondicional e inmediata del presidente Zelaya y el juicio civil y penal de los golpistas y los militares que participaron en el golpe y en la represión que viene dándose desde hace más de un mes contra los ciudadanos y ciudadanas de Honduras. Como bien lo ha demostrado la historia, la paz no se puede basar nunca en la injusticia.
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