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En Costa Rica lo que queda, en la actual coyuntura, es resistir, resistir y resistir para defender los pocos espacios de convivencia democrática que nos quedan. Como hicieron miles de universitarios y universitarias, exitosamente, el día 15, frente al Poder Judicial, en una consistente, ordenada y combativa jornada.
Es triste, pero es así, y es mejor no “hacerse bolas” y lidiar con la realidad. Estamos en el país en que las juntas directivas de los sindicatos que estorban a los negocios son removidas a la fuerza, con prebendas y manipulaciones gubernamentales.
El país de la mancuerna de la jerarquía de la iglesia con el Poder Ejecutivo ¿teocracia light? Estamos en el país de las costas vendidas, entregadas al capital internacional con una legión de cómplices haciendo negocios. Estamos en el país en que el jefe de la policía judicial y el fiscal general son los que pretenden sentar cátedra sobre la autonomía universitaria. Esta pasa a ser, en la prensa, asunto de opinión, no de Constitución Nacional.
Sí, estamos en el país, cada vez más grotesco, en que hay sectores que toleran, y hasta aplauden, con una banalidad y desconocimiento histórico infinito, que agentes policiales armados y agresivos ocupen atropelladamente el campus de la principal universidad pública, benemérita de la patria, además.
La pugna en torno al TLC fue, me parece, una fuente de enseñanzas para el bloque oligárquico dominante del país. Me parece ingenuo en extremo no percatarse de que el heroico movimiento contra el TLC, bregando en condiciones marcadamente desiguales frente a la plutocracia nacional e internacional, demostró, entre otras cosas, la fortaleza y los alcances de una universidad pública defensora de un estado social, fuertemente arraigada en las raíces de las comunidades y la cultura del país.
Esto, reconozcámoslo, convierte a la academia, para algunos sectores recalcitrantes, en objetivo, así de simple. Nos quieren mansos, aislados, dóciles e ineficaces. Quieren apoyarse en la ingenuidad política, desconocimiento, banalidad, desmemoria, y desmovilización imperante en muchos sectores.
En esta línea de argumentación, trabajar el tema del autoritarismo en el país se vuelve imperativo. Dejado de lado en las ciencias sociales nacionales, y en la psicología en que trabajo, volver a explorar, sistematizar y trabajar esta temática implicaría señalar claramente que no se trata solo de hechos represivos, sino, también, de su legitimación por parte de amplios sectores de la población: “ya es hora que les arreen duro”, “es que se necesita mano dura”, “es que todos son unos delincuentes”, “es que hay que poner orden”, “es que son unos malcriados que hay que poner en su lugar”. Estos son algunos de los comentarios que hemos escuchado estos días, incluso en el ámbito universitario (y no me refiero a unos cuantos estudiantes participantes en un montaje mediático para intentar mermar desde adentro la posición de la universidad, como se hizo también en el TLC). No es, tampoco, ninguna excepcionalidad histórica. Las dictaduras, los quiebres represivos, en muchos de nuestros países siempre fueron acompañados por la complicidad, la indiferencia, y, por supuesto, por los miedos, de muchos.
El papel de los medios de comunicación, al menos una buena parte de ellos, es un triste y preocupante indicador de la situación nacional. Menciono solo un ejemplo: el día martes, me parece, el diario Extra muestra una foto de David Morera, dirigente del SINDEU, en el suelo, cuando está recibiendo las “bondades” de la acción policial. ¿Cómo titulan la foto?: “le cayó la ley a Morera” ¿Alegóricos los de la Extra, no? , insinuando, a la vez, que un dirigente sindical reconocido es como un prófugo de la ley, si, de esos a los que no suele alcanzar la acción policial, que por fin lo “alcanzó”.
El guion es claro, y tampoco es demasiado original: ¿Sindicalistas?: “delincuentes”, ¿manifestantes? “delincuentes” ¿universitarios?: “delincuentes”, ¿Críticos?: “delincuentes” ¿disidentes? “delincuentes”. “¡Denles duro¡”, “¡denles duro¡” “ ¡a ellos, a ellos, hordas del orden”¡, “¡enséñenles a “portarse bien”, con los “garrotes democráticos”¡ (claro, hasta que el garrote indiscriminado e injustificado alcance a algún amigo o miembro de la familia).
Ingenuos: ¡pellízquense¡ No tenemos derecho al candor y a la ingenuidad, a estas alturas de la historia latinoamericana.
Triste, patético, el papel “cívico” de algunos de los principales medios de comunicación. Estén conscientes o no de lo que hacen, se llama guerra psicológica, el asunto, y el objetivo es sustraerle apoyo social, legitimidad, sustento, a una universidad pública fiel a sus principios, defensora de un estado con sentido social, que no quiere ser un negocio privado de algún plutócrata, ni ser una ficha mas en las transnacionales del saber (seguramente estos son los pecados capitales), y que, no obstante, será mencionada con hipocresía en algún que otro discurso oficial.
Típica operación de este tipo: se “acordona” al objetivo, como se ha hecho durante años con los sindicatos, aislándolos, y se procede a intentar minarlo, desde afuera y desde adentro, en una guerra por los “corazones y las mentes” de la gente.
¿Cómo puede reaccionar la universidad pública ante una operación de tanto alcance, con tantos medios a su disposición? A mi juicio, fortaleciendo con mayor fuerza aun los lazos con las comunidades, siendo solidaria con otros sectores golpeados por políticas represivas y neoliberales, diciendo lo que hay que decir, sin miedo, cumpliendo fielmente su misión, definida en su Estatuto Orgánico, y, también, luchando unida y movilizándose, como lo hicimos ayer, cuando sea necesario.
Levantando lo más puro, lo más libre, de la institucionalidad de este país, no permitamos que con tiranodemocracia y delirios consumistas pasemos del todo a ser una república banal.
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